viernes, 1 de octubre de 2010

Sobre derrotas necesarias y victorias merecidas

Sobre derrotas necesarias y victorias merecidas
La primera cualidad de un Revolucionario, antes que la crítica, debe ser la autocrítica responsable y militante, no la queja y el rencor paralizante, engendrador de las tan fatídicas caserías de brujas; sino el meditar, detectar y erradicar a las acciones responsables para la presencia de estos resultados adversos en la agenda de la Revolución
Lejos de plantearnos el fin de la historia, este es en realidad el comienzo de la revisión, rectificación y reimpulso, hace tanto tiempo proclamado por el Comandante y tan sistemáticamente desoído por gran parte de la dirigencia Los resultados electorales ante los cuales nos enfrentamos esta lluviosa madrugada en el Táchira, no son más que el producto inevitable de un accionar errante, desordenado y en muchos casos, rayando lo absurdo por parte de quienes deberían consolidar el proceso revolucionario en el estado.
Las revoluciones ameritan batallas y las elecciones en revolución no se ganan con campañas, sino con acciones coherentes entre la praxis y la teoría. No es menester gastarse en sesudos análisis socio-políticos para darse cuenta de la magnitud de la derrota que se avecinaba, cuando las acciones que se emprendieron para esta coyuntura electoral estaban basadas sobre la premisa del mal menor, no sobre la consigna de los mejores revolucionarios.
Al decir de Carlos Quijano, aquellos polvos trajeron estos lodos, que hoy empantanan el desarrollo de la Revolución, pero aunque parezca paradójico, la desarrolla, la depura, la reivindica como un proceso cualitativo más que cuantitativo, y en ese orden de ideas, las derrotas coyunturales representan victorias estructurales. La primera cualidad de un Revolucionario, antes que la crítica, debe ser la autocrítica responsable y militante, no la queja y el rencor paralizante, engendrador de las tan fatídicas caserías de brujas; sino el meditar, detectar y erradicar a las acciones responsables para la presencia de estos resultados adversos en la agenda de la Revolución.
Cuando se ha avanzado como nunca en lo nacional y en lo regional por hacer verdad la soberanía del pueblo venezolano, una lectura simplista de la coyuntura histórica nos lleva inevitablemente a conclusiones erradas y también simplistas, lo cual es doblemente grave en una hora como la que atravesamos. Lejos de plantearnos el fin de la historia, este es en realidad el comienzo de la revisión, rectificación y reimpulso, hace tanto tiempo proclamado por el Comandante y tan sistemáticamente desoído por gran parte de la dirigencia y de las y los seguidores del proceso bolivariano. La revisión, no es hacia lo que los demás hacen sino primero y centralmente, sobre lo que cada uno de nosotros hacemos para consolidar el proceso de transformación real y contundente.
La rectificación implica inexorablemente desprendernos de las viejas prácticas aprendidas y aprehendidas de las estructuras políticas que hoy toman oxígeno más que por sus virtudes, por los sistemáticos errores de la Revolución en el Táchira. Solamente corrigiendo estos dos aspectos es posible emprender el reimpulso necesario para construir un proceso de organización y empoderamiento popular, todo lo demás será – mal que nos pese- parodia, intento estéril, esfuerzo superficial, sin carne ni músculo revolucionario; mucho menos con alma y compromiso guevarista y martiano.
Revolución no es autocomplacencia, ni personalismos, revolución es compromiso y protagonismo popular. Revolución no es competencia sino complementariedad. Revolución no es avaricia personal sino ambición colectiva, es entrega desinteresada por un sueño posible y necesario, no cuotas de poder para cambiar el signo del dominador y del dominado.
Revolución es liberación, no renovadas formas de sumisión. Por ende, hoy todo lo que puede parecer derrota para muchos, es necesaria victoria hacia la radicalización de las acciones que nos muestren las reales dimensiones de la correlación de fuerzas, para que ningún incauto se termine creyendo lo que en verdad no es, ni nunca lo fue, so pena de que en verdad nunca lo sea.
Víctor Manuel Rodríguez

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