ALBERTO MÜLLER ROJAS /DESDE MI REFUGIO
No hay dudas que nuestra dirigencia política está preparando al pueblo para el combate ante la amenaza imperial de acciones de guerra contra el Estado. Una posibilidad que si se examina lógicamente no tiene una alta probabilidad. Dentro de la racionalidad estratégica, el costo a pagar sería más alto que los beneficios que se obtendrían. Las ventajas que se lograrían –el control de los recursos energéticos que simbolizan el poder en la actualidad– no superarían nunca la pérdida de su prestigio ante la opinión pública globalizada.
Esto sin contar el riesgo que le impone al régimen colombiano, su agente regional, que opera dentro de la estrategia imperial del balance del poder en ultramar. De allí la conducta de ese gobierno de colocar la situación en los términos bilaterales dentro de los cuales nos ha mantenido el Imperio desde la posguerra. Una conducta que nos lleva a invocar como espíritu de la movilización al nacionalismo, antagónico al internacionalismo revolucionario.
Por otra parte, la movilización de recursos físicos para la lucha hoy no requiere de los ejércitos de masas, propios de la modernidad. Hoy la demanda de la guerra de Cuarta Generación es fundamentalmente tecnológica, para lo cual se inducen pequeños grupos con voluntad de combate (conciencia de sí y para sí), debidamente adiestrados en las técnicas correspondientes. Esto con la conciencia de que hoy las técnicas imponen la estrategia y no al revés. Los desaparecidos “círculos bolivarianos serían un ejemplo de este tipo de acción para la lucha, empero, por una parte, no se puede descartar el uso de formaciones militares “profesionales” (fuerzas de disuasión) para realizar acciones convencionales, mientras, por otra, se tiene que saber que uno u otro tipo de acción no está destinado a ocupar espacios para, desde éstos, imponer su dominio. Están propuestos para conquistar conciencias por el terror, de modo de romper la coherencia que le da unidad a la resistencia. No obstante, sí hay que movilizar al pueblo –no limitándolo al ámbito nacional sino extendiéndolo al conjunto de población que forma parte de los movimientos antiimperialistas a escala planetaria– de la misma forma que el enemigo ha reunido globalmente sus partidarios. Desde luego, este apoyo moral eleva el espíritu militar de nuestros combatientes, lo que no ocurre con nuestros antagonistas, mercenarios reclutados del proletariado. La élite dominante nunca ha ido al campo de batalla sino para dirigir desde la retaguardia las acciones militares.
La respuesta en nuestro caso no puede ser una reacción directa frente a la hostilidad adversaria. Ello sería una estrategia defensiva, no la ofensiva que impone las relaciones de poder con los adversarios en la actualidad. No necesariamente un ataque contra Venezuela demanda una repuesta localizada, que es lo que justamente espera el atacante. Una acción de esa naturaleza puede responderse con una ofensiva contra el régimen hondureño, que es un objetivo vital para los intereses imperiales, pues, es desde allí que se sostiene el Plan Puebla-Panamá, mira facilitadora del tráfico interoceánico que alimenta el mercado global. Ya en este momento se debiesen estar dando señales de esta intención para contrarrestar la intimidación mental que contra los venezolanos ha iniciado el Imperio, usando como agente la uribocracia colombiana.
Esto sin contar el riesgo que le impone al régimen colombiano, su agente regional, que opera dentro de la estrategia imperial del balance del poder en ultramar. De allí la conducta de ese gobierno de colocar la situación en los términos bilaterales dentro de los cuales nos ha mantenido el Imperio desde la posguerra. Una conducta que nos lleva a invocar como espíritu de la movilización al nacionalismo, antagónico al internacionalismo revolucionario.
Por otra parte, la movilización de recursos físicos para la lucha hoy no requiere de los ejércitos de masas, propios de la modernidad. Hoy la demanda de la guerra de Cuarta Generación es fundamentalmente tecnológica, para lo cual se inducen pequeños grupos con voluntad de combate (conciencia de sí y para sí), debidamente adiestrados en las técnicas correspondientes. Esto con la conciencia de que hoy las técnicas imponen la estrategia y no al revés. Los desaparecidos “círculos bolivarianos serían un ejemplo de este tipo de acción para la lucha, empero, por una parte, no se puede descartar el uso de formaciones militares “profesionales” (fuerzas de disuasión) para realizar acciones convencionales, mientras, por otra, se tiene que saber que uno u otro tipo de acción no está destinado a ocupar espacios para, desde éstos, imponer su dominio. Están propuestos para conquistar conciencias por el terror, de modo de romper la coherencia que le da unidad a la resistencia. No obstante, sí hay que movilizar al pueblo –no limitándolo al ámbito nacional sino extendiéndolo al conjunto de población que forma parte de los movimientos antiimperialistas a escala planetaria– de la misma forma que el enemigo ha reunido globalmente sus partidarios. Desde luego, este apoyo moral eleva el espíritu militar de nuestros combatientes, lo que no ocurre con nuestros antagonistas, mercenarios reclutados del proletariado. La élite dominante nunca ha ido al campo de batalla sino para dirigir desde la retaguardia las acciones militares.
La respuesta en nuestro caso no puede ser una reacción directa frente a la hostilidad adversaria. Ello sería una estrategia defensiva, no la ofensiva que impone las relaciones de poder con los adversarios en la actualidad. No necesariamente un ataque contra Venezuela demanda una repuesta localizada, que es lo que justamente espera el atacante. Una acción de esa naturaleza puede responderse con una ofensiva contra el régimen hondureño, que es un objetivo vital para los intereses imperiales, pues, es desde allí que se sostiene el Plan Puebla-Panamá, mira facilitadora del tráfico interoceánico que alimenta el mercado global. Ya en este momento se debiesen estar dando señales de esta intención para contrarrestar la intimidación mental que contra los venezolanos ha iniciado el Imperio, usando como agente la uribocracia colombiana.
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