“Ninguna mano del pueblo se levantará contra mí y la oligarquía no me mata, porque sabe que si lo hace el País se vuelca y las aguas demorarán cincuenta años en regresar a su nivel normal”
JEG
"Yo no soy yo, yo soy un pueblo que me sigue por que se sigue a si mismo cuando me ha interpretado"
JEG
"Yo no soy yo, yo soy un pueblo que me sigue por que se sigue a si mismo cuando me ha interpretado"
SOCIALISMO DEL SIGLO XXI: GAITAN VIVE
Soplan vientos de esperanza en América Latina. La lucha por el socialismo recoge su fortaleza en el legado de las luchas encendidas del pasado, enriqueciéndose con valiosas lecciones recibidas de victorias alcanzadas y derrotas superadas, siempre mirando hacia adelante, abiertos a las innovaciones y a los cambios. Es el fruto de muchos años de acción beligerante y constructiva, ahora enmarcada en nuevos principios teóricos, donde la pauta la dan la complejidad, la organicidad, lo relacional y la unidad de lo diverso
Ya no se puede hablar de dogmas, ni de pensamientos únicos, ni de “líneas correctas absolutas” sino de multiplicidad y complementariedad en el pensamiento socialista. No se habla más de “un socialismo único” sino de “los socialismos” que, en lugar de enfrentarse como adversarios, se nutren de sus diferencias para forjar la unidad de lo diverso.
Es por ello que es necesario y pertinente intercambiar experiencias colectivas, reconociendo que ese aliento novedoso es la antorcha que nace de la concepción plural de la vida en colectivo, donde nuestros pueblos se reconocen como mayorías, con suficiente presencia y autoestima como para imponer la autodeterminación y la participación directa en la conducción de sus destinos.
A esta nueva concepción del mundo, se enfrentan los agentes de la reacción que, para mantener su dominio, unen sus fuerzas globalizantes, empeñándose en imponer su arbitraria concepción de vida en sociedad.
La reacción sabe que al triunfo inexorable de los pueblos latinoamericanos no lo pueden enfrentar con la razón ni con la historia, sólo con la violencia y la imposición. a través de la manipulación de la verdad y del sometimiento cultural, económico y político. De ahí que ellos hablen un lenguaje de guerra, de intervencionismo y de entierro de la historia, mientras el pueblo propone fórmulas de intercambio y de diálogo. Sus métodos se hacen cada vez más autoritarios y manipuladores, donde la mentira se enseñorea en el intento de derrotar la voluntad de justicia, democracia funcional y de equidad por las que lucha el pueblo.
Honramos el pensamiento vivo de un gran nuestro americano, como fue Jorge Eliécer Gaitán, que supo entender la importancia de los nuevos paradigmas científicos para crear una doctrina socialista eficiente, fundamentada en un idealismo pragmático, iluminada por la realidad latinoamericana y orientada por las tesis modernas de la organicidad y la complejidad.
Rendirle homenaje a Gaitán en la hora de ahora –cuando la reacción ha proclamado la necesidad de sepultar para siempre su memoria revolucionaria transformándolo en una figura sin vocación de futuro- es dar una batalla por recoger también el pensamiento batallador e innovador de los muchos latinoamericanos que han entregado sus vidas para abrirle paso a esta nueva época de la pluralidad del socialismo, de su victoria y de su legitimidad para salvar al continente de la imposición explotadora del capitalismo globalizante y guerrerista.
