viernes, 15 de octubre de 2010

La unidad revolucionaria, una necesidad estratégica

La unidad revolucionaria, una necesidad estratégica
Homar Garcés

Sin duda, el proceso revolucionario venezolano está en una fase interesante, dada la circunstancia de haber obtenido la oposición conservadora una cuota de los escaños del parlamento nacional que, de una u otra forma, influirán en el avance de los cambios propuestos desde hace más de diez años bajo la presidencia de Hugo Chávez. Esta nueva situación podría significar la agudización de las distintas contradicciones que presenta este proceso, estableciendo una marcada diferenciación entre la democracia participativa y la democracia representativa que es decir también entre capitalismo y socialismo, o reformismo y revolución, aunque existan personeros del chavismo que pugnan para que esto no trascienda el discurso oficial.
Así, con una oposición beligerante, confiada en su recuperación electoral, no le queda más alternativa a Chávez que decidirse por la profundización de los cambios logrados y de aquellos que se mantienen aún en perspectiva, teniendo en los sectores populares a su mayor base de apoyo, pero dándoles a los mismos el protagonismo que le ha sido escamoteado por sus seguidores en los diversos puestos de dirección política y de gobierno. Sin esto en mente, le resultará a Chávez más difícil sostenerse en el poder, sobre todo, si el mismo no es capaz de asimilar la necesidad de reagrupar las fuerzas políticas y sociales que lo respaldan en un amplio abanico unitario, en el cual se respete la diversidad ideológica y, fundamentalmente, el debate crítico, de modo que el proceso bolivariano recupere el dinamismo inicial.
Esto último representa una necesidad estratégica que no debe eludirse mediante argumentos estrictamente electoralistas, tomando en cuenta sólo la fortaleza posible de cada uno de los partidos políticos y de los movimientos sociales sobre los cuales se mantiene el liderazgo chavista. Tal cosa, en vez de propiciar un acercamiento que tienda a la unidad revolucionaria, sólo servirá para ahondar las diferencias existentes, instaurándose un “liderazgo” burocratizado -dependiente de la imagen del Presidente-, para el cual la revolución sólo significará disponer siempre de un trampolín para alcanzar beneficios personales antes que la oportunidad de lograr un cambio estructural del Estado y del modelo de sociedad imperantes en Venezuela. En tal escenario, los revolucionarios y los chavistas progresistas tendrían que ir a la confrontación ideológica con el bando reformista, ahora dueño de la mayoría de las posiciones de poder, pero de una manera audaz que busque insertar en la misma a los distintos movimientos populares revolucionarios, resistiéndose al clientelismo político que éste ha impuesto, echando mano a la manipulación demagógica más descarada.
Aunque a los revolucionarios y a los chavistas progresistas les resulte cuesta arriba transitar este camino, el mismo es ineludible y necesario. Para ello es importante que se busque crear las condiciones para un cuestionamiento sostenido sobre la gestión cumplida hasta ahora por el reformismo chavista, de manera que éste sirva para darle una mejor adecuación y profundización al proyecto bolivariano revolucionario, sin los resabios del modelo y prácticas que hicieron posible la hegemonía del Pacto de Punto Fijo. Sin embargo, esto no debe ser producto de la improvisación de un pequeño grupo ni de una línea partidista determinada. Tiene que existir, primeramente, la voluntad de abrirle espacios protagónicos y participativos al pueblo en la construcción decidida del socialismo revolucionario, así tengan que cohabitar por algún tiempo con el Estado reformista vigente, pero sin desmayar en la tarea revolucionaria de erradicarlo para siempre, por el bien de todos los venezolanos

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