jueves, 30 de abril de 2009

Un día como hay muere el "Chino Valera Mora"

Valera Mora muere en 1984, en Caracas. Deja a las nuevas generaciones de poetas, su manera desenfadada de unir el lenguaje de lo cotidiano con los grandes temas del hombre como la libertad, la lucha por justicia y el amor de la mujer. Su poseía representa la enunciación del despertar popular, la lucha y la consolidación de los pueblos.
Nació en 1935 en Valera, Venezuela. Hijo de un obrero que murió de tuberculosis y de una campesina que terminó el bachiller en los llanos de Guárico. Salió de los llanos, para estudiar sociología en la Universidad Central, luego fue miembro del Partido Comunista, y estar preso durante las manifestaciones contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, a finales de 1957.
Por los ’60, Venezuela vive una época de levantamientos militares, estudiantiles y políticos contra el régimen de Rómulo Betancourt, quien había tomado partido por el gobierno estadounidense frente a la Cuba de Fidel Castro.
Frente a esa situación, junto a un grupo de intelectuales despliega una movida cultural y crea la mítica “Pandilla Lautreamount”, un grupo de poetas, poetisas, actores, magos, parias, que deambulan por los cafés literarios de Venezuela.
“A través de los cafés literarios de Sabana Grande, reflejaba el alma guerrillera mediante la insurgencia estética de los grupos de ese momento”.
Valera, expresa en sus poemas una ética ideológica, amorosa, de un lenguaje imprecatorio y, al mismo tiempo, sentimental. “Es una poesía de acusaciones, de desmitificaciones del reclamo amoroso”.
En 1961, publica su primer libro “La canción del soldado justo”, un compendio y proclama de las esperanzas y sueños revolucionarios del momento. Luego, vendrán “Con un pie en el estribo” de 1972, y el póstumo “Del ridículo arte de componer poesía”.
Su segundo libro “Amanecí de bala”, de 1971 es catalogado de subversivo por un general de la Dirección de Inteligencia Militar. El castrense aseguró que el libro era más subversivo que los pocos focos guerrilleros que aún existían y que era imperioso el encierro.
El poeta no espera la condena, y parte a Roma gracias a una beca que le consiguen algunos amigos. Allí escribe sus “70 poemas estalinistas”, el último de sus libros publicado en vida, por el cual recibió un premio en 1980.
El escritor colombiano, Harold Alvarado Tenorio, sostiene sobre esa publicación. “Se trató más bien de otro acto del incorregible. Entrando en los años ochentas, cuando el eurocomunismo daba sus últimas estocadas a los viejos partidos autoritarios y la memoria del defensor de la gran patria se veía teñida por los horrores del gulag y las denuncias de los disidentes y el glasnost y la perestroika anunciaban el fin del comunismo, publicar un libro con ese título y esos pretendidos homenajes, no dejaba de ser una ironía del poeta que había visto claudicar a casi todos sus amigos de la mano la corrupción de los gobiernos venezolanos”.
La lucha de clases.
Los grandes monopolios imperialistas.
Los malditos muñones de la generación del 28
que tanto daño nos han hecho.
El policía del parque, los enamorados están
en la posibilidad de iniciar el terrorismo.
El recuerdo desde la llanura, caballo
llorando sangre recomenzada. Triste cuestión.
Este asunto de llevar una guitarra bajo el brazo.
La libertad de morirse de hambre doblemente.
Aquiles el escudero de la ternura
últimamente se ha dado muy duro en el alma.
Esto nos obliga a hablar
el más terrible de los lenguajes.
Hacer de la poesía un fusil airado, implacable
hasta la hermosura.
No hay otra alternativa,
la caída de un combatiente popular
es más dolorosa que el derrumbamiento
de todas las imágenes.
Cuando el pueblo tome el poder, veremos qué hacer,
mientras tanto sigamos en lo nuestro.
Del poemario Canción del soldado justo
(1961)

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