Una espada recorre el mundo, es la espada de Bolívar.
La negra Hipólita era la esclava de los Bolívar y como esclava obedeció al amo, tenía que ser así, lo amamantó con el dolor de todos los esclavos a Simón, En vez de darle teta, le dio espada.
Raúl Bracho.
Sus ojos llevaban la leche herida con el dolor de los pobres del mundo. Su mirada escaló más allá de los altos picos andinos hasta llegar a hablar con el dios del tiempo, Simón Bolívar nació rico pero su sueño lo arrulló el canto de la esperanza. La negra Hipólita era la esclava de los Bolívar y como esclava obedeció al amo, tenía que ser así, lo amamantó con el dolor de todos los esclavos a Simón. En vez de darle teta, le dio espada.
Aquel remolino que incendió su sangre aun gira desatando tempestades, Bolívar, el libertador. Aquella espada brilla más hoy que nunca, Bolívar ha vuelto. Nombrarlo es temerlo en los oídos de los traidores de siempre, nombrarlo es llenarse el alma de furia tricolor en las almas del pueblo, se abren las nubes y revientan relámpagos, resoplan los vientos del mundo y tiembla la tierra, un trepidar de pisadas marchan tras su voz, renaciendo sus palabras germinando su mando y volviendo a los campos de batalla.
Una fuerza de atracción une de nuevo a los pueblos de su gran Colombia hecha pedazos, como un imán todo converge a la unión, Bolívar anda por las calles nuevamente, tras él se van uniendo los pueblos que despiertan al escuchar su grito. No es Chávez que lo nombra, es Bolívar que grita en su garganta, no soy yo que lo escribo, es su pluma que mueve mi puño, todas las mujeres de esta tierra son Manuelita y le dicen “te amo”.Todos somos patriotas y marchamos bajo su mando. Bolívar somos todos.
Alerta, alerta que camina la espada de Bolívar por América Latina, gritan los hombres, claman los pueblos. Alerta que de nuevo lucharemos en Carabobo, que echaremos al fuego a quien nos somete desde siglos, que arderá nuestra sangre indetenible para siempre, hasta alcanzar aquel sueño perdido. Bolívar nos mira y nos habla, incansable y su voz retumba en las conciencias de todos y sabemos que de nuevo llegó el tiempo de lucha, de romper fronteras y entrar hacia los valles con las banderas al viento, galopando sobre corceles milenarios para vencer a los sicarios del imperio. Bolívar late en cada pecho campesino, joven, obrero, respira su furia y atemoriza a los traidores, de su lecho de muerte en Santa Marta sentencia implacable a todos los Santander, hoy cobijados bajo el ala del imperio maldito, desde su imponente caballos cabalga convocando a Morazán, Martí, Sucre, San Martín, Artigas, Hidalgo, O’higgins.
No dará descanso a su alma ni a su espada hasta lograr que se consolide la unión de todas nuestras tierras, no volverá al sepulcro hasta después de la victoria por la que estamos todos en marcha, no dejará que se pierda la República, golpea incesante el imperio gélido del norte, golpe a golpe va abriendo el camino a la victoria, sigue adelante comandante: tu voz es su voz y tu mano aprieta con honor el puño de su espada, sigue adelante comandante, que tu fuiste quien lo nombró tantas veces hasta que regresó del sueño, sigue repitiendo su canto infinito que uniforma a los valientes soldados de la última batalla, sigue a tras de ti vamos todos los que somos sus hijos, no te canses, no te detengas, hasta que salga el sol que ilumine la nueva alba.
“Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país oprimido, que le pesaba el corazón, y no le dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando. Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie, más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ése fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba.”
“Volvió un día a pelear a pelear con trescientos héroes, con los trescientos libertadores. Libertó a Venezuela. Libertó a la Nueva Granada. Libertó al Ecuador. Libertó a Perú. Fundó a una nación nueva, la nación de Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medio desnudos. Todo se estremecía y se llenaba de luz a su alrededor. Los generales peleaban a su lado con valor sobrenatural. Era un ejército de jóvenes. Jamás se peleó tanto, ni se peló mejor, en el mundo por la libertad. Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por si mismos, como el derecho de la América a ser libre. Los envidiosos exageraron sus defectos. Bolívar murió de pesar en el corazón, más que de mal en el cuerpo, en la casa de un español en Santa Marta. Murió pobre, y dejó una familia de pueblos.” (José Martí, Páginas escogidas II)
Raúl Bracho.