"Gaitán es un líder en trance de agonía." Así escribía en su editorial el periódico conservador El Diario del Pacífico, de Cali, el día 8 de abril de 1948. Naturalmente, nadie creyó en tales premoniciones. Incluso, si Gaitán por casualidad hubiera leído la noticia, no lo hubiera perturbado en lo más mínimo. Gaitán tenía en mente otro tipo de preocupaciones. Julio Ortiz Márquez, un hombre de confianza de Gaitán, recordaba con un nudo en la garganta que, "en la noche, después de la formidable Manifestación del Silencio en Bogotá, le dijo al caudillo liberal: Jorge Eliécer, a usted lo van a matar, usted tiene que cuidarse mucho. Porque a él le gustaba andar solo y de golpe se salía de noche, era algo muy peligroso. Pero nos decía: A mí no me matan, mi seguro es el pueblo, porque mi posible asesino sabe que a él lo matan en el momento en que me mate, y ese es mi seguro de vida." Involuntariamente Gaitán, en la plena seguridad de su vida, estaba imaginando lo que después le sucedería a Juan Roa Sierra en la tarde fatídica del 9 de abril. A Gaitán le enfurecía la idea de tener un grupo de guardaespaldas que cuidaran de él. Rechazó muchas veces la oferta que en este sentido le hicieron sus fíeles amigos de la "Jega". Gaitán sólo creía en su muerte natural.
Jorge Eliezer Gaitán
El país político, dice Gaitán, nada tiene que ver con el país nacional. Gaitán es jefe del Partido Liberal, pero es también su oveja negra. Lo adoran los pobres de todas las banderas. ¿Qué diferencia hay entre el hambre liberal y el hambre conservadora? ¡El paludismo no es conservador ni liberal!
La voz de Gaitán desata al pueblo que por su boca grita. Este hombre pone al miedo de espaldas. De todas partes acuden a escucharlo, a escucharse, los andrajosos, echando remo a través de la selva y metiendo espuela a los caballos por los caminos. Dicen que cuando Gaitán habla se rompe la niebla en Bogotá; y que hasta el mismo san Pedro para la oreja y no permite que caiga la lluvia sobre las gigantescas concentraciones reunidas a la luz de las antorchas.
El altivo caudillo, enjuto rostro de estatua, denuncia sin pelos en la lengua a la oligarquía y al ventrílocuo imperialista que la tiene sentada en sus rodillas, oligarquía sin vida propia ni palabra propia, y anuncia la reforma agraria y otras verdades que pondrán fin a tan larga mentira.
Si no lo matan, Gaitán será presidente de Colombia. Comprarlo, no se puede. ¿A qué tentación podría sucumbir este hombre que desprecia el placer, que duerme solo, come poco y bebe nada y que no acepta la anestesia ni para sacarse una muela?
El bogotazo visto por Fidel
A las dos de la tarde de este nueve de abril, Gaitán tenía una cita. Iba a recibir a un estudiante, uno de los estudiantes latinoamericanos que se están reuniendo en Bogotá al margen y en contra de la ceremonia panamericana del general Marshall.
A la una y media, el estudiante sale del hotel, dispuesto a echarse una suave caminata hacia la oficina de Gaitán. Pero a poco andar escucha ruidos de terremoto y una avalancha humana se le viene encima. El pobrerío, brotando de los suburbios y descolgado de los cerros, avanza en tromba hacia todos los lugares, huracán del dolor y de la ira que viene barriendo la ciudad, rompiendo vidrieras, volcando tranvías, incendiando edificios: -¡Lo mataron! ¡Lo mataron!
Ha sido en la calle, de tres balazos. El reloj de Gaitán quedó parado a la una y cinco. El estudiante, un cubano corpulento llamado Fidel Castro, se mete en la cabeza una gorra sin visera y se deja llevar por el viento del pueblo.
Llamas Invaden el centro de Bogotá las ruanas indias y las alpargatas obreras, manos curtidas por la tierra o por la cal, manos manchadas de aceite o de lustre de zapatos, y al torbellino acuden los changadores y los estudiantes y los camareros, las lavanderas del río y las vivanderas del mercado, las siete amores y los siete oficios, los buscavidas, los busca muertes y los busca suertes: del torbellino se desprende una mujer llevándose cuatro abrigos de piel, todos encima, torpe y feliz como una osa enamorada; como un conejo huye un hombre con varios collares de perlas en el pescuezo y como tortuga camina otro con una nevera a la espalda.
