Leyendas del Hato
EL LLANO es un reservorio de leyendas. No hay venezolano que crea más en aparecidos y desaparecidos, en fantasmas de la sabana, en silvones, en el misterio de los fuegos fatuos, en jinetes sin cabeza y en sayonas, que el llanero. Su poesía está llena de amoríos, despechos y sorpresas nocturnas. Su vida cotidiana es el horizonte sin límite, el caballo y la punta de ganado. A la hora del ordeño se junta el amor por la res, la protección del becerro y la caricia a la ubre repleta de leche. En ese escenario se abre paso la tonada y Simón Díaz resuena por todas partes. También está José León Tapia, el cronista de la violencia de la llanura; de Zamora persiguiendo la justicia social a punta de candela, y de Alberto Arvelo Torrealba, el de los poemas profundos, del mastranto, los ojos como laguna y el estero infinito.
SON MUCHAS las leyendas, pasadas y presentes, del Hato. Del latifundio que se confunde en su extensión con el cielo y la miseria y recoge la desesperación de los sin tierra. De los que nunca tuvieron nada sino la humillante y magra paga, muchas veces en especie, y el despotismo del patrón. El ayer y el hoy. La distancia que media entre esperanza y logro, equivalente al amor expectante y la conquista del ser amado.
HAY UN hato, casi citadino, pero hato al fin y al cabo. Un hato con leyendas, como las tiene toda propiedad en el llano. Bordea Barinas. Su titularidad es producto de la acumulación de sucesivos despojos. Como suele ser con la propiedad llanera, conformada mediante la violencia y las cercas corridas. Hecha de abusos sin fin, de la imposición del miedo sobre Altamira en lenguaje galleguiano. Títulos apuntalados en ventas forzadas, en trucos tribunalicios con la maña de abogados rábulas, expertos en despojos a alguien que adquiere tierras de origen oscuro, y da inicio a la aventura terrófaga. Año tras año suma hectáreas, y con la complacencia de las autoridades legaliza la aventura. Es el milagro, no de la multiplicación de los panes, sino de la sumatoria de extensiones mal habidas.
SOBRE ESAS tierras se erige otra leyenda. Que con el tiempo cobra dimensión de ícono. Si asienta una fama, se extiende por la comarca, es conseja de un poder naciente. Con el tiempo se produce la consabida y consuetudinaria relación política-empresa privada. O mejor: el empresario doblado en político y viceversa.
LA POLÍTICA depara la oportunidad de imponer una salida alternativa al desplome del viejo régimen que se viene venir. Ocasión propicia para reciclar prácticas en pleno proceso de descomposición y marcada obsolescencia. La llave, la combinación que se vislumbraba, aparentemente no tiene desperdicio: un liderazgo político fuerte, popular, y un liderazgo empresarial recostado al poder cobrando los favores recibidos.
ESE HATO con nombre de río caudaloso ha sido escenario de otro intento por escamotear un proceso de cambio en el país. La burla de Coche en Barinas. La histórica figura de la traición revoloteando como la zamurada sobre las ilusiones y las promesas de cambio. El comienzo fue el mismo de siempre: la zalamería irrestricta, ofertas tácitas o expresas, los elogios sin medida, los masajes desproporcionados al ego, fundados todos esos recursos en que no hay hombre con sentido del poder en Venezuela -esa ha sido la tradición- que no sucumba al halago. Al halago personal, a la tentación crematística, a todo aquello que el implacable Pío Gil llamó “los felicitadores”.
EL HATO se convirtió en crónica social. Lo que allí ocurrió es una prueba de la voluntad de conquista de quienes imaginaban que detrás de una victoria popular, de un liderazgo de nuevo cuño, siempre está agazapada la traición y podía reconstruirse la periclitada manera de hacer política. Pero los dueños del hato no contaban con la astucia del escogido. Apostaron todo a que claudicaría. A que cedería como ocurrió con otros que se rindieron ante la oligarquía y los grupos empresariales, sin disparar un tiro. Entonces se comenzó a urdir la estrategia de las presiones internas; la búsqueda del objetivo por los atajos. Se solicitaban contratos y la explicación no era otra que la ayuda recibida cuando se atravesaba el desierto, tenía un efecto obligante.
