Chávez y el 19 de Abril en el verbo
ILDEGAR GIL
Si algo ha caracterizado a la revolución bolivariana desde su nacimiento mismo es el apego al rescate de la verdad histórica. De esa verdad que durante más de 5 siglos fue embaulada para que hombres y mujeres permanecieran al margen del desarrollo de vitales acontecimientos. Afortunadamente, no hay mal que dure 500 años ni pueblo dispuesto a soportarlo.
Lo decimos porque, incluso antes de aspirar formalmente a la Presidencia de la República, Hugo Rafael Chávez Frías demostró su disposición a desnudar eso: la verdad interesadamente velada. Y desde el primer momento, casi con la misma fuerza que ahora, dejó claro que la raíz de nuestros males y la de otros pueblos tenía y tiene un nombre muy bien definido: IMPERIALISMO. Hoy, cuando celebramos 200 años de los hechos de 1810, está suficientemente claro que justamente es el imperialismo la fuente que deviene en explotación, expoliación, ruina y miseria humana.
Gracias al verbo encendido y políticamente claro de Chávez, podemos ahora rescatar también nuestro verbo. Diez años de revolución, es tiempo prudente para albergar esperanzas sobre quienes siempre sostuvieron que estos conceptos yacían bajo tierra y en el olvido. Ante ellos, dar vida a expresiones como solidaridad, hermandad, socialismo y otras, era someterse inevitablemente a la burla, el desprecio y la ironía. Si un porcentaje, mínimo “man que sea”, de esa masa da síntomas de algún tipo de rectificación podemos decir que hacer el ridículo entonces no fue en vano.
La majestuosa celebración por estos 200 años de lucha, quedarán en la mente de todos y todas, incluyendo a quienes todavía rechazan la reivindicación de nuestro derecho a la libertad. Allí está el otro acierto de Hugo Rafael: impedir que aquellas gestas siguieran bajo la mesa. Pueblos como el cubano, por ejemplo, han reencontrado su sendero de liberación con la ubicación y valoración precisa y justa de determinadas movilizaciones del pasado. Hacerlo, es mantener viva la llama. Olvidarla, es el principio del fin.
Si algo ha caracterizado a la revolución bolivariana desde su nacimiento mismo es el apego al rescate de la verdad histórica. De esa verdad que durante más de 5 siglos fue embaulada para que hombres y mujeres permanecieran al margen del desarrollo de vitales acontecimientos. Afortunadamente, no hay mal que dure 500 años ni pueblo dispuesto a soportarlo.
Lo decimos porque, incluso antes de aspirar formalmente a la Presidencia de la República, Hugo Rafael Chávez Frías demostró su disposición a desnudar eso: la verdad interesadamente velada. Y desde el primer momento, casi con la misma fuerza que ahora, dejó claro que la raíz de nuestros males y la de otros pueblos tenía y tiene un nombre muy bien definido: IMPERIALISMO. Hoy, cuando celebramos 200 años de los hechos de 1810, está suficientemente claro que justamente es el imperialismo la fuente que deviene en explotación, expoliación, ruina y miseria humana.
Gracias al verbo encendido y políticamente claro de Chávez, podemos ahora rescatar también nuestro verbo. Diez años de revolución, es tiempo prudente para albergar esperanzas sobre quienes siempre sostuvieron que estos conceptos yacían bajo tierra y en el olvido. Ante ellos, dar vida a expresiones como solidaridad, hermandad, socialismo y otras, era someterse inevitablemente a la burla, el desprecio y la ironía. Si un porcentaje, mínimo “man que sea”, de esa masa da síntomas de algún tipo de rectificación podemos decir que hacer el ridículo entonces no fue en vano.
La majestuosa celebración por estos 200 años de lucha, quedarán en la mente de todos y todas, incluyendo a quienes todavía rechazan la reivindicación de nuestro derecho a la libertad. Allí está el otro acierto de Hugo Rafael: impedir que aquellas gestas siguieran bajo la mesa. Pueblos como el cubano, por ejemplo, han reencontrado su sendero de liberación con la ubicación y valoración precisa y justa de determinadas movilizaciones del pasado. Hacerlo, es mantener viva la llama. Olvidarla, es el principio del fin.
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