El camino de Venezuela
Freddy J. Melo
El resultado de la consulta comicial del domingo pasado demuestra una vez más que Hugo Chávez Frías es el líder y la Revolución Bolivariana el camino de Venezuela. Todas las fuerzas contrarrevolucionarias de Europa, Estados Unidos y América Latina, tensadas al máximo, prodigaron a sus “protegidos” vernáculos, así mismo blandidores de todos sus hierros, cuanto recurso mediático, político y financiero juzgaron necesario para impedir el triunfo gubernamental, en un aquelarre de mentira e infamia que no por recurrente deja de asombrar el sentido de la decencia y la sindéresis. Buscaron repetir el éxito de diciembre 2007, cuando con su falsificación del contenido de la propuesta consiguieron la abstención de una parte del chavismo y que una mayoría, pequeña pero decisiva, votara contra su propio interés y retrasara modificaciones constitucionales importantes para la mejor fluidez del proceso transformador. Fue ése un logro basado en la inoportunidad de la solicitud, pues el PSUV estaba en sus fases iniciales, la unidad revolucionaria sufría distorsiones, las organizaciones populares lucían confundidas y el Presidente tenía compromisos internacionales que le impedían suficiente dedicación a la campaña. En esas condiciones no fue posible impedir el funcionamiento de la trampa goebbelsiana.
En esta ocasión tuvimos partido, unidad, claridad organizativa y la esforzada conducción de un jefe político que deja nuevamente asentado el poderío catalizador de su liderazgo. Y en consecuencia volvimos a ver la alegría y el entusiasmo de las multitudes y se ratificó la convicción de que con ellas y mediante su propia acción consciente, las grandes tareas planteadas serán resueltas de conformidad con las posibilidades históricas. Recordemos el objetivo esencial: conquistar la mayor suma de felicidad posible para nuestro pueblo; y reafirmemos la conciencia de lo que esa aspiración nos exige sine qua non: realizar la liberación nacional, a fin de ser dueños de nuestro destino como país, y la liberación social, para serlo de nuestras propias vidas. Una y otra son consustanciales, no pueden realizarse por separado, e implican enfrentar y vencer al enemigo histórico, el bloque de poder imperialista-oligárquico, lo cual requiere a su vez forjar las armas de la unidad interna del pueblo, con sus clases y capas progresistas nucleadas alrededor de la clase obrera, y de la unidad continental bolivariana, para tornar invulnerables las victorias. En ese empeño nos encontramos, pero las dificultades son inmensas y no pocos los tropiezos.
Al respecto es preciso reconocer que la voluntad falsificadora del oposicionismo obtuvo dividendos otra vez. Como ha dicho Fidel y es constantemente recordado, en Venezuela no hay cuatro millones de oligarcas, y por supuesto, mucho menos cinco. De modo que tenemos un déficit de conciencia de clase que permite a una ínfima minoría de explotadores --utilizando el correaje de la estructura pequeñoburguesa de politiqueros construida y reciclada en el curso de varias décadas-- poner a su servicio para la acción política a una importante porción de los explotados. La culpa no puede ser imputable sino a nosotros mismos, los revolucionarios, tanto a quienes dentro o fuera del Gobierno no nos hemos preocupado por clarificar y acerar las convicciones, y debido a esa carencia no hemos estado en capacidad de ayudar a consolidarlas y convertirlas en fuerza material como patrimonio del pueblo, cuanto a quienes dentro del aparato gubernamental no han podido superar la carga maldita de burocratismo, corrupción e ineficiencia heredada, ni por consiguiente transformar el Estado burgués en uno de servicio colectivo, instrumento indispensable para la transición al socialismo. El Presidente, con su lucidez característica, urge nuevamente al ejercicio de las tres erres en torno al curso general del proceso y sobre los principales problemas desde hace tiempo identificados, y hacer realidad eso es cuestión de vida o muerte. No es posible seguir con burócratas insensibles que retienen los sueldos de los trabajadores, desatienden o malatienden a la gente e incumplen lo prometido, o no saben con exactitud lo que tienen entre manos. Los grandes éxitos sociales, las Misiones en primer término, pueden y deben ser mejorados, consolidados y articulados al desarrollo global. Por ejemplo, un programa vital y de alcance estratégico, como el Sistema Nacional de Salud, no puede retrasarse más, y su desarrollo debe descansar en un complejo gestionario que posea meridiana claridad de concepción y acción e incluya a la comunidad y a profesionales de la salud y de otras disciplinas.
