Tiempo real y tiempo político
William E. Izarra
El tiempo es implacable. No sólo es que nunca se detiene, sino su veloz transcurrir. Hace escasamente unos instantes atrás estábamos dándonos el abrazo de año nuevo y, ahora, apenas abrimos los ojos vemos que ya transcurrió el carnaval de febrero y se hacen los preparativos para la semana santa de marzo-abril.
Cuántas cosas han sucedido en este lapso de 2 meses. Expectativas incumplidas. Cursos de vida inesperados. Innovaciones fuera de los planes trazados. Ilusiones y motivos que aparecen para continuar la lucha diaria.
En fin, etapa de reconsideraciones que nos pueden obligar a girar, en más de una oportunidad 180 grados y hasta los mismos 360 para retornar a un punto que ya lo habíamos dado por agotado. Sin embargo, nada puede impedir que el tiempo avance inexorablemente. A veces, hasta en forma cruel y despiadada.
Por eso es que tenemos que ser realistas y ubicarnos en la justa dimensión de su significado. Y si no podemos doblegar su ímpetu para que nos permita reflexionar deteniendo su curso, asumamos el reto de ir a su misma velocidad generada por las leyes del misterioso universo y la vida. No obstante, el tiempo real (por ejemplo los dos meses que nos separan de diciembre) se diferencia del tiempo político. Si ha sido un tiempo de avance muy veloz, tanto que nos ha impedido cumplir con las primeras metas que nos propusimos alcanzar en este lapso del nuevo año, en el quehacer político dos meses pueden definir el nacimiento y consolidación de una nueva situación nunca antes imaginada (valga decir, en menos de 12 horas se asumió la elección de los candidatos a la Asamblea Nacional en cada circunscripción por la militancia de base). Las decisiones políticas nos llevan de la nada al todo en un efímero segundo y viceversa. Ayer se pudo haber estado en la cúspide del mando (ministro, asesor, jefe de unidad) y de la euforia del umbral del poder (dentro del entorno del primer anillo del líder) pero hoy, como causa de una decisión materializada en una palabra o una comunicación escrita, se estará en el fondo del abismo sin mando y sin contar con la fidelidad expresada por ese conjunto de adulantes e hipócritas que deambulan por los lados de quienes están próximos a ese poder.
Desde esta perspectiva y atendiendo a esta reflexión, la medida del tiempo real nos indica que para las elecciones de septiembre apenas nos separan siete meses. Algo así como la distancia que nuestros recuerdos puedan materializar desde lo que hicimos en el lapso de las vacaciones escolares de julio-agosto hasta hoy. Por ejemplo, la alegría manifestada por quienes terminaron su año lectivo y se graduaron o fueron promovidos a un curso superior; o los alféreces de las Academias Militares al verse ya como oficial de las FAB cumplido el tránsito de la vida de cadete a la de profesional; o el golpe sentimental que arranca la raíz de las emociones al saber la pérdida de un ser amado. Si nos detenemos un instante y repasamos en nuestra memoria los eventos que cumplimos en este período y seguimos hacia las actividades que realizamos durante enero y febrero, lograremos tener una síntesis de hechos que todavía están muy frescos en nuestro ser y espíritu. Tan es así que pareciera imposible que esos hechos hubiesen transcurrido hace siete meses. Pues bien, ese mismo lapso es el que nos separa de la elecciones de septiembre.
Por lo tanto, hay que acelerar el trabajo político en el marco de la campaña admirable. El tiempo real nos obliga a realizar una faena de 48 horas en una de 24. Cada revolucionario tiene que tomar conciencia de la especificidad de sus tiempos (reales y políticos) y, en consecuencia, definir su propia campaña admirable. Cada quien en su propio ámbito de competencia. Por ejemplo, el CFI en su ámbito de competencia tiene que desarrollar su estrategia en tres direcciones: (i) en el plano del individuo, estimular la conciencia crítica; (ii) en el plano de la comunidad difundir la ideología revolucionaria y formar cuadros; y (iii) en el plano de la investigación, hacerle seguimiento permanente al desarrollo de las actividades del Comando Sur y, muy particularmente, lo que hace su jefe el general Douglas Fraser.
