La necesidad de los cuadros en la transición.
En una mano la tarjeta de crédito y en la otra el puño alzado por la revolución, el hombre viejo como elemento germinador del hombre nuevo, la transmutación de conciencia, de sociedad.
Raúl Bracho
La revolución del socialismo del siglo XXI se dibuja con la convivencia del capitalismo en su etapa final y el socialismo naciente. El poder político en manos de los nuevos líderes tiene la nada fácil tarea de ir creando las formas económicas de la transición y las formas sicológicas necesarias para cambiar de cultura, de formas de pensar. A este período se le llama transición. Una etapa llena de contradicciones, de opuestos, de enfrentamientos, de luchas sociales y de poderes. En una mano la tarjeta de crédito y en la otra el puño alzado por la revolución, el hombre viejo como elemento germinador del hombre nuevo, la transmutación de conciencia, de sociedad. Esta incierta etapa en la que todos apostamos a la irreversibilidad.
La transición per se, es una visión no confrontativa radical, es gradual, es una escalera por la que se ascenderá de forma no traumática hacia una nueva forma, una evolución a nuevas formas económicas y culturales. Un pulso entre dos enormes fuerzas, enormes, todo el peso del pasado contra la fuerza del puño del futuro y la esperanzadora emoción de una salvación ante todo en enjambre de equivocaciones.
La dialéctica, por ejemplo en la revolución francesa el pueblo era la fuerza que se batía en las calles, sin embargo no fue sino la burguesía quien salió triunfadora. En nuestro siglo se apuesta a que la acumulación de fuerzas contrarias abra por fin la puerta liberadora que imponga la llamada dictadura del proletariado, donde los poderes económicos y sus valores sean, por fin, superados y la raza humana arribe a un cambio estructural en la concepción de la vida, donde lo común se imponga a lo individual, donde lo espiritual tenga más valor que lo material, donde superemos la sociedad de mercados por la sociedad de ideas.
Las revoluciones centro y suramericanas, mal llamadas “progresistas”, son más que eso, son fuerzas revolucionarias que brotan de fondos históricos legendarios, vienen a clamar un nuevo sentido de la vida, una postura geoespacial innovadora, un renacer de valores con el amor a la tierra, a la vida, al sentido humano. Se enfrentan al capitalismo salvaje, desahuciado, desesperado y peligroso.
Un imperio que se cae a pedazos es incapaz de presentir su propia destrucción, morirá envuelto en la furia estéril de su prepotencia, ahogado en su negación y en su inútil deseo de permanencia, en nuestro caso, el sistema capitalista, ya como imperialismo, podría recurrir a la destrucción masiva, a la dominación desalmada y obtusa por el uso de su poder militar, que nunca superará ni vencerá las almas de la esperanza, pero que podría maltratar el mismo medio ambiente de manera radical si usa todo su poder. De sabios es este momento histórico donde se impone la gradualidad en la lucha por la nueva sociedad, el tiempo de maduración del hombre nuevo brindará la ventaja y evitará daños irreparables, es una esperanza irrenunciable y la única posibilidad evolutiva.
El enfrentamiento cultural, signado por la guerra mediática, invisibiliza la profundidad con que se agrieta la historia, pretende una visión esperanzadora para revertir el socialismo y perpetuar la dominación, pero será cada día derrotado por la conciencia que se despierta, por el hallazgo de los aciertos en un camino minado de errrores y contaminado por el mismo pasado. La burocracia, la corrupción y el poder mal concebido florecen a diario en nuestros países socialistas. Es provechoso recurrir al padre del hombre nuevo: Ernesto Che Guevara.
(Septiembre de 1962)
Innecesario sería insistir en las características de nuestra Revolución, en la forma original, con algunos rasgos de espontaneidad, con que se produjo el tránsito de una revolución nacional libertadora, a una revolución socialista y en el cúmulo de etapas vividas a toda prisa en el curso de este desarrollo, que fue dirigido por los mismos actores de la epopeya inicial del Moncada, pasando por el Granma y terminando en la declaración de carácter socialista de la Revolución cubana. Nuevos simpatizantes, cuadros, organizaciones, se fueron sumando a la endeble estructura orgánica del movimiento inicial, hasta constituir el aluvión de pueblo que caracteriza nuestra Revolución.