En las esquinas, niños en harapos dirigen el tránsito, los presos revientan los barrotes de las cárceles, alguien corta a machetazos las mangueras de los bomberos. Bogotá es una inmensa fogata y el cielo una bóveda roja; de los balcones de los ministerios incendiados llueven máquinas de escribir y llueven balazos desde los campanarios de las iglesias en llamas. Los policías se esconden o se cruzan de brazos ante la furia.
Desde el palacio presidencial, se ve venir el río de gente. Las ametralladoras han rechazado ya dos ataques, pero el gentío alcanzó a arrojar contra las puertas del palacio al destripado pelele que había matado a Gaitán.
Doña Bertha, la primera dama, se calza un revólver al cinto y llama por teléfono a su confesor:
-Padre, tenga la bondad de llevar a mi hijo a la Embajada americana.
Desde un teléfono el presidente Ospina Pérez, manda proteger la casa del general Marshall y dicta órdenes contra la chusma alzada. Después, se sienta y espera. El rugido crece desde las calles.
Tres tanques encabezan la embestida contra el palacio presidencial. Los tanques llevan gente encima, gente agitando banderas y gritando el nombre de Gaitán, y detrás arremete la multitud erizada de machetes, hachas y garrotes. No bien llegan a palacio, los tanques se detienen. Giran lentamente las torretas, apuntan hacia atrás y empiezan a matar pueblo a montones.
Alguien deambula en busca de un zapato. Una mujer aúlla con un niño muerto en brazos. La ciudad humea. Se camina con cuidado, por no pisar cadáveres. Un maniquí descuajaringado cuelga de los cables del tranvía. Desde la escalinata de un monasterio hecho carbón, un Cristo desnudo y tiznado mira al cielo con los brazos en cruz. Al pie de esa escalinata, un mendigo bebe y convida: la mitra del arzobispo le tapa la cabeza hasta los ojos y una cortina de terciopelo morado le envuelve el cuerpo, pero el mendigo se defiende del frío bebiendo coñac francés en cáliz de oro, y en copón de plata ofrece tragos a los caminantes. Bebiendo y convidando, lo voltea una bala del ejército.
Suenan los últimos tiros. La ciudad, arrasada por el fuego, recupera el orden. Al cabo de tres días de venganza y locura, el pueblo desarmado vuelve al humilladero de siempre a trabajar y tristear.
El Asesinato
Tres disparos de revólver sobre el cuerpo del jefe del Partido Liberal colombiano, Jorge Eliecer Gaitán, hechos por Juan Roa Sierra a la una y cuarto de la tarde del día viernes 9 de Abril de 1948, desencadenaron a lo largo y año del territorio nacional un movimiento de carácter revolucionario, que solo pudo ser controlados siete días mas tarde. A esa hora se inicio una ola de pillaje e incendios que prontamente se extendió por toda la parte central de Santafé de Bogotá, con asalto a los edificios de gobierno, edificios religiosos, radiodifusoras, con tal simultaneidad en los hechos que se podría pensarse que hubo un plan previo. A esa hora en miles de hogares colombianos se extendió la noticia como un reguero de pólvora, habían matado a Jorge Eliecer Gaitán, se perdió desde ese momento el sentimiento de seguridad personal, de la propiedad, del honor, de la convivencia entre amigos y solo se escuchaba la palabra revolución. El día del asesinato el líder liberal estaba en su oficina con sus amigos Pedro Eliseo Cruz, Plinio Mendoza Neira, Alejandro Vallejo y Jorge Padilla. Se celebraba en la ciudad en ese momento la IX Conferencia Panamericana y habían llegado a ella delegados de los países de América. Un poco antes de la una de esa tarde salieron los cinco amigos de la oficina de este ultimo y se encaminaron por la carrera séptima hacia el restaurante donde Mendoza Neira los había invitado a almorzar; el grupo se dividió en uno conformado por Mendoza y Gaitán, quienes iban adelante y detrás de ellos Vallejo, Padilla y Eliseo Cruz; seguidamente se escucharon tres disparos a quemarropa, los cuales impactaron en el cuerpo de Gaitán, este cayó hacia atrás; sus amigos viendo que aun estaba con vida procedieron a subirlo a un taxi y conducirlo a la Clínica Central ubicada cerca de allí.