Un militante de base miembro de un consejo comunal su ámbito de competencia es el propio consejo comunal o un sector de la comunidad (una manzana, o un grupo de residencias familiares) y es en esta extensión donde se ubica su alcance y donde tiene que cumplir las faenas políticas de su propia campaña admirable: restar espacio a la contrarrevolución y ganar terreno a las fuerzas propias para avanzar hacia la consolidación del socialismo.
El tiempo real nos debe incentivar a tomar conciencia que lo inexorable del tiempo coarta la productividad de nuestro esfuerzo. De tal manera, y a fin de obtener beneficios concretos y observables del esfuerzo que demanda la lucha política, tenemos que proyectar todas las tareas (producto de la inventiva y de nuestro particular talento) que en nuestro ámbito de competencia se requieren cumplir para asistir a las elecciones de la Asamblea Nacional con la certeza de alcanzar la victoria e impedir que las fuerzas contra-revolucionarias logren posesionarse de esa institución vital para la revolución (generador de la estructura jurídica para transformar la vida nacional). Cada uno de los que cree en este proceso y lucha por su profundización tiene que actuar políticamente (racionalmente audaz y con plena seguridad de sus actos) para impedir el avance de esas fuerza adversas que se fortalecen con cada evento que nosotros dejemos de cumplir. Si no lo hace, lo harán ellos y en consecuencia restarán energía a las fuerzas propias para obtener la victoria de manera contundente.
La proyección de tareas (a escasos siete meses) nos permitirá seleccionar el camino principal por el cual hay que transitar. Esa proyección nos indicará lo que no debe dejar de hacerse. Con esta visión de objetivos mantendremos la factibilidad de concretar la meta propuesta. No obstante, la práctica de la dialéctica de un proceso revolucionario puede conducir a la frustración.
Este tiempo de siete meses es bastante largo para los hechos políticos que van a darse, tanto en lo interno del PSUV como en lo externo de la escena nacional e internacional. En este tiempo puede variar el curso de la vida de la República y así afectar a la de los revolucionarios. En este tiempo pueden tomarse decisiones que alterarán las expectativas personales, como por ejemplo, no ser postulado como candidato. Y eso puede cambiar la actitud política si no se tienen bien elaborados los objetivos trascendentes que justifican la lucha día a día. De manera que, tiempo real y tiempo político son dos ciclos de un mismo intervalo que pueden entrar en contradicción y que no dependen de nuestra voluntad. Pero, lo que si depende de nosotros mismos es la definición de nuestros objetivos políticos. Objetivos que no tienen por qué verse alterados por la inclemencia del tiempo, sea este real o político. Si tenemos claro y así lo sentimos de alma y corazón que nuestra lucha no es por un cargo de poder, sea la Asamblea, la Gobernación o la Alcaldía, sino por la implantación de un nuevo sistema de vida en nuestro país y en el Continente (político, económico, social y cultural) entonces estaremos bien identificados con el proceso revolucionario. Lo electoral (específicamente en el plano personal) es meramente una acción táctica y, por lo tanto, capaz de ser prescindible. El proceso revolucionario, que es lo estratégico, sí tiene que significar para nosotros la vía que debe generar los cambios de estructura que desde hace diez años estamos luchando por establecer en Venezuela. Si nos identificamos con el proceso que apunta hacia las verdaderas transformaciones, entonces nuestro esfuerzo y sacrificio nunca deberá considerarse que ha sido en vano.
El tiempo no espera y nos puede sorprender si nos dormimos en la enigmática dilación de que llegue algo no trabajado con sudor y talento. El tiempo aunque logra curar heridas (real) y frustraciones (político) sigue siendo implacable. El tiempo de hoy es un impedimento al sosiego y serenidad; pero, seamos duro ante su paso despiadado, aceptemos el reto de enfrentarlo y doblegar su tránsito devastador. Hagamos del tiempo un instrumento para permitirnos crecer y crear nuevos caminos que nos incentiven a seguir luchando por las metas que buscamos por muy imposibles que se nos presenten.
El tiempo pasa y aunque nos vayamos poniendo viejos, tenemos que dominarlo y hacerlo un incentivador de nuestro espíritu, de nuestra vida, de nuestro amor por el prójimo y por lograr el bien común del colectivo.
