sábado, 31 de octubre de 2009

Hace 67 años nació Alí Primera


Alí Primera: “Panita”
Carlos San Diego
“Estas son las mismas manos
que en aquella despedida
conversaron con tus manos
abrigando algún regreso”.

Alí Primera. “Cuando llueve llora el sol”
Las cumaraguas mojarán con sus lágrimas el moreno cuerpo de Paraguaná. El chuchube soltará su silbido como una chamiza de cují frente a la inmensidad. Están tristes. Pero no es una tristeza de derrota. No es una tristeza de pérdida. Es un dejos de ausencia. Es más bien una conmemoración y un homenaje a la vida que sigue “gastando madrugadas” para parecerse cada vez más a la existencia que sirve más para resistir que es vivir plenamente, cuando hasta “la planta de los pies se le volvieron canción”, para reafirmar que “la tristeza de mi pueblo/ será convertida en fuerza”.
Nomás son 62. 62 años de aquel parto de doña Carmen Adela Rosell, por allá por Coro, o por Monroy o por Las Piedras de Coro, con que el 31 de octubre de 1942, trajo a la tierra, la poesía que es Alí Primera. Allá, entre chivos, flores de espinas de intensos colores, en las que revuela la abeja y atrisca el sol que viene de lejos cargado de voces y de ecos de toda una tierra que se revienta de corajes.
Por allá le tocó a Alí, andar de niño, con el torso desnudo al viento que sale del mar y se domestica en los corrales que también domestican el sentimiento que aprende a soñar con lo que sueña la gente del pueblo: misterios y desafíos. El muchacho, al lado de una numerosa familia, que no se detuvo en crecer ni con la muerte del padre Rafael Primera (policía del pueblo que en un mal momento murió al ser atacado por un prófugo descocado que quiso apoderarse de la cárcel), fue limpiabotas, fue boxeador junto con su hermano Ramón –por lo que comentaba- que más de una vez se fajó a puñetazos para ganarse un bolívar-, mientras que por las noches asistía de oyente a una escuela de adultos en Paraguaná.
Dura y ruda es la vida en el Falcón, rural, en la tierra seca sobre la que germinan por todas poetas, músicos y solidarios de espíritu. Y es que el mismo Alí da algo así como una explicación en La patria es el hombre, al cantar: Quema entonces mi guitarra/ pero que crezca la llama” Humanidad.
De Coro, aún muchacho, se va a Caracas. Culmina el bachillerato en el Liceo Caracas en el año 1963 y un año después ingresa a la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela, para estudiar Química, aprovechando las noches y los ratos libres para darle rienda suelta a su afición al canto, como una grata diversión, la parranda con los compañeros de estudios y amigos que se sumaban con la afabilidad que tenía Alí para atraer la gente hacia su entorno. Cuatro o guitarra en mano y algún otro improvisado instrumento, servía para acompañar la “fiesta” con algunas piezas populares de Los Torrealberos, porque Alí todavía no había descubierto el gran caudal que reposa como una semilla esplendorosa en su inteligencia creadora.
Las tertulias terminan, la más de las veces, en serenatas a las ventanas de las residencias de estudiantes femeninas, como en alguna ocasión lo recordara el desparecido José Antonio Pérez Luna, ucevista contemporáneo de Alí Primera. Eran de aquellos “estudiantes que no ocultan su rostro ni para hacer ni para decir verdades”, como dice Lil Rodríguez.
Reacciones que acompañadas de un pensamiento que lo acercó al Partido Comunista de Venezuela y la formación de una conciencia social digna de batalla, le conducen a una detención en una manifestación y hecho preso en 1967; detrás de los barrotes de un calabozo, el rayo de luz de la inteligencia creadora, tocó sus fibras y le salió esa poesía que rapidito agarró música y se convirtió en canción: Humanidad. De allí, de ese calabozo, salió hecho ya quizás “El Cantor del Pueblo”. Ya no paró más de escribir: De ese suceso, dijo: “Humanidad” vino a ser el punto de partida de mi práctica musical entendida como un compromiso con el proceso revolucionario.