A pesar de todos los esfuerzos a la una y cincuenta y cinco minutos de la tarde dejo de existir. Mientras tanto en la calle el asesino trato de refugiarse en la Droguería Granada, sin embargo un policía logro detenerlo y cuando procedía a hacerlo preso la multitud enardecida se abalanzo sobre él, un lustrabotas le asesto el primer golpe con su caja de embolar, posteriormente el resto de la gente la emprendió a puntapiés hasta dejarlo destrozado en el pavimento. Pronto desde todos los barrios de la capital empezaron a llegar buses cargados de la turba enfurecida, no se sabe de dónde broto el grito A Palacio , con ello se referían al Palacio Presidencial ubicado en todo el centro de la ciudad, en el solo se contaba con dieciséis soldados, parte del Batallón Guardia Presidencial, la muchedumbre empezó a agolparse a las puertas de la edificación; el cadáver del asesino había sido dejado desnudo en la entrada principal; el Presidente y su señora arribaron a marcha veloz por la carrera séptima, la muchedumbre trato de impedirle el paso, pero no lo alcanzaron. Las emisoras de la ciudad presionaban a la gente para que procediera a tomarse la justicia por sus manos, se asalto a los almacenes de San Victorino ubicados sobre la carrera 13, de donde sacaron dinamita, pólvora, machetes, armas de fuego, etc.
El 14 de Abril millares de habitantes se dieron cita en el Parque Nacional para dar el ultimo adiós al caudillo quien había permanecido en cámara ardiente en su residencia; a la una y media de la tarde se le dio sepultura en ella, la cual fue convertida en Monumento Nacional por decreto ejecutivo.
Soplan vientos de esperanza en América Latina. La lucha por el socialismo recoge su fortaleza en el legado de las luchas encendidas del pasado, enriqueciéndose con valiosas lecciones recibidas de victorias alcanzadas y derrotas superadas, siempre mirando hacia adelante, abiertos a las innovaciones y a los cambios. Es el fruto de muchos años de acción beligerante y constructiva, ahora enmarcada en nuevos principios teóricos, donde la pauta la dan la complejidad, la organicidad, lo relacional y la unidad de lo diverso
Ya no se puede hablar de dogmas, ni de pensamientos únicos, ni de “líneas correctas absolutas” sino de multiplicidad y complementariedad en el pensamiento socialista. No se habla más de “un socialismo único” sino de “los socialismos” que, en lugar de enfrentarse como adversarios, se nutren de sus diferencias para forjar la unidad de lo diverso.
Es por ello que es necesario y pertinente intercambiar experiencias colectivas, reconociendo que ese aliento novedoso es la antorcha que nace de la concepción plural de la vida en colectivo, donde nuestros pueblos se reconocen como mayorías, con suficiente presencia y autoestima como para imponer la autodeterminación y la participación directa en la conducción de sus destinos.
A esta nueva concepción del mundo, se enfrentan los agentes de la reacción que, para mantener su dominio, unen sus fuerzas globalizantes, empeñándose en imponer su arbitraria concepción de vida en sociedad.
La reacción sabe que al triunfo inexorable de los pueblos latinoamericanos no lo pueden enfrentar con la razón ni con la historia, sólo con la violencia y la imposición. a través de la manipulación de la verdad y del sometimiento cultural, económico y político. De ahí que ellos hablen un lenguaje de guerra, de intervencionismo y de entierro de la historia, mientras el pueblo propone fórmulas de intercambio y de diálogo. Sus métodos se hacen cada vez más autoritarios y manipuladores, donde la mentira se enseñorea en el intento de derrotar la voluntad de justicia, democracia funcional y de equidad por las que lucha el pueblo.