William E. Izarra
El tiempo es implacable. No sólo es que nunca se detiene, sino su veloz transcurrir. Hace escasamente unos instantes atrás estábamos dándonos el abrazo de año nuevo y, ahora, apenas abrimos los ojos vemos que ya transcurrió el carnaval de febrero y se hacen los preparativos para la semana santa de marzo-abril.
Cuántas cosas han sucedido en este lapso de 2 meses. Expectativas incumplidas. Cursos de vida inesperados. Innovaciones fuera de los planes trazados. Ilusiones y motivos que aparecen para continuar la lucha diaria.
En fin, etapa de reconsideraciones que nos pueden obligar a girar, en más de una oportunidad 180 grados y hasta los mismos 360 para retornar a un punto que ya lo habíamos dado por agotado. Sin embargo, nada puede impedir que el tiempo avance inexorablemente. A veces, hasta en forma cruel y despiadada.
Por eso es que tenemos que ser realistas y ubicarnos en la justa dimensión de su significado. Y si no podemos doblegar su ímpetu para que nos permita reflexionar deteniendo su curso, asumamos el reto de ir a su misma velocidad generada por las leyes del misterioso universo y la vida. No obstante, el tiempo real (por ejemplo los dos meses que nos separan de diciembre) se diferencia del tiempo político. Si ha sido un tiempo de avance muy veloz, tanto que nos ha impedido cumplir con las primeras metas que nos propusimos alcanzar en este lapso del nuevo año, en el quehacer político dos meses pueden definir el nacimiento y consolidación de una nueva situación nunca antes imaginada (valga decir, en menos de 12 horas se asumió la elección de los candidatos a la Asamblea Nacional en cada circunscripción por la militancia de base). Las decisiones políticas nos llevan de la nada al todo en un efímero segundo y viceversa. Ayer se pudo haber estado en la cúspide del mando (ministro, asesor, jefe de unidad) y de la euforia del umbral del poder (dentro del entorno del primer anillo del líder) pero hoy, como causa de una decisión materializada en una palabra o una comunicación escrita, se estará en el fondo del abismo sin mando y sin contar con la fidelidad expresada por ese conjunto de adulantes e hipócritas que deambulan por los lados de quienes están próximos a ese poder.
Desde esta perspectiva y atendiendo a esta reflexión, la medida del tiempo real nos indica que para las elecciones de septiembre apenas nos separan siete meses. Algo así como la distancia que nuestros recuerdos puedan materializar desde lo que hicimos en el lapso de las vacaciones escolares de julio-agosto hasta hoy. Por ejemplo, la alegría manifestada por quienes terminaron su año lectivo y se graduaron o fueron promovidos a un curso superior; o los alféreces de las Academias Militares al verse ya como oficial de las FAB cumplido el tránsito de la vida de cadete a la de profesional; o el golpe sentimental que arranca la raíz de las emociones al saber la pérdida de un ser amado. Si nos detenemos un instante y repasamos en nuestra memoria los eventos que cumplimos en este período y seguimos hacia las actividades que realizamos durante enero y febrero, lograremos tener una síntesis de hechos que todavía están muy frescos en nuestro ser y espíritu. Tan es así que pareciera imposible que esos hechos hubiesen transcurrido hace siete meses. Pues bien, ese mismo lapso es el que nos separa de la elecciones de septiembre.
Por lo tanto, hay que acelerar el trabajo político en el marco de la campaña admirable. El tiempo real nos obliga a realizar una faena de 48 horas en una de 24. Cada revolucionario tiene que tomar conciencia de la especificidad de sus tiempos (reales y políticos) y, en consecuencia, definir su propia campaña admirable. Cada quien en su propio ámbito de competencia. Por ejemplo, el CFI en su ámbito de competencia tiene que desarrollar su estrategia en tres direcciones: (i) en el plano del individuo, estimular la conciencia crítica; (ii) en el plano de la comunidad difundir la ideología revolucionaria y formar cuadros; y (iii) en el plano de la investigación, hacerle seguimiento permanente al desarrollo de las actividades del Comando Sur y, muy particularmente, lo que hace su jefe el general Douglas Fraser.