LAS LEYENDAS del hato se multiplicaron. El estira y encoge de las presiones y los subsiguientes rechazos. Hasta que la cuerda reventó. Pero la otra cara de la leyenda se desconoce. No se publicita. Se habla sólo de ingratitud. Del desprecio a la amistad. Pero silencian las exigencias obscenas. Se calla la dinámica que condujo a que la nueva visión del poder que supuestamente se gestó en el hato, símbolo premonitorio de nuevas deslealtades hacia la voluntad popular, hizo crisis cuando quien pasó a detentar el poder real se negó a aceptar lo que todos los antecesores habían aceptado: rendirse ante los poderes fácticos. La figura del mecenas dadivoso doblado en político y el del político fungiendo de facilitador de negociados, fracasó en esta oportunidad. Quienes pretendieron reeditar la funesta práctica, creyeron posible asumir el desafío a base de arrogancia y que en definitiva se impondrían. No se percataron que el país había cambiado. Y que las leyendas son sólo leyendas.
SON OTROS tiempos en los que no se pueden asar dos conejos a la vez porque uno -o los dos- termina quemándose. En otras palabras, o se es empresario o se es político. Quien intente las dos cosas al mismo tiempo puede perder el chivo y el mecate. Para seguir hablando en términos zoológicos.
Alerta al Comandante Presidente
ESTE ESCRIBIDOR realmente no sabe si Chávez está consciente de sus debilidades. Todo indica que lo está de sus fortalezas. Pero habría qué reflexionar si su poder es suficiente para conjurar algunos peligros que existen. CITO DOS:
1) Confianza ilimitada en colaboradores que definitivamente no dan la talla, y 2) una administración pública que es pura chatarra. Los tiempos que vienen obligan al Comandante Presidente a ajustar su plantilla. A hacer riguroso seguimiento de la gestión oficial. A sincerar el funcionamiento de la burocracia. No es que Chávez sea tonto y se deje engañar: ¡jamás!; pero de que lo engañan, lo engañan. Es el mismo caso de las brujas: de que vuelan, vuelan.
EL LLANO es un reservorio de leyendas. No hay venezolano que crea más en aparecidos y desaparecidos, en fantasmas de la sabana, en silvones, en el misterio de los fuegos fatuos, en jinetes sin cabeza y en sayonas, que el llanero. Su poesía está llena de amoríos, despechos y sorpresas nocturnas. Su vida cotidiana es el horizonte sin límite, el caballo y la punta de ganado. A la hora del ordeño se junta el amor por la res, la protección del becerro y la caricia a la ubre repleta de leche. En ese escenario se abre paso la tonada y Simón Díaz resuena por todas partes. También está José León Tapia, el cronista de la violencia de la llanura; de Zamora persiguiendo la justicia social a punta de candela, y de Alberto Arvelo Torrealba, el de los poemas profundos, del mastranto, los ojos como laguna y el estero infinito.
SON MUCHAS las leyendas, pasadas y presentes, del Hato. Del latifundio que se confunde en su extensión con el cielo y la miseria y recoge la desesperación de los sin tierra. De los que nunca tuvieron nada sino la humillante y magra paga, muchas veces en especie, y el despotismo del patrón. El ayer y el hoy. La distancia que media entre esperanza y logro, equivalente al amor expectante y la conquista del ser amado.
HAY UN hato, casi citadino, pero hato al fin y al cabo. Un hato con leyendas, como las tiene toda propiedad en el llano. Bordea Barinas. Su titularidad es producto de la acumulación de sucesivos despojos. Como suele ser con la propiedad llanera, conformada mediante la violencia y las cercas corridas. Hecha de abusos sin fin, de la imposición del miedo sobre Altamira en lenguaje galleguiano. Títulos apuntalados en ventas forzadas, en trucos tribunalicios con la maña de abogados rábulas, expertos en despojos a alguien que adquiere tierras de origen oscuro, y da inicio a la aventura terrófaga. Año tras año suma hectáreas, y con la complacencia de las autoridades legaliza la aventura. Es el milagro, no de la multiplicación de los panes, sino de la sumatoria de extensiones mal habidas.