Honramos el pensamiento vivo de un gran nuestro americano, como fue Jorge Eliécer Gaitán, que supo entender la importancia de los nuevos paradigmas científicos para crear una doctrina socialista eficiente, fundamentada en un idealismo pragmático, iluminada por la realidad latinoamericana y orientada por las tesis modernas de la organicidad y la complejidad.
Rendirle homenaje a Gaitán en la hora de ahora –cuando la reacción ha proclamado la necesidad de sepultar para siempre su memoria revolucionaria transformándolo en una figura sin vocación de futuro- es dar una batalla por recoger también el pensamiento batallador e innovador de los muchos latinoamericanos que han entregado sus vidas para abrirle paso a esta nueva época de la pluralidad del socialismo, de su victoria y de su legitimidad para salvar al continente de la imposición explotadora del capitalismo globalizante y guerrerista.
"Gaitán es un líder en trance de agonía." Así escribía en su editorial el periódico conservador El Diario del Pacífico, de Cali, el día 8 de abril de 1948. Naturalmente, nadie creyó en tales premoniciones. Incluso, si Gaitán por casualidad hubiera leído la noticia, no lo hubiera perturbado en lo más mínimo. Gaitán tenía en mente otro tipo de preocupaciones. Julio Ortiz Márquez, un hombre de confianza de Gaitán, recordaba con un nudo en la garganta que, "en la noche, después de la formidable Manifestación del Silencio en Bogotá, le dijo al caudillo liberal: Jorge Eliécer, a usted lo van a matar, usted tiene que cuidarse mucho. Porque a él le gustaba andar solo y de golpe se salía de noche, era algo muy peligroso. Pero nos decía: A mí no me matan, mi seguro es el pueblo, porque mi posible asesino sabe que a él lo matan en el momento en que me mate, y ese es mi seguro de vida." Involuntariamente Gaitán, en la plena seguridad de su vida, estaba imaginando lo que después le sucedería a Juan Roa Sierra en la tarde fatídica del 9 de abril. A Gaitán le enfurecía la idea de tener un grupo de guardaespaldas que cuidaran de él. Rechazó muchas veces la oferta que en este sentido le hicieron sus fíeles amigos de la "Jega". Gaitán sólo creía en su muerte natural.
Jorge Eliezer Gaitán
El país político, dice Gaitán, nada tiene que ver con el país nacional. Gaitán es jefe del Partido Liberal, pero es también su oveja negra. Lo adoran los pobres de todas las banderas. ¿Qué diferencia hay entre el hambre liberal y el hambre conservadora? ¡El paludismo no es conservador ni liberal!
La voz de Gaitán desata al pueblo que por su boca grita. Este hombre pone al miedo de espaldas. De todas partes acuden a escucharlo, a escucharse, los andrajosos, echando remo a través de la selva y metiendo espuela a los caballos por los caminos. Dicen que cuando Gaitán habla se rompe la niebla en Bogotá; y que hasta el mismo san Pedro para la oreja y no permite que caiga la lluvia sobre las gigantescas concentraciones reunidas a la luz de las antorchas.
El altivo caudillo, enjuto rostro de estatua, denuncia sin pelos en la lengua a la oligarquía y al ventrílocuo imperialista que la tiene sentada en sus rodillas, oligarquía sin vida propia ni palabra propia, y anuncia la reforma agraria y otras verdades que pondrán fin a tan larga mentira.
Si no lo matan, Gaitán será presidente de Colombia. Comprarlo, no se puede. ¿A qué tentación podría sucumbir este hombre que desprecia el placer, que duerme solo, come poco y bebe nada y que no acepta la anestesia ni para sacarse una muela?
El bogotazo visto por Fidel
A las dos de la tarde de este nueve de abril, Gaitán tenía una cita. Iba a recibir a un estudiante, uno de los estudiantes latinoamericanos que se están reuniendo en Bogotá al margen y en contra de la ceremonia panamericana del general Marshall.