Un militante de base miembro de un consejo comunal su ámbito de competencia es el propio consejo comunal o un sector de la comunidad (una manzana, o un grupo de residencias familiares) y es en esta extensión donde se ubica su alcance y donde tiene que cumplir las faenas políticas de su propia campaña admirable: restar espacio a la contrarrevolución y ganar terreno a las fuerzas propias para avanzar hacia la consolidación del socialismo.
El tiempo real nos debe incentivar a tomar conciencia que lo inexorable del tiempo coarta la productividad de nuestro esfuerzo. De tal manera, y a fin de obtener beneficios concretos y observables del esfuerzo que demanda la lucha política, tenemos que proyectar todas las tareas (producto de la inventiva y de nuestro particular talento) que en nuestro ámbito de competencia se requieren cumplir para asistir a las elecciones de la Asamblea Nacional con la certeza de alcanzar la victoria e impedir que las fuerzas contra-revolucionarias logren posesionarse de esa institución vital para la revolución (generador de la estructura jurídica para transformar la vida nacional). Cada uno de los que cree en este proceso y lucha por su profundización tiene que actuar políticamente (racionalmente audaz y con plena seguridad de sus actos) para impedir el avance de esas fuerza adversas que se fortalecen con cada evento que nosotros dejemos de cumplir. Si no lo hace, lo harán ellos y en consecuencia restarán energía a las fuerzas propias para obtener la victoria de manera contundente.
La proyección de tareas (a escasos siete meses) nos permitirá seleccionar el camino principal por el cual hay que transitar. Esa proyección nos indicará lo que no debe dejar de hacerse. Con esta visión de objetivos mantendremos la factibilidad de concretar la meta propuesta. No obstante, la práctica de la dialéctica de un proceso revolucionario puede conducir a la frustración.
Este tiempo de siete meses es bastante largo para los hechos políticos que van a darse, tanto en lo interno del PSUV como en lo externo de la escena nacional e internacional. En este tiempo puede variar el curso de la vida de la República y así afectar a la de los revolucionarios. En este tiempo pueden tomarse decisiones que alterarán las expectativas personales, como por ejemplo, no ser postulado como candidato. Y eso puede cambiar la actitud política si no se tienen bien elaborados los objetivos trascendentes que justifican la lucha día a día. De manera que, tiempo real y tiempo político son dos ciclos de un mismo intervalo que pueden entrar en contradicción y que no dependen de nuestra voluntad. Pero, lo que si depende de nosotros mismos es la definición de nuestros objetivos políticos. Objetivos que no tienen por qué verse alterados por la inclemencia del tiempo, sea este real o político. Si tenemos claro y así lo sentimos de alma y corazón que nuestra lucha no es por un cargo de poder, sea la Asamblea, la Gobernación o la Alcaldía, sino por la implantación de un nuevo sistema de vida en nuestro país y en el Continente (político, económico, social y cultural) entonces estaremos bien identificados con el proceso revolucionario. Lo electoral (específicamente en el plano personal) es meramente una acción táctica y, por lo tanto, capaz de ser prescindible. El proceso revolucionario, que es lo estratégico, sí tiene que significar para nosotros la vía que debe generar los cambios de estructura que desde hace diez años estamos luchando por establecer en Venezuela. Si nos identificamos con el proceso que apunta hacia las verdaderas transformaciones, entonces nuestro esfuerzo y sacrificio nunca deberá considerarse que ha sido en vano.
El tiempo no espera y nos puede sorprender si nos dormimos en la enigmática dilación de que llegue algo no trabajado con sudor y talento. El tiempo aunque logra curar heridas (real) y frustraciones (político) sigue siendo implacable. El tiempo de hoy es un impedimento al sosiego y serenidad; pero, seamos duro ante su paso despiadado, aceptemos el reto de enfrentarlo y doblegar su tránsito devastador. Hagamos del tiempo un instrumento para permitirnos crecer y crear nuevos caminos que nos incentiven a seguir luchando por las metas que buscamos por muy imposibles que se nos presenten.
El tiempo pasa y aunque nos vayamos poniendo viejos, tenemos que dominarlo y hacerlo un incentivador de nuestro espíritu, de nuestra vida, de nuestro amor por el prójimo y por lograr el bien común del colectivo.
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