Desde entonces, dentro de la cultura popular de mi país, he tratado de desarrollar un trabajo sincero, coherente, vital... es un compromiso diario”. “Humanidad, humanidad/ hay motivos de alegrías/ pero de tristeza/ hay mucho más”. Y en su primer disco, Vamos gente de mi tierra, incluyó la pieza Quiero que me entiendan, quiero que me escuchen, donde ya decía, para ratificar el compromiso diario: Quiero que me entiendan,/ quiero que me escuchen, que mi canto no se pierda,/ espero que luchen”. Desde este primer disco, sufrió de vetos en la mayoría de las radioemisoras del país. No todas corrían el riesgo de difundir sus canciones por la triste pena de ser cerradas por el gobierno, y las casas disqueras comenzaron a cerrarle las puertas. Pero no se amilanó. Fundó así su propio sello disquero Cigarrón, con el que grabó 13 elepés.
No basta rezar.
En 1967, compone una de sus canciones más emblemáticas No basta rezar, en un vuelo a Mérida, donde fue invitado a participar en el Festival de la Canción de Protesta en el auditorio de la Universidad de Los Andes. Su actitud a través del canto se ve reforzada, cuando el PCV le otorga una beca, por lo que interrumpe los estudios en la UCV, se va a estudiar a Rumania, en 1968.
Pasa una temporada en Europa, escuchando, aprendiendo y cantando. El mismo dijo, que en algunas ocasiones debió lavar platos antes que vender su canto, para ganarse la vida. Regresa a Venezuela en 1973. Regresó inspirado.
Con muchas nuevas visiones y una potencial juventud bullendo, dispuesta a fraguar su utopía en las circunstancias políticas por venir, influyendo con su canción en los distintos movimientos que propugnaban rebelarse al sistema dominado por el Pacto de Punto Fijo. Compone entonces Los techos de cartón, uno de sus más celebrados acontecimientos discográficos, que pese a los tapujos de la radio y los medios, se convirtió en un himno para la lucha de la gente de los cerros, para la humanidad de la calle. Como muchas de sus piezas, se transformaban en verdaderos sucesos dentro del sentimiento colectivo que se apoderaba de ellas, desandándolas de pueblo a pueblo, al sentir que allí estaba la verdad que otros medios y otras voces no se atrevían a develar.
Y siguieron apareciendo canciones: Canción para los valientes, Adiós en dolor mayor, Canción mansa para un pueblo bravo, que fue motivo para la película del mismo nombre, aclamada por los jóvenes venezolanos en la década de los 70; La patria es el hombre, Los dos pichones morenos, Paraguaná, La canción bolivariana, La soga, El gallo pinto, Tin Marín, Cuando nombro la poesía, Al derecho derechito, Abrebecha, Coquivacoa, Sangueo para el regreso, El sombrero azul, Flora y Ceferino, Abran la puerta, Caña clara y tambor, La canción caliente, La canción del lunerito, y tantas otras que comenzaron a influir en todo el movimiento social y político de la juventud de los años 70 y 80, y contribuyó al surgimiento de individualidades y nuevas agrupaciones musicales que apostaban a una razón de hacer política alternativa, sin importar jugarse la vida: Los Guaraguaos, La Chiche Manaure, el “gordo” Páez, “Goyito” Yépez, Carlos Ruiz, Grupo Ahora, Grupo Madera, produciendo un intercambio casi tácito con otras agrupaciones y cantores populares de América Latina.
La canción necesaria
En su propia voz, en la voz de los demás, en los alto parlantes, en los actos populares y culturales, estaba Alí, con su poesía enarbolando las banderas necesarias para lanzarse a la lucha revolucionaria, transformadora y sostenida, que despierta y hoy se multiplica, con sus mismos enemigos en la acera de enfrente, pero con muchos más amigos de este lado, de nuevo día, donde huele a flores de dignidad, donde florecen las trinitarias y siempre hay muchachas bonitas como la libertad, que nace de la conciencia y la moral como un retoño en pleno pecho de la “patria buena”.
