miércoles, 7 de abril de 2010

Gente en la que no se puede confiar

Gente en la que no se puede confiar
ROSA ELENA PÉREZ MENDOZA

Ella sepultó en algún perdido anaquel de su memoria su presencia en la toma de posesión de Pedro “el breve” durante el golpe de Estado de abril de 2002. Niega que hubiese firmado el decreto violatorio y que hubiese reído a mandíbula batiente junto a sus sediciosos amigos en un Miraflores usurpado, y luego milagrosamente recuperado.
Ella, hoy, canceló en uno de sus afiches la sonrisa generosa que desgranara ante su pana Bush en la visita que en 2005 le hiciera a la Casa Blanca, para aclararle, asegurarle, garantizarle –con angustiado dramatismo– que los venezolanos “tenemos el deseo de vivir en libertad y democracia”. Sentada en aquella silla de la Sala Oval frente a montones de fotógrafos, se atribuía noblemente la función de hacerle saber a ese estimado señor –dueño y creador de insólitas guerras– cuán sumisos somos los venezolanos ante el imperio, cuán dispuestos estamos a seguir las reglas de las democracias del manualito escrito por la CIA, con cuánta premura nos ajustaremos a las medidas dictadas por el Banco Mundial y el FMI una vez que salgamos de esta pesadilla. Si hay dudas de ello, ni sus rodillas temblorosas ni su sonrisa apremiante la desmentirán.
Ella, en este afiche de hoy, nos mira preocupada y esperanzada, con su camisa blanca de discreto buen corte, sus zarcillos de nácar y un rostro deliberadamente maquillado con sencillez y comedimiento para dar una imagen limpia que inspire confianza. La escolta una frase cuya palabra inicial está en minúscula –ya sabemos que la publicidad a veces quebranta la ortografía– con un punto final contundente y letras muy rojas: “es ahora”. ¿Acaso tomó el colorado para la frase de su campaña pretendiendo hacerle un guiño al electorado revolucionario y así apoderarse de una parte de esos votos? La misma pregunta cabe para ese “ahora” cargado de sentido entre los seguidores del Presidente. Porque la oposición, en definitiva, requiere socavar las filas del chavismo para nutrir las de ellos, mermadas por las torpezas que ejecutan: son un espectáculo de circo a la vista de todos.
Tú recorres las calles de Baruta, Chacao, El Hatillo y Leoncio Martínez y te inundan la frase roja sobre el fondo blanco de la camisa, las cejas bien depiladas y el rostro lavado de dudosas intenciones.
Ella, nieta, sobrina, prima, esposa e hija de rancios empresarios, profesional formada desde su terruño con la vista puesta en el imperio y –para afianzar aún más su mirada virola– terminada de esculpir luego en Yale, pitiyanqui purasangre, afirma con voz dolida que, una vez diputada, salvará familia e instituciones.
¿Cuánto habrá para eso

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