A la una y media, el estudiante sale del hotel, dispuesto a echarse una suave caminata hacia la oficina de Gaitán. Pero a poco andar escucha ruidos de terremoto y una avalancha humana se le viene encima. El pobrerío, brotando de los suburbios y descolgado de los cerros, avanza en tromba hacia todos los lugares, huracán del dolor y de la ira que viene barriendo la ciudad, rompiendo vidrieras, volcando tranvías, incendiando edificios: -¡Lo mataron! ¡Lo mataron!
Ha sido en la calle, de tres balazos. El reloj de Gaitán quedó parado a la una y cinco. El estudiante, un cubano corpulento llamado Fidel Castro, se mete en la cabeza una gorra sin visera y se deja llevar por el viento del pueblo.
Llamas Invaden el centro de Bogotá las ruanas indias y las alpargatas obreras, manos curtidas por la tierra o por la cal, manos manchadas de aceite o de lustre de zapatos, y al torbellino acuden los changadores y los estudiantes y los camareros, las lavanderas del río y las vivanderas del mercado, las siete amores y los siete oficios, los buscavidas, los busca muertes y los busca suertes: del torbellino se desprende una mujer llevándose cuatro abrigos de piel, todos encima, torpe y feliz como una osa enamorada; como un conejo huye un hombre con varios collares de perlas en el pescuezo y como tortuga camina otro con una nevera a la espalda.
En las esquinas, niños en harapos dirigen el tránsito, los presos revientan los barrotes de las cárceles, alguien corta a machetazos las mangueras de los bomberos. Bogotá es una inmensa fogata y el cielo una bóveda roja; de los balcones de los ministerios incendiados llueven máquinas de escribir y llueven balazos desde los campanarios de las iglesias en llamas. Los policías se esconden o se cruzan de brazos ante la furia.
Desde el palacio presidencial, se ve venir el río de gente. Las ametralladoras han rechazado ya dos ataques, pero el gentío alcanzó a arrojar contra las puertas del palacio al destripado pelele que había matado a Gaitán.
Doña Bertha, la primera dama, se calza un revólver al cinto y llama por teléfono a su confesor:
-Padre, tenga la bondad de llevar a mi hijo a la Embajada americana.
Desde un teléfono el presidente Ospina Pérez, manda proteger la casa del general Marshall y dicta órdenes contra la chusma alzada. Después, se sienta y espera. El rugido crece desde las calles.
Tres tanques encabezan la embestida contra el palacio presidencial. Los tanques llevan gente encima, gente agitando banderas y gritando el nombre de Gaitán, y detrás arremete la multitud erizada de machetes, hachas y garrotes. No bien llegan a palacio, los tanques se detienen. Giran lentamente las torretas, apuntan hacia atrás y empiezan a matar pueblo a montones.
Alguien deambula en busca de un zapato. Una mujer aúlla con un niño muerto en brazos. La ciudad humea. Se camina con cuidado, por no pisar cadáveres. Un maniquí descuajaringado cuelga de los cables del tranvía. Desde la escalinata de un monasterio hecho carbón, un Cristo desnudo y tiznado mira al cielo con los brazos en cruz. Al pie de esa escalinata, un mendigo bebe y convida: la mitra del arzobispo le tapa la cabeza hasta los ojos y una cortina de terciopelo morado le envuelve el cuerpo, pero el mendigo se defiende del frío bebiendo coñac francés en cáliz de oro, y en copón de plata ofrece tragos a los caminantes. Bebiendo y convidando, lo voltea una bala del ejército.
Suenan los últimos tiros. La ciudad, arrasada por el fuego, recupera el orden. Al cabo de tres días de venganza y locura, el pueblo desarmado vuelve al humilladero de siempre a trabajar y tristear.