La negra Hipólita era la esclava de los Bolívar y como esclava obedeció al amo, tenía que ser así, lo amamantó con el dolor de todos los esclavos a Simón, En vez de darle teta, le dio espada.
Raúl Bracho.
Sus ojos llevaban la leche herida con el dolor de los pobres del mundo. Su mirada escaló más allá de los altos picos andinos hasta llegar a hablar con el dios del tiempo, Simón Bolívar nació rico pero su sueño lo arrulló el canto de la esperanza. La negra Hipólita era la esclava de los Bolívar y como esclava obedeció al amo, tenía que ser así, lo amamantó con el dolor de todos los esclavos a Simón. En vez de darle teta, le dio espada.
Aquel remolino que incendió su sangre aun gira desatando tempestades, Bolívar, el libertador. Aquella espada brilla más hoy que nunca, Bolívar ha vuelto. Nombrarlo es temerlo en los oídos de los traidores de siempre, nombrarlo es llenarse el alma de furia tricolor en las almas del pueblo, se abren las nubes y revientan relámpagos, resoplan los vientos del mundo y tiembla la tierra, un trepidar de pisadas marchan tras su voz, renaciendo sus palabras germinando su mando y volviendo a los campos de batalla.
Una fuerza de atracción une de nuevo a los pueblos de su gran Colombia hecha pedazos, como un imán todo converge a la unión, Bolívar anda por las calles nuevamente, tras él se van uniendo los pueblos que despiertan al escuchar su grito. No es Chávez que lo nombra, es Bolívar que grita en su garganta, no soy yo que lo escribo, es su pluma que mueve mi puño, todas las mujeres de esta tierra son Manuelita y le dicen “te amo”.Todos somos patriotas y marchamos bajo su mando. Bolívar somos todos.
Alerta, alerta que camina la espada de Bolívar por América Latina, gritan los hombres, claman los pueblos. Alerta que de nuevo lucharemos en Carabobo, que echaremos al fuego a quien nos somete desde siglos, que arderá nuestra sangre indetenible para siempre, hasta alcanzar aquel sueño perdido. Bolívar nos mira y nos habla, incansable y su voz retumba en las conciencias de todos y sabemos que de nuevo llegó el tiempo de lucha, de romper fronteras y entrar hacia los valles con las banderas al viento, galopando sobre corceles milenarios para vencer a los sicarios del imperio. Bolívar late en cada pecho campesino, joven, obrero, respira su furia y atemoriza a los traidores, de su lecho de muerte en Santa Marta sentencia implacable a todos los Santander, hoy cobijados bajo el ala del imperio maldito, desde su imponente caballos cabalga convocando a Morazán, Martí, Sucre, San Martín, Artigas, Hidalgo, O’higgins.
No dará descanso a su alma ni a su espada hasta lograr que se consolide la unión de todas nuestras tierras, no volverá al sepulcro hasta después de la victoria por la que estamos todos en marcha, no dejará que se pierda la República, golpea incesante el imperio gélido del norte, golpe a golpe va abriendo el camino a la victoria, sigue adelante comandante: tu voz es su voz y tu mano aprieta con honor el puño de su espada, sigue adelante comandante, que tu fuiste quien lo nombró tantas veces hasta que regresó del sueño, sigue repitiendo su canto infinito que uniforma a los valientes soldados de la última batalla, sigue a tras de ti vamos todos los que somos sus hijos, no te canses, no te detengas, hasta que salga el sol que ilumine la nueva alba.
“Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país oprimido, que le pesaba el corazón, y no le dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando. Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie, más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ése fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba.”
“Volvió un día a pelear a pelear con trescientos héroes, con los trescientos libertadores. Libertó a Venezuela. Libertó a la Nueva Granada. Libertó al Ecuador. Libertó a Perú. Fundó a una nación nueva, la nación de Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medio desnudos. Todo se estremecía y se llenaba de luz a su alrededor. Los generales peleaban a su lado con valor sobrenatural. Era un ejército de jóvenes. Jamás se peleó tanto, ni se peló mejor, en el mundo por la libertad. Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por si mismos, como el derecho de la América a ser libre. Los envidiosos exageraron sus defectos. Bolívar murió de pesar en el corazón, más que de mal en el cuerpo, en la casa de un español en Santa Marta. Murió pobre, y dejó una familia de pueblos.” (José Martí, Páginas escogidas II)
Raúl Bracho.
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