El déficit
Freddy J. Melo
Las últimas confrontaciones electorales, independientemente de la calidad e importancia de la victoria del 15 de febrero, han evidenciado la existencia de un déficit de conciencia de clase en un considerable sector del pueblo, lo cual convierte en tarea fundamental la lucha por la superación de ese déficit, que pareciera para los revolucionarios, luego de diez años de responsabilidades de dirección, serlo también de conciencia del deber social. La aplicación de las tres erres formuladas por el Presidente –es decir, un ejercicio a fondo de crítica y autocrítica y el correspondiente mejoramiento en el quehacer y la acción de individuos, colectivos e instituciones--, es la vía que se abre en función de la respuesta necesaria.
En alguna ocasión u otra --lo recuerdo, no por presumir de sabiduría, ni originalidad, ni nada semejante que no poseo, sino porque lucen como cuestiones obvias y consideré oportuno destacarlas--, señalé que es preciso trabajar por poner la conciencia de las multitudes al nivel del corazón; igualmente, que la garantía de la victoria estará dada por la medida en que se forjen la conciencia socialista del pueblo (entendido como el conjunto de clases y capas cuyo núcleo definidor es la clase obrera), el carácter socialista del Estado (imprescindible durante el período de transición) y la capacidad de la economía socialista (a construirse en situación de convivencia más o menos prolongada con el capitalismo) para satisfacer las necesidades de la gente; y así mismo, que la preservación de la condición pacífica y democrática del proceso exige acumular fuerzas en magnitud suficiente para contener y manejar la violencia del enemigo histórico, que pugnará por romper esa condición. Tales conquistas sólo son posibles mediante la práctica y el desarrollo de la más profunda democracia participativa y protagónica y la presencia de un liderazgo lúcido y unificador.
El balance nos indica que tenemos el liderazgo, pero en los demás aspectos, aunque hay avances y logros formidables, existen carencias y estancamientos que en una revolución pueden significar retrocesos y riesgos peligrosos. A la profundización de la democracia revolucionaria se interponen obstáculos de origen interno, maniobras de burócratas que defienden cuotas de poder. Al evidenciado déficit de conciencia popular, cuya responsabilidad nos atañe a todos, militantes y simpatizantes del socialismo, dentro o fuera del Gobierno, se unen, y son también expresión del mismo déficit, tanto la ineficiencia, pesadez burocrática y corrupción de viejo y nuevo cuños (por ejemplo, funcionarios con atuendo rojo rojito que sin la vil prenda de la comisión no sueltan un crédito, aunque la solicitud sea legítima) supervivientes en un aparato estatal construido para la dominación y que hasta ahora no ha podido ser cabalmente revolucionado, tanto eso como los tropiezos a veces inducidos vistos en algunos de los programas del área de la economía.
El ámbito decisivo, como puede observarse, es el de la conciencia. Conciencia de lo que está en juego, del momento que se vive, de nuestra posición en la sociedad, del deber que por consiguiente nos corresponde. La superación del déficit en el seno del pueblo implica correlativa y simultáneamente la superación del nuestro. Y ese proceso entrelazado exige avanzar con el máximo de acierto en la puesta de las palancas de la economía en manos de quienes producen la riqueza social y, necesario para ello, completar la transformación revolucionaria del Estado, empezando por corregir la descomunal disparidad de los emolumentos y establecer los mecanismos ad hoc para la participación popular en las funciones de planificación, ejecución y control de la gestión pública. No más decisiones al margen de los trabajadores y de la comunidad interesada, no más programas sometidos a la inercia, no más promesas incumplidas, no más retención de remuneraciones, no más jerarcas inaccesibles, no más alcabalas, enredijos burocráticos y burlas a la ciudadanía, no más cargas injustificadas sobre los hombros del Presidente. Enterremos por fin la cuarta república.
La superación del déficit de conciencia es además vital para darle consistencia de acero a la condición pacífica y democrática de la revolución.
En alguna ocasión u otra --lo recuerdo, no por presumir de sabiduría, ni originalidad, ni nada semejante que no poseo, sino porque lucen como cuestiones obvias y consideré oportuno destacarlas--, señalé que es preciso trabajar por poner la conciencia de las multitudes al nivel del corazón; igualmente, que la garantía de la victoria estará dada por la medida en que se forjen la conciencia socialista del pueblo (entendido como el conjunto de clases y capas cuyo núcleo definidor es la clase obrera), el carácter socialista del Estado (imprescindible durante el período de transición) y la capacidad de la economía socialista (a construirse en situación de convivencia más o menos prolongada con el capitalismo) para satisfacer las necesidades de la gente; y así mismo, que la preservación de la condición pacífica y democrática del proceso exige acumular fuerzas en magnitud suficiente para contener y manejar la violencia del enemigo histórico, que pugnará por romper esa condición. Tales conquistas sólo son posibles mediante la práctica y el desarrollo de la más profunda democracia participativa y protagónica y la presencia de un liderazgo lúcido y unificador.
El balance nos indica que tenemos el liderazgo, pero en los demás aspectos, aunque hay avances y logros formidables, existen carencias y estancamientos que en una revolución pueden significar retrocesos y riesgos peligrosos. A la profundización de la democracia revolucionaria se interponen obstáculos de origen interno, maniobras de burócratas que defienden cuotas de poder. Al evidenciado déficit de conciencia popular, cuya responsabilidad nos atañe a todos, militantes y simpatizantes del socialismo, dentro o fuera del Gobierno, se unen, y son también expresión del mismo déficit, tanto la ineficiencia, pesadez burocrática y corrupción de viejo y nuevo cuños (por ejemplo, funcionarios con atuendo rojo rojito que sin la vil prenda de la comisión no sueltan un crédito, aunque la solicitud sea legítima) supervivientes en un aparato estatal construido para la dominación y que hasta ahora no ha podido ser cabalmente revolucionado, tanto eso como los tropiezos a veces inducidos vistos en algunos de los programas del área de la economía.
El ámbito decisivo, como puede observarse, es el de la conciencia. Conciencia de lo que está en juego, del momento que se vive, de nuestra posición en la sociedad, del deber que por consiguiente nos corresponde. La superación del déficit en el seno del pueblo implica correlativa y simultáneamente la superación del nuestro. Y ese proceso entrelazado exige avanzar con el máximo de acierto en la puesta de las palancas de la economía en manos de quienes producen la riqueza social y, necesario para ello, completar la transformación revolucionaria del Estado, empezando por corregir la descomunal disparidad de los emolumentos y establecer los mecanismos ad hoc para la participación popular en las funciones de planificación, ejecución y control de la gestión pública. No más decisiones al margen de los trabajadores y de la comunidad interesada, no más programas sometidos a la inercia, no más promesas incumplidas, no más retención de remuneraciones, no más jerarcas inaccesibles, no más alcabalas, enredijos burocráticos y burlas a la ciudadanía, no más cargas injustificadas sobre los hombros del Presidente. Enterremos por fin la cuarta república.
La superación del déficit de conciencia es además vital para darle consistencia de acero a la condición pacífica y democrática de la revolución.
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