Alí Primera exaltaba, homenajeaba, elevaba el espíritu popular y fustigaba a “los bachacos fundillúos”, que sólo quieren la esperanza para ellos solos y que se roban a ellos mismos creyendo que son más humanos que los humanos y porque amasan más odio y temor en sus entrañas creen que tienen más derechos que los demás, que tienen más leyes que los ciudadanos pobres y que piensan que de cabo a rabo la Constitución y las leyes universales debería estar redactadas a su antojo, sin darse cuenta de su propia constitución moral y ética de su persona. Pero Alí lo sabía y lo cantó: “No es importante el ropaje/ sino distinguir a fondo/ los que van comiendo dioses/ y defecando demonios”.
Lo nuevo es prepararse para resistir, combatir y resistir. En todos los ámbitos: combatir. Sin dejar de lado esa “poesía de uso”, que dice Ernesto Cardenal, que es historia puesta al servicio de los sagrados instrumentos de lucha.
Exaltaba, Alí y sigue homenajeando a patrimonios de la dignidad. Benjo Cruz (el cantor de Bolivia), al Che Guevara, a Ho Chi Min, a Mama Pancha, a Simón Rodríguez, a Aquiles Nazoa, a Walt Whitman, a Pío Alvarado, a Mario Benedetti, a Zitarrosa, a Víctor Jara, a los Warao, al viejo Grupo Madera, a Bárbaro Rivas, a Pío Tequiche, a Reverón, A Napoleón, a Alberto Lovera, a Luis Mariano Rivera, a Josefa Camejo, a Andrés Eloy Blanco, al Maestro Prieto, a la mujer del Vietnam, a Argimiro Gabaldón, a doña Josefina, a Zamora, al decimista Chevoche, a Tania, a Simón Díaz, a Guillermo de León Calles, a Mercedes Sosa, a Sandino, a Servando, a José Leonardo Chirino, y hoy seguiría cantando, solidario con ellos, y con la justicia que se hace y se deja de hacer en el mundo.
También cantó a la Virgen del Valle, a los velorios de Cruz de Mayo, a La Chinita, a Las Tetas de María Guevara, a San Clemente, a San Benito, a Caribay y a los pueblos víctimas del imperio y de la historia torcida que impone el imperio y manipulan los grandes medios de comunicación social: Vietnam, Nicaragua, Cuba, El Salvador, Haití, y hoy esa lista fuera larga, llamando a inventar nuevos frentes. El Congo, Palestina, Irak, Guantánamo, Vieques, Colombia, y tantos más territorios azotados por el terrorismo de los que dicen combatir el terrorismo, que son los mismos escudarios de la mentira de ayer, trasantier, pero no los de mañana, porque el mundo ya tiene que inventar otra forma de hacer la historia.
Dijo, “mi capacidad como cantor es poder interpretar a mi pueblo. Yo busco un encuentro vital con el hombre, una actitud ante el canto que haga que el hombre que me escucha se sienta identificado con el mensaje, por eso son ellos, la gente del pueblo, la que llena los auditorios, no Alí”. A través de Zobeyda, la muñequera, le cantó a la “alborada humana venezolana” masacrada en Cantaura, aunque siempre sostuvo que “la mejor canción contra la muerte es hacer una canción por la vida. Me gusta más plantear la muerte como un cambio de paisaje...”
En 1977, se casó con Sol Musset, de la tierra de Lara, tierra donde encontró siempre gran receptividad. A su esposa le canta: “Los dos pichones morenos/ que anidan en tu pecho/ quiero matarlos a besos/ quiero morirme con ellos”. Tenía apenas 43 años de edad, cuando murió, la madrugada del 16 de febrero de 1985, víctima de un accidente automovilístico ocurrido en la autopista del Este, cerca de El Valle, donde vivía, en Caracas.
La historia contará quién fue el que verdaderamente le quitó el aliento de vida a Alí Primera. Sin embargo nos queda su voz, con más fuerza, multiplicando la herencia, del “panita”, como identificó a los que sentía que eran sus amigos. No ha muerto. Sólo cambió de paisaje.

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