La vanidad, un pecado capital y las elecciones
DIARIO VEA
Según algunos textos religiosos la vanidad es uno de los siete pecados capitales.
Ignoramos cómo es considerada en la doctrina revolucionaria, pero sin duda la vanidad puede convertirse en una grave deformación personal y crear problemas en el seno al proceso político.
Debemos referirnos al tema porque hay camaradas que por vanidad consideran una catástrofe no ser seleccionados para integrar la Asamblea Nacional o no ser electos para presidir un Concejo Municipal o no formar parte de la Junta Directiva de una legislatura regional o no ser reelectos para el cargo que hoy ocupan. Se consideran insustituibles y por vanidad son capaces de dividir al Partido o pasarse a las filas de la contrarrevolución.
Cuando la vanidad embriaga a un militante revolucionario hasta el grado de considerar que sólo se puede ser útil al proceso revolucionario en una curul parlamentaria o en un puesto relevante del Estado o del Partido, es obligación de todos ayudarlo a asumir una visión distinta del papel que juegan las personas en las luchas revolucionarias.
Somos útiles en cualquier posición desde la cual podamos contribuir en la defensa de la Revolución Bolivariana y a la construcción del socialismo del siglo XXI. Somos útiles no necesariamente en donde nuestro orgullo o nuestra autoestima nos parezcan o nos complazcan, sino en donde las condiciones objetivas y los intereses supremos de la Patria y la Revolución lo requieran.
A Pompeyo Márquez lo perdió la excesiva vanidad. Se creyó Secretario General a perpetuidad; se consideró insustituible y exigió sólo elogios. Llegó a creer que no podía haber revolución sin él en papel relevante. La vanidad lo hundió en el despecho cuando no logró satisfacer sus apetencias personales. La vanidad truncó una larga historia de militante revolucionario para sustituirla con el triste papel de servidor de los intereses de la contrarrevolución
DIARIO VEA
Según algunos textos religiosos la vanidad es uno de los siete pecados capitales.
Ignoramos cómo es considerada en la doctrina revolucionaria, pero sin duda la vanidad puede convertirse en una grave deformación personal y crear problemas en el seno al proceso político.
Debemos referirnos al tema porque hay camaradas que por vanidad consideran una catástrofe no ser seleccionados para integrar la Asamblea Nacional o no ser electos para presidir un Concejo Municipal o no formar parte de la Junta Directiva de una legislatura regional o no ser reelectos para el cargo que hoy ocupan. Se consideran insustituibles y por vanidad son capaces de dividir al Partido o pasarse a las filas de la contrarrevolución.
Cuando la vanidad embriaga a un militante revolucionario hasta el grado de considerar que sólo se puede ser útil al proceso revolucionario en una curul parlamentaria o en un puesto relevante del Estado o del Partido, es obligación de todos ayudarlo a asumir una visión distinta del papel que juegan las personas en las luchas revolucionarias.
Somos útiles en cualquier posición desde la cual podamos contribuir en la defensa de la Revolución Bolivariana y a la construcción del socialismo del siglo XXI. Somos útiles no necesariamente en donde nuestro orgullo o nuestra autoestima nos parezcan o nos complazcan, sino en donde las condiciones objetivas y los intereses supremos de la Patria y la Revolución lo requieran.
A Pompeyo Márquez lo perdió la excesiva vanidad. Se creyó Secretario General a perpetuidad; se consideró insustituible y exigió sólo elogios. Llegó a creer que no podía haber revolución sin él en papel relevante. La vanidad lo hundió en el despecho cuando no logró satisfacer sus apetencias personales. La vanidad truncó una larga historia de militante revolucionario para sustituirla con el triste papel de servidor de los intereses de la contrarrevolución
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