sábado, 24 de julio de 2010

‎​Cuando te conocí Bolívar

Cuando te conocí Bolívar, entendí esa pasión que te llevó a dejarlo todo y entregar tú vida por la patria. Me dí cuenta al leer tus cartas, tus decretos, tus escritos y reflexiones, que eras muy humano; y no ese ser acartonado y frío que aparecía en el cuadro del salón de clases. No eras sólo un rostro en un billete, el nombre de una calle céntrica o una estatua en una plaza a la que había que ponerle flores varias veces al año.
Cuando te conocí Bolívar, fue como despertar de un largo letargo. Abrir los ojos y ver tú lucha, recorrer los senderos que recorriste y llorar de frustración al ver que la patria que con tanto esfuerzo intentaste construir se derrumbó por los mezquinos intereses de una oligarquía lacaya que no supo, ni quiso entenderte.
Cuando te conocí Bolívar, era apenas un joven contemporáneo con aquel hombre que hace 200 años juró en el Monte Sacro no dar descanso ni a su brazo ni a su alma hasta no haber completado la grande obra de liberar estas tierras del yugo español. Aquel joven que a caballo cruzó los andes y tras sí dejó una senda de libertad.
Cuando te conocí Bolívar, asumí tú lucha como mía. Comprendí que las utopías son posibles. Cuánto esfuerzo, cuánto tiempo, cuántas luchas, cuántos sueños. Sembraste una semilla que floreció, y aunque le arrancaron las flores, no pudieron acabar con esa raíz profunda. Pasó el tiempo, tus asesinos pensaron que con tu muerte moriría también el sueño, pero se equivocaron. Hoy renace en el corazón de millones, con el ímpetu de la juventud, con la misma pasión patria que hace dos siglos.
Cuando te conocí Bolívar, ibas nuevamente comandando la lucha, sin descanso, con la misma pasión, con tu espada libertadora en alto señalando el camino.
Heryck Rangel Hernández

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