Cuando se hizo patente que en Cuba una nueva clase social tomaba definitivamente el mando, se vieron también las grandes limitaciones que tendría en el ejercicio del poder estatal a causa de las condiciones en que encontráramos el Estado, sin cuadros para desarrollar el cúmulo enorme de tareas que debían cumplirse en el aparato estatal, en la organización política y en todo el frente económico.
En el momento siguiente a la toma del poder, los cargos burocráticos se designaron «a dedo»; no hubo mayores problemas, no los hubo porque todavía no estaba rota la vieja estructura. El aparato funcionaba con su andar lento y cansino de cosa vieja y casi sin vida, pero tenía una organización y, en ella, la coordinación suficiente para mantenerse por inercia, desdeñando los cambios políticos que se producían como preludio del cambio en la estructura económica.
El Movimiento 26 de Julio, hondamente herido por las luchas internas entre sus alas izquierda y derecha, no podía dedicarse a tareas constructivas; y el Partido Socialista Popular, por el hecho de soportar fieros embates y la ilegalidad durante años, no había podido desarrollar cuadros intermedios para afrontar las nuevas responsabilidades que se avecinaban.
Cuando se produjeron las primeras intervenciones estatales en la economía, la tarea de buscar cuadros no era muy complicada y se podía elegir entre muchas gentes que tenían alguna base mínima para ejercer el cargo de dirección. Pero, con el aceleramiento del proceso, ocurrido a partir de la nacionalización de las empresas norteamericanas y, posteriormente, de las grandes empresas cubanas, se produce una verdadera hambre de técnicos administrativos. Se siente, por otro lado, una necesidad angustiosa de técnicos de producción, debido al éxodo de muchos de ellos, atraídos por mejores posiciones ofrecidas por las compañías imperialistas en otras partes de América o en los mismos Estados Unidos, y el aparato político debe someterse a un intenso esfuerzo, en medio de las tareas de estructuración, para dar atención ideológica a una masa que entra en contacto con la Revolución, plena de ansias de aprender.
Todos cumplimos el papel como buenamente pudimos, pero no fue sin penas ni apuros. Muchos errores se cometieron en la parte administrativa del Ejecutivo, enormes fallas se cometieron por parte de los nuevos administradores de empresas, que tenían responsabilidades demasiado grandes en sus manos, y grandes y costosos errores cometimos también en el aparato político que, poco a poco, fue cayendo en una tranquila y placentera burocracia, identificado casi como trampolín para ascensos y para cargos burocráticos de mayor o menor cuantía, desligado totalmente de las masas.
El eje central de nuestros errores está en nuestra falta de sentimiento de la realidad en un momento dado, pero la herramienta que nos faltó, lo que fue embotando nuestra capacidad de percepción y convirtiendo al partido en un ente burocrático, poniendo en peligro la administración y la producción, fue la falta de cuadros desarrollados a nivel medio. La política de cuadros se hacía evidente como sinónimo de política de masas; establecer nuevamente el contacto con las masas, contacto estrechamente mantenido por la Revolución en la primera época de su vida, era la consigna. Pero establecerlo a través de algún tipo de aparato que permitiera sacarle el mayor provecho, tanto en la percepción de todos los latidos de las masas como en la transmisión de orientaciones políticas, que en muchos casos solamente fueron dadas por intervenciones personales del Primer Ministro Fidel Castro o de algunos otros líderes de la Revolución.
A esta altura podemos preguntarnos, ¿qué es un cuadro? Debemos decir que, un cuadro es un individuo que ha alcanzado el suficiente desarrollo político como para poder interpretar las grandes directivas emanadas del poder central, hacerlas suyas y transmitirlas como orientación a la masa, percibiendo además las manifestaciones que ésta haga de sus deseos y sus motivaciones más íntimas. Es un individuo de disciplina ideológica y administrativa, que conoce y practica el centralismo democrático y sabe valorar las contradicciones existentes en el método para aprovechar al máximo sus múltiples facetas; que sabe practicar en la producción el principio de la discusión colectiva y decisión y responsabilidad únicas, cuya fidelidad está probada y cuyo valor físico y moral se ha desarrollado al compás de su desarrollo ideológico, de tal manera que está dispuesto siempre a afrontar cualquier debate y a responder hasta con su vida de la buena marcha de la Revolución. Es, además, un individuo con capacidad de análisis propio, lo que le permite desarrollar a la masa desde su puesto político de dirección. (Che Guevara)
Raúl Bracho
La revolución del socialismo del siglo XXI se dibuja con la convivencia del capitalismo en su etapa final y el socialismo naciente. El poder político en manos de los nuevos líderes tiene la nada fácil tarea de ir creando las formas económicas de la transición y las formas sicológicas necesarias para cambiar de cultura, de formas de pensar. A este período se le llama transición. Una etapa llena de contradicciones, de opuestos, de enfrentamientos, de luchas sociales y de poderes. En una mano la tarjeta de crédito y en la otra el puño alzado por la revolución, el hombre viejo como elemento germinador del hombre nuevo, la transmutación de conciencia, de sociedad. Esta incierta etapa en la que todos apostamos a la irreversibilidad.
