"Para recordar la efectividad que pueden tener mensajes antirrevolucionarios en boca de un supuesto inocente muñequito que sólo persigue sano entretenimiento, valga la referencia a los bombardeos aéreos de suplementos que durante la segunda guerra mundial, el ejército gringo hizo sobre los campos enemigos
Confieso mi simpatía por Olafo. Algo me seduce de ese tipo que se dedica a saquear castillos con la misma despreocupación con que apura una cerveza en la taberna, junto a Chiripa, esa especie de Sancho que lo acompaña en sus delirios de grandeza.
No me sucede lo mismo con el sumiso Lorenzo Parachoques, ese mediocre oficinista capaz de sacrificar su amistad con Heriberto, a cambio de una partida de golf con el déspota de su jefe, el mismo que a la mañana siguiente lo saludará con un reproche por llegar tarde al trabajo, seguido de la consabida patada en el trasero.
A simple vista, pareciera no haber punto de encuentro entre estos dos personajes, nacidos al resguardo de la página de pasatiempos de la prensa de circulación masiva, en donde se distribuyen el ocio de los fiebruos llenadores de crucigramas, el aburrimiento de los fanáticos de la sopa de letras y la ingenuidad de quienes creen que leyendo la sección de efemérides, lograrán saber de historia.
Ciertamente, Olafo el terrible y Lorenzo Parachoques no tienen nada en común, o mejor dicho, no lo tenían, hasta hace unos días, cuando ambos coincidieron en “El Nacional”, unidos por la original guarimba editorial inventada por el pasquín de los Otero, que en una jugada maestra de manipulación e irrespeto hacia sus lectores (los que les quedan), llevó a cabo el montaje de textos en contra del proceso revolucionario, utilizando los dibujos originales de los autores de estas tiras cómicas de alcance internacional.
La idea es tan subliminal como perversa: poner a Olafo a huir de un ataque de flechas enemigas mientras dice que todo es por culpa de la Revolución, mostrar a Lorenzo en cantinflérica explicación de la Ley de Educación, reducir acciones y objetivos del proceso a las viñetas de una comiquita, disminuir la trascendencia de nuestro momento histórico, simplificarlo y llevarlo a niveles de humorada, de chiste, de pasatiempo de fin de semana.
Tocará a los autores y a las compañías que representan sus derechos, proceder legalmente por una alteración que compromete su creación.
Nos toca a quienes debemos defender la Revolución en el terreno de la batalla comunicacional, estar atentos y denunciar éste y otros delitos mediáticos que pueda cometer “El Nacional” y cualquier otro medio, sea impreso o audiovisual.
Para recordar la efectividad que pueden tener mensajes antirrevolucionarios en boca de un “inocente” muñequito que solo persigue “sano entretenimiento”, valga la referencia a los bombardeos aéreos de suplementos que durante la segunda guerra mundial, el ejército gringo hizo sobre los campos enemigos,
De Lorenzo, prototipo del conformismo, podría entenderlo.
Confieso mi simpatía por Olafo. Algo me seduce de ese tipo que se dedica a saquear castillos con la misma despreocupación con que apura una cerveza en la taberna, junto a Chiripa, esa especie de Sancho que lo acompaña en sus delirios de grandeza.
No me sucede lo mismo con el sumiso Lorenzo Parachoques, ese mediocre oficinista capaz de sacrificar su amistad con Heriberto, a cambio de una partida de golf con el déspota de su jefe, el mismo que a la mañana siguiente lo saludará con un reproche por llegar tarde al trabajo, seguido de la consabida patada en el trasero.
A simple vista, pareciera no haber punto de encuentro entre estos dos personajes, nacidos al resguardo de la página de pasatiempos de la prensa de circulación masiva, en donde se distribuyen el ocio de los fiebruos llenadores de crucigramas, el aburrimiento de los fanáticos de la sopa de letras y la ingenuidad de quienes creen que leyendo la sección de efemérides, lograrán saber de historia.
Ciertamente, Olafo el terrible y Lorenzo Parachoques no tienen nada en común, o mejor dicho, no lo tenían, hasta hace unos días, cuando ambos coincidieron en “El Nacional”, unidos por la original guarimba editorial inventada por el pasquín de los Otero, que en una jugada maestra de manipulación e irrespeto hacia sus lectores (los que les quedan), llevó a cabo el montaje de textos en contra del proceso revolucionario, utilizando los dibujos originales de los autores de estas tiras cómicas de alcance internacional.
La idea es tan subliminal como perversa: poner a Olafo a huir de un ataque de flechas enemigas mientras dice que todo es por culpa de la Revolución, mostrar a Lorenzo en cantinflérica explicación de la Ley de Educación, reducir acciones y objetivos del proceso a las viñetas de una comiquita, disminuir la trascendencia de nuestro momento histórico, simplificarlo y llevarlo a niveles de humorada, de chiste, de pasatiempo de fin de semana.
Tocará a los autores y a las compañías que representan sus derechos, proceder legalmente por una alteración que compromete su creación.
Nos toca a quienes debemos defender la Revolución en el terreno de la batalla comunicacional, estar atentos y denunciar éste y otros delitos mediáticos que pueda cometer “El Nacional” y cualquier otro medio, sea impreso o audiovisual.
Para recordar la efectividad que pueden tener mensajes antirrevolucionarios en boca de un “inocente” muñequito que solo persigue “sano entretenimiento”, valga la referencia a los bombardeos aéreos de suplementos que durante la segunda guerra mundial, el ejército gringo hizo sobre los campos enemigos,
De Lorenzo, prototipo del conformismo, podría entenderlo.
Pero de Olafo, infantil y borrachón, me cuesta aceptarlo.
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