Los ocos y las ocas; los ballenos y las ballenas
Alberto Müller Rojas,
Esta tremendura que uso como título tiene como único objeto mostrar la ridiculez de usar esa táctica segregacionista, totalmente contraria al carácter incorporador del socialismo, de la separación de géneros. Es simplemente, como les he argumentado a María León y a Vanessa Davies, impulsoras de esta tesis, estimular un machismo al revés. Seguramente, en el mundo real, hay casos en los cuales la bufonada es mayor a la colocada como referencia. No obstante reconozco el derecho de todos para hacer el ridículo. Yo mismo lo he hecho, pero a diferencia de las nombradas, nunca he usado en mis declaraciones la seriedad que ellas exhiben. Su rostro expresa una formalidad que sería la envidia de un diplomático de Itamaratá, o del Jefe del Comando Sur.
Pero donde lo risible llega a su óptimo es cuando afirman la existencia de un patriarcado en Venezuela. Olvidan que nuestra colonización fue realizada -a diferencia de la anglosajona producto de una migración de familias puritanas- por hombres solos que dejaron sus familias en la península ibérica. Desconocen el hecho histórico que registra los dos primeros bautizos celebrados en la catedral de Caracas como practicados sobre hijos “naturales”. Un fenómeno que ha abarcado la mayoría determinante de los venezolanos a lo largo del tiempo, y es responsable de nuestro maravilloso mestizaje biológico y cultural. Y seguiría siendo así, hasta el día de hoy, a no ser por la reforma del Código Civil, que introdujo el derecho de los hijos a conocer sus padres. Una innovación estimulante de la paternidad responsable.
Es así como ignoran todos los estudios antropológicos realizados en el país que clasifican la sociedad venezolana como un matriarcado. Basta observar los usos en esta sociedad donde la mujer ha ejercido la hegemonía. Aquí la matrilinealidad rige la sucesión. Es constatable el estímulo para la educación, formal o sobre el trabajo, del varón, mientras la hembra se ejercita en las prácticas del hogar, especialmente orientadas hacia el logro de matrimonios con “buenos partidos”, que se sumen al esfuerzo de sus hijos: Aunque siempre tienen el cuidado de dejar una o dos de sus hijas para su servicio personal. Y esas prácticas no son exclusivas de la mujer proletaria. Son trasversales en todas las castas en las cuales se estructura nuestra sociedad. No es exclusivamente el apoyo material lo que se busca. También lo es el moral, para evitarles la soledad de la vejez. Es notoria la falta de ancianatos en el país, comparado con los países nórdicos. De este modo los varones son su seguro de vida frente a la inclemente soledad de la vejez.
Propagan la idea falsa sobre una subordinación histórica de la mujer al hombre, cuando sin ir más lejos en el tiempo, en la época de Miranda y Bolívar uno de los personajes más influyentes era la zarina de Rusia, Catalina la Grande.
Alberto Müller Rojas,
Esta tremendura que uso como título tiene como único objeto mostrar la ridiculez de usar esa táctica segregacionista, totalmente contraria al carácter incorporador del socialismo, de la separación de géneros. Es simplemente, como les he argumentado a María León y a Vanessa Davies, impulsoras de esta tesis, estimular un machismo al revés. Seguramente, en el mundo real, hay casos en los cuales la bufonada es mayor a la colocada como referencia. No obstante reconozco el derecho de todos para hacer el ridículo. Yo mismo lo he hecho, pero a diferencia de las nombradas, nunca he usado en mis declaraciones la seriedad que ellas exhiben. Su rostro expresa una formalidad que sería la envidia de un diplomático de Itamaratá, o del Jefe del Comando Sur.
Pero donde lo risible llega a su óptimo es cuando afirman la existencia de un patriarcado en Venezuela. Olvidan que nuestra colonización fue realizada -a diferencia de la anglosajona producto de una migración de familias puritanas- por hombres solos que dejaron sus familias en la península ibérica. Desconocen el hecho histórico que registra los dos primeros bautizos celebrados en la catedral de Caracas como practicados sobre hijos “naturales”. Un fenómeno que ha abarcado la mayoría determinante de los venezolanos a lo largo del tiempo, y es responsable de nuestro maravilloso mestizaje biológico y cultural. Y seguiría siendo así, hasta el día de hoy, a no ser por la reforma del Código Civil, que introdujo el derecho de los hijos a conocer sus padres. Una innovación estimulante de la paternidad responsable.
Es así como ignoran todos los estudios antropológicos realizados en el país que clasifican la sociedad venezolana como un matriarcado. Basta observar los usos en esta sociedad donde la mujer ha ejercido la hegemonía. Aquí la matrilinealidad rige la sucesión. Es constatable el estímulo para la educación, formal o sobre el trabajo, del varón, mientras la hembra se ejercita en las prácticas del hogar, especialmente orientadas hacia el logro de matrimonios con “buenos partidos”, que se sumen al esfuerzo de sus hijos: Aunque siempre tienen el cuidado de dejar una o dos de sus hijas para su servicio personal. Y esas prácticas no son exclusivas de la mujer proletaria. Son trasversales en todas las castas en las cuales se estructura nuestra sociedad. No es exclusivamente el apoyo material lo que se busca. También lo es el moral, para evitarles la soledad de la vejez. Es notoria la falta de ancianatos en el país, comparado con los países nórdicos. De este modo los varones son su seguro de vida frente a la inclemente soledad de la vejez.
Propagan la idea falsa sobre una subordinación histórica de la mujer al hombre, cuando sin ir más lejos en el tiempo, en la época de Miranda y Bolívar uno de los personajes más influyentes era la zarina de Rusia, Catalina la Grande.
Habría que preguntarse en nuestro devenir histórico si la actuación de Fanny Duvillars y Manuela Sáenz no constituyó una variable significativa en nuestro proceso histórico.
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