La transición per se, es una visión no confrontativa radical, es gradual, es una escalera por la que se ascenderá de forma no traumática hacia una nueva forma, una evolución a nuevas formas económicas y culturales. Un pulso entre dos enormes fuerzas, enormes, todo el peso del pasado contra la fuerza del puño del futuro y la esperanzadora emoción de una salvación ante todo en enjambre de equivocaciones.
La dialéctica, por ejemplo en la revolución francesa el pueblo era la fuerza que se batía en las calles, sin embargo no fue sino la burguesía quien salió triunfadora. En nuestro siglo se apuesta a que la acumulación de fuerzas contrarias abra por fin la puerta liberadora que imponga la llamada dictadura del proletariado, donde los poderes económicos y sus valores sean, por fin, superados y la raza humana arribe a un cambio estructural en la concepción de la vida, donde lo común se imponga a lo individual, donde lo espiritual tenga más valor que lo material, donde superemos la sociedad de mercados por la sociedad de ideas.
Las revoluciones centro y suramericanas, mal llamadas “progresistas”, son más que eso, son fuerzas revolucionarias que brotan de fondos históricos legendarios, vienen a clamar un nuevo sentido de la vida, una postura geoespacial innovadora, un renacer de valores con el amor a la tierra, a la vida, al sentido humano. Se enfrentan al capitalismo salvaje, desahuciado, desesperado y peligroso.
Un imperio que se cae a pedazos es incapaz de presentir su propia destrucción, morirá envuelto en la furia estéril de su prepotencia, ahogado en su negación y en su inútil deseo de permanencia, en nuestro caso, el sistema capitalista, ya como imperialismo, podría recurrir a la destrucción masiva, a la dominación desalmada y obtusa por el uso de su poder militar, que nunca superará ni vencerá las almas de la esperanza, pero que podría maltratar el mismo medio ambiente de manera radical si usa todo su poder. De sabios es este momento histórico donde se impone la gradualidad en la lucha por la nueva sociedad, el tiempo de maduración del hombre nuevo brindará la ventaja y evitará daños irreparables, es una esperanza irrenunciable y la única posibilidad evolutiva.
El enfrentamiento cultural, signado por la guerra mediática, invisibiliza la profundidad con que se agrieta la historia, pretende una visión esperanzadora para revertir el socialismo y perpetuar la dominación, pero será cada día derrotado por la conciencia que se despierta, por el hallazgo de los aciertos en un camino minado de errrores y contaminado por el mismo pasado. La burocracia, la corrupción y el poder mal concebido florecen a diario en nuestros países socialistas. Es provechoso recurrir al padre del hombre nuevo: Ernesto Che Guevara.
(Septiembre de 1962)
Innecesario sería insistir en las características de nuestra Revolución, en la forma original, con algunos rasgos de espontaneidad, con que se produjo el tránsito de una revolución nacional libertadora, a una revolución socialista y en el cúmulo de etapas vividas a toda prisa en el curso de este desarrollo, que fue dirigido por los mismos actores de la epopeya inicial del Moncada, pasando por el Granma y terminando en la declaración de carácter socialista de la Revolución cubana. Nuevos simpatizantes, cuadros, organizaciones, se fueron sumando a la endeble estructura orgánica del movimiento inicial, hasta constituir el aluvión de pueblo que caracteriza nuestra Revolución.
