27-F: sacudida y llamado de conciencia social
GUIDO ZULETA IBARGÜEN
“¿A quién defendemos, contra quién disparamos?”, preguntaban al general Elio García Barrios –a quien le mataron un hijo como represalia por la condena a los autores del atentado al avión con deportistas cubanos– varios jóvenes soldados del interior del país, traídos a Caracas durante el Caracazo el 27 de febrero de 1989. Manifestaba su angustia al siempre recordado P. Vives, presidente de Fundalatín en visita a su sede.
A 21 años, quienes lo hayan vivido, seguramente lo podrán recordar “como si hubiese sido ayer”. En ese mismo año se caía el muro de Berlín, como implosión de un estilo de socialismo autoritario y burocratizado. Y el advenimiento del aparente pensamiento único neoliberal.
En Caracas, la población se desbordó por unas medidas económicas firmadas en la carta de intención con el Fondo Monetario Internacional por el recientemente electo presidente Carlos Andrés Pérez; quien en su campaña calificaba al FMI de “bomba sólo mata gente”. Aparecían los efectos visibles de la mano invisible del mercado ultraliberal.
Se expresó la actuación de una población que salió a tomar, sin freno de conciencia, los bienes que se anunciaban por los medios de comunicación, como expresión de buena vida. No se difundieron asaltos a viviendas.
Los sucesos impactaron la conciencia. Hubo casos de suicidios por quienes no soportaron ver la represión de jóvenes militares a quienes les ordenaban disparar contra su pueblo.
Se sacudió la conciencia del militar formado en la frase de Bolívar: “maldito el soldado que dispare contra su pueblo”.
Una sacudida de conciencia global que, luego de 21 años, alerta para que no vuelva a ocurrir. Y que la conflictividad social se trate democráticamente –alejada de “calentamientos de calle”– con justicia social, desarrollo humano y cuidado del ambiente. Un camino ético de transformación superador de la cultura de la violencia, hacia la convivencia humana
GUIDO ZULETA IBARGÜEN
“¿A quién defendemos, contra quién disparamos?”, preguntaban al general Elio García Barrios –a quien le mataron un hijo como represalia por la condena a los autores del atentado al avión con deportistas cubanos– varios jóvenes soldados del interior del país, traídos a Caracas durante el Caracazo el 27 de febrero de 1989. Manifestaba su angustia al siempre recordado P. Vives, presidente de Fundalatín en visita a su sede.
A 21 años, quienes lo hayan vivido, seguramente lo podrán recordar “como si hubiese sido ayer”. En ese mismo año se caía el muro de Berlín, como implosión de un estilo de socialismo autoritario y burocratizado. Y el advenimiento del aparente pensamiento único neoliberal.
En Caracas, la población se desbordó por unas medidas económicas firmadas en la carta de intención con el Fondo Monetario Internacional por el recientemente electo presidente Carlos Andrés Pérez; quien en su campaña calificaba al FMI de “bomba sólo mata gente”. Aparecían los efectos visibles de la mano invisible del mercado ultraliberal.
Se expresó la actuación de una población que salió a tomar, sin freno de conciencia, los bienes que se anunciaban por los medios de comunicación, como expresión de buena vida. No se difundieron asaltos a viviendas.
Los sucesos impactaron la conciencia. Hubo casos de suicidios por quienes no soportaron ver la represión de jóvenes militares a quienes les ordenaban disparar contra su pueblo.
Se sacudió la conciencia del militar formado en la frase de Bolívar: “maldito el soldado que dispare contra su pueblo”.
Una sacudida de conciencia global que, luego de 21 años, alerta para que no vuelva a ocurrir. Y que la conflictividad social se trate democráticamente –alejada de “calentamientos de calle”– con justicia social, desarrollo humano y cuidado del ambiente. Un camino ético de transformación superador de la cultura de la violencia, hacia la convivencia humana
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