El Asesinato
Tres disparos de revólver sobre el cuerpo del jefe del Partido Liberal colombiano, Jorge Eliecer Gaitán, hechos por Juan Roa Sierra a la una y cuarto de la tarde del día viernes 9 de Abril de 1948, desencadenaron a lo largo y año del territorio nacional un movimiento de carácter revolucionario, que solo pudo ser controlados siete días mas tarde. A esa hora se inicio una ola de pillaje e incendios que prontamente se extendió por toda la parte central de Santafé de Bogotá, con asalto a los edificios de gobierno, edificios religiosos, radiodifusoras, con tal simultaneidad en los hechos que se podría pensarse que hubo un plan previo. A esa hora en miles de hogares colombianos se extendió la noticia como un reguero de pólvora, habían matado a Jorge Eliecer Gaitán, se perdió desde ese momento el sentimiento de seguridad personal, de la propiedad, del honor, de la convivencia entre amigos y solo se escuchaba la palabra revolución. El día del asesinato el líder liberal estaba en su oficina con sus amigos Pedro Eliseo Cruz, Plinio Mendoza Neira, Alejandro Vallejo y Jorge Padilla. Se celebraba en la ciudad en ese momento la IX Conferencia Panamericana y habían llegado a ella delegados de los países de América. Un poco antes de la una de esa tarde salieron los cinco amigos de la oficina de este ultimo y se encaminaron por la carrera séptima hacia el restaurante donde Mendoza Neira los había invitado a almorzar; el grupo se dividió en uno conformado por Mendoza y Gaitán, quienes iban adelante y detrás de ellos Vallejo, Padilla y Eliseo Cruz; seguidamente se escucharon tres disparos a quemarropa, los cuales impactaron en el cuerpo de Gaitán, este cayó hacia atrás; sus amigos viendo que aun estaba con vida procedieron a subirlo a un taxi y conducirlo a la Clínica Central ubicada cerca de allí.
A pesar de todos los esfuerzos a la una y cincuenta y cinco minutos de la tarde dejo de existir. Mientras tanto en la calle el asesino trato de refugiarse en la Droguería Granada, sin embargo un policía logro detenerlo y cuando procedía a hacerlo preso la multitud enardecida se abalanzo sobre él, un lustrabotas le asesto el primer golpe con su caja de embolar, posteriormente el resto de la gente la emprendió a puntapiés hasta dejarlo destrozado en el pavimento. Pronto desde todos los barrios de la capital empezaron a llegar buses cargados de la turba enfurecida, no se sabe de dónde broto el grito A Palacio , con ello se referían al Palacio Presidencial ubicado en todo el centro de la ciudad, en el solo se contaba con dieciséis soldados, parte del Batallón Guardia Presidencial, la muchedumbre empezó a agolparse a las puertas de la edificación; el cadáver del asesino había sido dejado desnudo en la entrada principal; el Presidente y su señora arribaron a marcha veloz por la carrera séptima, la muchedumbre trato de impedirle el paso, pero no lo alcanzaron. Las emisoras de la ciudad presionaban a la gente para que procediera a tomarse la justicia por sus manos, se asalto a los almacenes de San Victorino ubicados sobre la carrera 13, de donde sacaron dinamita, pólvora, machetes, armas de fuego, etc.
El 14 de Abril millares de habitantes se dieron cita en el Parque Nacional para dar el ultimo adiós al caudillo quien había permanecido en cámara ardiente en su residencia; a la una y media de la tarde se le dio sepultura en ella, la cual fue convertida en Monumento Nacional por decreto ejecutivo.
1 comentario:
"yo no soy un hombre,soy un pueblo"Una verdad tan grande como una caredral,Gaitan era un pueblo,y el pueblo era Gaitan,por eso lo mato la oligarquia colombiana.El asesinato de Gaitan acabo con el sueño de un cambio sociopolitico en colombia.Gaitan era un socialdemocrata,y,uno de sus grandes sueños estaba basado en una integracion latinoamericana.
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