Cuando se hizo patente que en Cuba una nueva clase social tomaba definitivamente el mando, se vieron también las grandes limitaciones que tendría en el ejercicio del poder estatal a causa de las condiciones en que encontráramos el Estado, sin cuadros para desarrollar el cúmulo enorme de tareas que debían cumplirse en el aparato estatal, en la organización política y en todo el frente económico.
En el momento siguiente a la toma del poder, los cargos burocráticos se designaron «a dedo»; no hubo mayores problemas, no los hubo porque todavía no estaba rota la vieja estructura. El aparato funcionaba con su andar lento y cansino de cosa vieja y casi sin vida, pero tenía una organización y, en ella, la coordinación suficiente para mantenerse por inercia, desdeñando los cambios políticos que se producían como preludio del cambio en la estructura económica.
El Movimiento 26 de Julio, hondamente herido por las luchas internas entre sus alas izquierda y derecha, no podía dedicarse a tareas constructivas; y el Partido Socialista Popular, por el hecho de soportar fieros embates y la ilegalidad durante años, no había podido desarrollar cuadros intermedios para afrontar las nuevas responsabilidades que se avecinaban.
Cuando se produjeron las primeras intervenciones estatales en la economía, la tarea de buscar cuadros no era muy complicada y se podía elegir entre muchas gentes que tenían alguna base mínima para ejercer el cargo de dirección. Pero, con el aceleramiento del proceso, ocurrido a partir de la nacionalización de las empresas norteamericanas y, posteriormente, de las grandes empresas cubanas, se produce una verdadera hambre de técnicos administrativos. Se siente, por otro lado, una necesidad angustiosa de técnicos de producción, debido al éxodo de muchos de ellos, atraídos por mejores posiciones ofrecidas por las compañías imperialistas en otras partes de América o en los mismos Estados Unidos, y el aparato político debe someterse a un intenso esfuerzo, en medio de las tareas de estructuración, para dar atención ideológica a una masa que entra en contacto con la Revolución, plena de ansias de aprender.
Todos cumplimos el papel como buenamente pudimos, pero no fue sin penas ni apuros. Muchos errores se cometieron en la parte administrativa del Ejecutivo, enormes fallas se cometieron por parte de los nuevos administradores de empresas, que tenían responsabilidades demasiado grandes en sus manos, y grandes y costosos errores cometimos también en el aparato político que, poco a poco, fue cayendo en una tranquila y placentera burocracia, identificado casi como trampolín para ascensos y para cargos burocráticos de mayor o menor cuantía, desligado totalmente de las masas.
El eje central de nuestros errores está en nuestra falta de sentimiento de la realidad en un momento dado, pero la herramienta que nos faltó, lo que fue embotando nuestra capacidad de percepción y convirtiendo al partido en un ente burocrático, poniendo en peligro la administración y la producción, fue la falta de cuadros desarrollados a nivel medio. La política de cuadros se hacía evidente como sinónimo de política de masas; establecer nuevamente el contacto con las masas, contacto estrechamente mantenido por la Revolución en la primera época de su vida, era la consigna. Pero establecerlo a través de algún tipo de aparato que permitiera sacarle el mayor provecho, tanto en la percepción de todos los latidos de las masas como en la transmisión de orientaciones políticas, que en muchos casos solamente fueron dadas por intervenciones personales del Primer Ministro Fidel Castro o de algunos otros líderes de la Revolución.
A esta altura podemos preguntarnos, ¿qué es un cuadro? Debemos decir que, un cuadro es un individuo que ha alcanzado el suficiente desarrollo político como para poder interpretar las grandes directivas emanadas del poder central, hacerlas suyas y transmitirlas como orientación a la masa, percibiendo además las manifestaciones que ésta haga de sus deseos y sus motivaciones más íntimas. Es un individuo de disciplina ideológica y administrativa, que conoce y practica el centralismo democrático y sabe valorar las contradicciones existentes en el método para aprovechar al máximo sus múltiples facetas; que sabe practicar en la producción el principio de la discusión colectiva y decisión y responsabilidad únicas, cuya fidelidad está probada y cuyo valor físico y moral se ha desarrollado al compás de su desarrollo ideológico, de tal manera que está dispuesto siempre a afrontar cualquier debate y a responder hasta con su vida de la buena marcha de la Revolución. Es, además, un individuo con capacidad de análisis propio, lo que le permite desarrollar a la masa desde su puesto político de dirección. (Che Guevara)
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