Freddy J. Melo
El resultado de la consulta comicial del domingo pasado demuestra una vez más que Hugo Chávez Frías es el líder y la Revolución Bolivariana el camino de Venezuela. Todas las fuerzas contrarrevolucionarias de Europa, Estados Unidos y América Latina, tensadas al máximo, prodigaron a sus “protegidos” vernáculos, así mismo blandidores de todos sus hierros, cuanto recurso mediático, político y financiero juzgaron necesario para impedir el triunfo gubernamental, en un aquelarre de mentira e infamia que no por recurrente deja de asombrar el sentido de la decencia y la sindéresis. Buscaron repetir el éxito de diciembre 2007, cuando con su falsificación del contenido de la propuesta consiguieron la abstención de una parte del chavismo y que una mayoría, pequeña pero decisiva, votara contra su propio interés y retrasara modificaciones constitucionales importantes para la mejor fluidez del proceso transformador. Fue ése un logro basado en la inoportunidad de la solicitud, pues el PSUV estaba en sus fases iniciales, la unidad revolucionaria sufría distorsiones, las organizaciones populares lucían confundidas y el Presidente tenía compromisos internacionales que le impedían suficiente dedicación a la campaña. En esas condiciones no fue posible impedir el funcionamiento de la trampa goebbelsiana.
En esta ocasión tuvimos partido, unidad, claridad organizativa y la esforzada conducción de un jefe político que deja nuevamente asentado el poderío catalizador de su liderazgo. Y en consecuencia volvimos a ver la alegría y el entusiasmo de las multitudes y se ratificó la convicción de que con ellas y mediante su propia acción consciente, las grandes tareas planteadas serán resueltas de conformidad con las posibilidades históricas. Recordemos el objetivo esencial: conquistar la mayor suma de felicidad posible para nuestro pueblo; y reafirmemos la conciencia de lo que esa aspiración nos exige sine qua non: realizar la liberación nacional, a fin de ser dueños de nuestro destino como país, y la liberación social, para serlo de nuestras propias vidas. Una y otra son consustanciales, no pueden realizarse por separado, e implican enfrentar y vencer al enemigo histórico, el bloque de poder imperialista-oligárquico, lo cual requiere a su vez forjar las armas de la unidad interna del pueblo, con sus clases y capas progresistas nucleadas alrededor de la clase obrera, y de la unidad continental bolivariana, para tornar invulnerables las victorias. En ese empeño nos encontramos, pero las dificultades son inmensas y no pocos los tropiezos.
Al respecto es preciso reconocer que la voluntad falsificadora del oposicionismo obtuvo dividendos otra vez. Como ha dicho Fidel y es constantemente recordado, en Venezuela no hay cuatro millones de oligarcas, y por supuesto, mucho menos cinco. De modo que tenemos un déficit de conciencia de clase que permite a una ínfima minoría de explotadores --utilizando el correaje de la estructura pequeñoburguesa de politiqueros construida y reciclada en el curso de varias décadas-- poner a su servicio para la acción política a una importante porción de los explotados. La culpa no puede ser imputable sino a nosotros mismos, los revolucionarios, tanto a quienes dentro o fuera del Gobierno no nos hemos preocupado por clarificar y acerar las convicciones, y debido a esa carencia no hemos estado en capacidad de ayudar a consolidarlas y convertirlas en fuerza material como patrimonio del pueblo, cuanto a quienes dentro del aparato gubernamental no han podido superar la carga maldita de burocratismo, corrupción e ineficiencia heredada, ni por consiguiente transformar el Estado burgués en uno de servicio colectivo, instrumento indispensable para la transición al socialismo. El Presidente, con su lucidez característica, urge nuevamente al ejercicio de las tres erres en torno al curso general del proceso y sobre los principales problemas desde hace tiempo identificados, y hacer realidad eso es cuestión de vida o muerte. No es posible seguir con burócratas insensibles que retienen los sueldos de los trabajadores, desatienden o malatienden a la gente e incumplen lo prometido, o no saben con exactitud lo que tienen entre manos. Los grandes éxitos sociales, las Misiones en primer término, pueden y deben ser mejorados, consolidados y articulados al desarrollo global. Por ejemplo, un programa vital y de alcance estratégico, como el Sistema Nacional de Salud, no puede retrasarse más, y su desarrollo debe descansar en un complejo gestionario que posea meridiana claridad de concepción y acción e incluya a la comunidad y a profesionales de la salud y de otras disciplinas.
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