SOBRE ESAS tierras se erige otra leyenda. Que con el tiempo cobra dimensión de ícono. Si asienta una fama, se extiende por la comarca, es conseja de un poder naciente. Con el tiempo se produce la consabida y consuetudinaria relación política-empresa privada. O mejor: el empresario doblado en político y viceversa.
LA POLÍTICA depara la oportunidad de imponer una salida alternativa al desplome del viejo régimen que se viene venir. Ocasión propicia para reciclar prácticas en pleno proceso de descomposición y marcada obsolescencia. La llave, la combinación que se vislumbraba, aparentemente no tiene desperdicio: un liderazgo político fuerte, popular, y un liderazgo empresarial recostado al poder cobrando los favores recibidos.
ESE HATO con nombre de río caudaloso ha sido escenario de otro intento por escamotear un proceso de cambio en el país. La burla de Coche en Barinas. La histórica figura de la traición revoloteando como la zamurada sobre las ilusiones y las promesas de cambio. El comienzo fue el mismo de siempre: la zalamería irrestricta, ofertas tácitas o expresas, los elogios sin medida, los masajes desproporcionados al ego, fundados todos esos recursos en que no hay hombre con sentido del poder en Venezuela -esa ha sido la tradición- que no sucumba al halago. Al halago personal, a la tentación crematística, a todo aquello que el implacable Pío Gil llamó “los felicitadores”.
EL HATO se convirtió en crónica social. Lo que allí ocurrió es una prueba de la voluntad de conquista de quienes imaginaban que detrás de una victoria popular, de un liderazgo de nuevo cuño, siempre está agazapada la traición y podía reconstruirse la periclitada manera de hacer política. Pero los dueños del hato no contaban con la astucia del escogido. Apostaron todo a que claudicaría. A que cedería como ocurrió con otros que se rindieron ante la oligarquía y los grupos empresariales, sin disparar un tiro. Entonces se comenzó a urdir la estrategia de las presiones internas; la búsqueda del objetivo por los atajos. Se solicitaban contratos y la explicación no era otra que la ayuda recibida cuando se atravesaba el desierto, tenía un efecto obligante.
LAS LEYENDAS del hato se multiplicaron. El estira y encoge de las presiones y los subsiguientes rechazos. Hasta que la cuerda reventó. Pero la otra cara de la leyenda se desconoce. No se publicita. Se habla sólo de ingratitud. Del desprecio a la amistad. Pero silencian las exigencias obscenas. Se calla la dinámica que condujo a que la nueva visión del poder que supuestamente se gestó en el hato, símbolo premonitorio de nuevas deslealtades hacia la voluntad popular, hizo crisis cuando quien pasó a detentar el poder real se negó a aceptar lo que todos los antecesores habían aceptado: rendirse ante los poderes fácticos. La figura del mecenas dadivoso doblado en político y el del político fungiendo de facilitador de negociados, fracasó en esta oportunidad. Quienes pretendieron reeditar la funesta práctica, creyeron posible asumir el desafío a base de arrogancia y que en definitiva se impondrían. No se percataron que el país había cambiado. Y que las leyendas son sólo leyendas.
SON OTROS tiempos en los que no se pueden asar dos conejos a la vez porque uno -o los dos- termina quemándose. En otras palabras, o se es empresario o se es político. Quien intente las dos cosas al mismo tiempo puede perder el chivo y el mecate. Para seguir hablando en términos zoológicos.
Alerta al Comandante Presidente
ESTE ESCRIBIDOR realmente no sabe si Chávez está consciente de sus debilidades. Todo indica que lo está de sus fortalezas. Pero habría qué reflexionar si su poder es suficiente para conjurar algunos peligros que existen. CITO DOS:
1) Confianza ilimitada en colaboradores que definitivamente no dan la talla, y 2) una administración pública que es pura chatarra. Los tiempos que vienen obligan al Comandante Presidente a ajustar su plantilla. A hacer riguroso seguimiento de la gestión oficial. A sincerar el funcionamiento de la burocracia. No es que Chávez sea tonto y se deje engañar: ¡jamás!; pero de que lo engañan, lo engañan. Es el mismo caso de las brujas: de que vuelan, vuelan.
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