Freddy J. Melo
La Unión, pueblecito orillado en la confluencia de los ríos Guanare y Portuguesa --feliz circunstancia geográfica que le da nombre--, hacia el extremo oriental del Estado Barinas y frente a costa guariqueña, plena llanura, fue la cuna de Jesús María Bianco Torres, nacido de inmigrante italiano y mujer criolla el 20 de marzo de 1917, noventa y dos aniversarios con el de ahora, y apresuradamente ido el 23 de octubre de 1976, cinco meses antes de cumplir los sesenta años, treinta y tres transcurridos desde entonces. Los sucesos que en nuestros días sacuden y transforman la faz de Venezuela no pueden menos que remover en el afecto y la memoria la impronta de aquel hombre, que amó a su país y a su universidad con pasión de prócer y les sirvió en horas tumultuosas con dedicación exclusiva y aglutinante personalidad.
Decir a su país y a su universidad es una redundancia, porque en verdad el servicio al primero lo realizó a través de la segunda y sin que en ningún momento entrara en su magín la idea de que pudiera haber alguna distinción, o de que a la Universidad le cupiera sentirse como una especie de enclave o una isla de excelencia, capaz de ver por encima del hombro o con sentido de exclusión a las muchedumbres pauperizadas y desposeídas de moral y de luces. Si alguien hubiera insinuado algo así, se hubiese llenado de vergüenza. Pues el entregar la vida a la casa de estudios no era sino su modo de entregársela a Venezuela, y cuando ejerció funciones propiamente políticas –diputado o luchador clandestino antidictatorial-- fue siempre portavoz de la mejor expresión del Alma Mater. Padeció, en calidad de universitario, prisión infame en la isla donde el río perdió las siete estrellas --decir de José Vicente Abreu-- y persecución por esbirros dictatoriales y canallas democráticos; y en calidad de venezolano, ataques desmesurados y calumnias por parte de muchos de sus colegas universitarios. Pero al mismo tiempo recibió el afecto y reconocimiento de la mayoría de sus contemporáneos de todos los ámbitos de la nación y su nombre era una carta de esperanza para el posible ejercicio de la presidencia en un gobierno democrático avanzado.
Desde las propias aulas del viejo recinto ilustre, a un año apenas de la sombra de Gómez, se inicia como militante estudiantil y profesor de secundaria, y tras el grado profesional, en Farmacia, empieza con el decenio de los cuarenta la docencia universitaria. No la abandonaría ya y la enaltecería siempre. En el transcurso fue instructor, profesor paso a paso hasta la titularidad, decano de triple ejercicio que definió las líneas maestras de su Facultad, Vicerrector y Rector reelecto --único con esa distinción-- e investigador con relevantes trabajos en el campo de la Botánica, del cual era posgraduado. Se dio espacio también para el trabajo gremialista.
Como Rector estuvo a la altura de los compromisos que se le presentaron. Le tocó el tiempo en que la izquierda venezolana intentó “el asalto del cielo” y se desencadenaron todos los demonios represivos del status cipayo. La Universidad Central, con un movimiento estudiantil a la sazón mayoritariamente izquierdista y fervorosamente comprometido, quedó situada en el ojo de la tormenta, y entonces el rector Bianco fue pararrayos de la furia gubernamental y libró las batallas más firmes y serenas en defensa de la Universidad, la juventud, los derechos democráticos y un futuro de justicia y decencia. Acompañó y orientó el movimiento de renovación universitaria --tentativa de adelantar en las aulas el porvenir--, segado, junto con la autonomía institucional, cuando el gobierno hizo aprobar una ley de “contrarreforma” y creó un aparato de intervención. A Jesús María Bianco no le quedó otro camino que la renuncia, pero manteniendo firmes la denuncia y el combate por su amada universidad, por su amado país. Ante la conciencia de la nación quedó configurado como el Rector de la Dignidad, y la gratitud lo hizo epónimo de promociones, cátedras y escuelas y de la plaza central de la Ciudad Universitaria.
A doña Isabel y sus cinco hijos les envío mis recuerdos y mi afecto (20/03/09).
Decir a su país y a su universidad es una redundancia, porque en verdad el servicio al primero lo realizó a través de la segunda y sin que en ningún momento entrara en su magín la idea de que pudiera haber alguna distinción, o de que a la Universidad le cupiera sentirse como una especie de enclave o una isla de excelencia, capaz de ver por encima del hombro o con sentido de exclusión a las muchedumbres pauperizadas y desposeídas de moral y de luces. Si alguien hubiera insinuado algo así, se hubiese llenado de vergüenza. Pues el entregar la vida a la casa de estudios no era sino su modo de entregársela a Venezuela, y cuando ejerció funciones propiamente políticas –diputado o luchador clandestino antidictatorial-- fue siempre portavoz de la mejor expresión del Alma Mater. Padeció, en calidad de universitario, prisión infame en la isla donde el río perdió las siete estrellas --decir de José Vicente Abreu-- y persecución por esbirros dictatoriales y canallas democráticos; y en calidad de venezolano, ataques desmesurados y calumnias por parte de muchos de sus colegas universitarios. Pero al mismo tiempo recibió el afecto y reconocimiento de la mayoría de sus contemporáneos de todos los ámbitos de la nación y su nombre era una carta de esperanza para el posible ejercicio de la presidencia en un gobierno democrático avanzado.
Desde las propias aulas del viejo recinto ilustre, a un año apenas de la sombra de Gómez, se inicia como militante estudiantil y profesor de secundaria, y tras el grado profesional, en Farmacia, empieza con el decenio de los cuarenta la docencia universitaria. No la abandonaría ya y la enaltecería siempre. En el transcurso fue instructor, profesor paso a paso hasta la titularidad, decano de triple ejercicio que definió las líneas maestras de su Facultad, Vicerrector y Rector reelecto --único con esa distinción-- e investigador con relevantes trabajos en el campo de la Botánica, del cual era posgraduado. Se dio espacio también para el trabajo gremialista.
Como Rector estuvo a la altura de los compromisos que se le presentaron. Le tocó el tiempo en que la izquierda venezolana intentó “el asalto del cielo” y se desencadenaron todos los demonios represivos del status cipayo. La Universidad Central, con un movimiento estudiantil a la sazón mayoritariamente izquierdista y fervorosamente comprometido, quedó situada en el ojo de la tormenta, y entonces el rector Bianco fue pararrayos de la furia gubernamental y libró las batallas más firmes y serenas en defensa de la Universidad, la juventud, los derechos democráticos y un futuro de justicia y decencia. Acompañó y orientó el movimiento de renovación universitaria --tentativa de adelantar en las aulas el porvenir--, segado, junto con la autonomía institucional, cuando el gobierno hizo aprobar una ley de “contrarreforma” y creó un aparato de intervención. A Jesús María Bianco no le quedó otro camino que la renuncia, pero manteniendo firmes la denuncia y el combate por su amada universidad, por su amado país. Ante la conciencia de la nación quedó configurado como el Rector de la Dignidad, y la gratitud lo hizo epónimo de promociones, cátedras y escuelas y de la plaza central de la Ciudad Universitaria.
A doña Isabel y sus cinco hijos les envío mis recuerdos y mi afecto (20/03/09).
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