La corrección cambiaria, presente con futuro
Rodrigo Cabezas
El ajuste del tipo de cambio anunciado por el Gobierno Nacional no se corresponde con los clásicos requerimientos de atención a pronunciadas fugas de capital o de requerimientos fiscales de corto plazo.
El sistema de administración de divisas y la mejoría de los precios de la cesta petrolera venezolana en 2009 lo explican. El precio cambiario fijo de 2,15 bolívares por un dólar se hizo insostenible en el contexto de una inflación moderada, pero recurrente, de cuatro años, que derivó en pérdida del poder de compra de la moneda nacional frente al dólar.
Tal circunstancia propiciaba una creciente demanda de divisas que explicó, durante el periodo 2004 a 2008, un crecimiento sustancial de las importaciones y eventualmente pérdida de competitividad de las exportaciones no petroleras.
El “dólar barato” se convirtió en un desequilibrio que afectaba todo el sistema económico, particularmente nuestra fortaleza externa.
Se confirmaba que un aumento sostenido de la inflación interna mayor que la externa resulta en una depreciación de la moneda.
La experiencia vivida nos remite a una presión desmesurada sobre las importaciones.
En la coyuntura de la caída abrupta de los precios petroleros, en razón de la crisis mundial capitalista, se exacerbó el tema inflacionario por las restricciones originadas en la menor disponibilidad de divisas. El mercado ilegal de estas influyó en importaciones encarecidas trasladadas a los precios internos.
Aquel y este desequilibrio tenía en el corto plazo una solución y una lección: Corregir o ajustar el tipo de cambio mientras se reduce la inflación.
Esta última se hace ineludible controlarla sobre la base de un acuerdo nacional que vaya desde la responsabilidad fiscal, pasando por derrotar el contrabando de extracción, la especulación, el acaparamiento, la eficiencia en la asignación de recursos, la ampliación del rango de la producción nacional, hasta la regulación de los grotescos y rentísticos márgenes de ganancia de cualquier inversión o “negocio”.
Los economistas de derecha que exigían esta medida, reiterada y públicamente, ahora la critican desviando el debate económico riguroso al fangoso terreno del cinismo y el caradurismo enfermo de antichavismo.
Otra cosa es si discutiéramos no la medida, sino la magnitud de esta en el segundo tipo de cambio, por sus consecuencias en el comportamiento de los precios de los bienes y servicios en el corto plazo y el contexto general de la política económica donde debe insertarse la política cambiaria anunciada.
Mirando el porvenir inmediato de la economía venezolana creo que es pertinente convenir que los movimientos del tipo de cambio deberían depender esencialmente de decisiones estratégicas sobre temas capitales, tales como, los incentivos a la inversión productiva y la industrialización para las exportaciones.
Participo de la idea de colocar en el centro del debate económico la urgencia de echar adelante una agresiva política de industrialización especializada para las exportaciones.
Esta, en mi opinión, se hace obligante e inaplazable para quienes postulamos el socialismo como alternativa al capitalismo rentístico venezolano. La sociedad de la igualdad sustantiva y la abundancia de riqueza producida societariamente requiere del salto industrial o no será.
La política cambiaria en función de la máxima competitividad externa es pertinente por estratégica. Ciertamente es un camino complejo, es el desafío para darle a las generaciones venezolanas de las próximas dos décadas certidumbre de que los gigantescos avances científicos tecnológicos de la humanidad no les atrapará en el vencimiento del horizonte del modelo energético petrolero.
La acertada política de integración económica hacia el Mercosur y de acuerdos comerciales y productivos con países como China, Rusia, Vietnam, España, Irán, adelantada por nuestro gobierno, tiene sentido si construimos una oferta exportable competitiva en calidad y precios.
La corrección cambiaria del presente podría ser una excelente oportunidad para un a vueltas con el futuro.
Rodrigo Cabezas
El ajuste del tipo de cambio anunciado por el Gobierno Nacional no se corresponde con los clásicos requerimientos de atención a pronunciadas fugas de capital o de requerimientos fiscales de corto plazo.
El sistema de administración de divisas y la mejoría de los precios de la cesta petrolera venezolana en 2009 lo explican. El precio cambiario fijo de 2,15 bolívares por un dólar se hizo insostenible en el contexto de una inflación moderada, pero recurrente, de cuatro años, que derivó en pérdida del poder de compra de la moneda nacional frente al dólar.
Tal circunstancia propiciaba una creciente demanda de divisas que explicó, durante el periodo 2004 a 2008, un crecimiento sustancial de las importaciones y eventualmente pérdida de competitividad de las exportaciones no petroleras.
El “dólar barato” se convirtió en un desequilibrio que afectaba todo el sistema económico, particularmente nuestra fortaleza externa.
Se confirmaba que un aumento sostenido de la inflación interna mayor que la externa resulta en una depreciación de la moneda.
La experiencia vivida nos remite a una presión desmesurada sobre las importaciones.
En la coyuntura de la caída abrupta de los precios petroleros, en razón de la crisis mundial capitalista, se exacerbó el tema inflacionario por las restricciones originadas en la menor disponibilidad de divisas. El mercado ilegal de estas influyó en importaciones encarecidas trasladadas a los precios internos.
Aquel y este desequilibrio tenía en el corto plazo una solución y una lección: Corregir o ajustar el tipo de cambio mientras se reduce la inflación.
Esta última se hace ineludible controlarla sobre la base de un acuerdo nacional que vaya desde la responsabilidad fiscal, pasando por derrotar el contrabando de extracción, la especulación, el acaparamiento, la eficiencia en la asignación de recursos, la ampliación del rango de la producción nacional, hasta la regulación de los grotescos y rentísticos márgenes de ganancia de cualquier inversión o “negocio”.
Los economistas de derecha que exigían esta medida, reiterada y públicamente, ahora la critican desviando el debate económico riguroso al fangoso terreno del cinismo y el caradurismo enfermo de antichavismo.
Otra cosa es si discutiéramos no la medida, sino la magnitud de esta en el segundo tipo de cambio, por sus consecuencias en el comportamiento de los precios de los bienes y servicios en el corto plazo y el contexto general de la política económica donde debe insertarse la política cambiaria anunciada.
Mirando el porvenir inmediato de la economía venezolana creo que es pertinente convenir que los movimientos del tipo de cambio deberían depender esencialmente de decisiones estratégicas sobre temas capitales, tales como, los incentivos a la inversión productiva y la industrialización para las exportaciones.
Participo de la idea de colocar en el centro del debate económico la urgencia de echar adelante una agresiva política de industrialización especializada para las exportaciones.
Esta, en mi opinión, se hace obligante e inaplazable para quienes postulamos el socialismo como alternativa al capitalismo rentístico venezolano. La sociedad de la igualdad sustantiva y la abundancia de riqueza producida societariamente requiere del salto industrial o no será.
La política cambiaria en función de la máxima competitividad externa es pertinente por estratégica. Ciertamente es un camino complejo, es el desafío para darle a las generaciones venezolanas de las próximas dos décadas certidumbre de que los gigantescos avances científicos tecnológicos de la humanidad no les atrapará en el vencimiento del horizonte del modelo energético petrolero.
La acertada política de integración económica hacia el Mercosur y de acuerdos comerciales y productivos con países como China, Rusia, Vietnam, España, Irán, adelantada por nuestro gobierno, tiene sentido si construimos una oferta exportable competitiva en calidad y precios.
La corrección cambiaria del presente podría ser una excelente oportunidad para un a vueltas con el futuro.
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