“En La Peste hay una verdad enterrada”
El sacerdote Matías Camuñas cuenta su experiencia sobre esta fosa común y afirma que “reabrirla es deber de justicia”.
Nació en Villa Franca de Los Caballeros, en La Mancha, provincia de Toledo, España. Hijo de padres campesinos, nació en una familia franquista y conservadora. Llegó a Venezuela en 1977. Trabajó inicialmente en San Félix. En 1979 fue trasladado a la parroquia de Petare, en Caracas, donde trabajó durante 17 años. En 2005 adquirió la nacionalidad venezolana. Actualmente desarrolla su trabajo pastoral en San Buenaventura, El Roble, en San Félix, estado Bolívar.
Montó una carpa en La Peste, en el Cementerio General del Sur, para evitar “que alguien le echara cal para enterrar la verdad que estaba siendo desenterrada”.
Este “Quijote contemporáneo”, dio la extremaunción, entre balas, a Rubén Rojas, cuando le abrieron el pecho con un tiro de FAL.
Veinte años después de los sucesos del Caracazo, el sacerdote jesuita Matías Camuñas, quien para ese momento era el párroco de Petare, llama a la reconciliación y confía en que las investigaciones que reabrirá la Fiscalía conduzcan a la verdad.
—¿Qué opinión le merece que la Fiscalía haya reabierto el caso del Caracazo?
—Una opinión positiva. Esta ha sido una de las luchas de los familiares que tienen los restos en las urnas, en los huecos de La Peste. Para muchos de estos familiares no ha pasado el tiempo, siguen luchando por la justicia. De hecho, fueron solamente tres los familiares a los que se les entregaron los cuerpos: el joven José del Carmen Pirella, de San Cristóbal, Alberto Salas y Rubén Rojas, de la parroquia Sagrado Corazón, que por cierto me tocó a mí entregárselo a su mamá.
—¿No teme que el caso pueda ser utilizado políticamente?
—Yo personalmente pienso que no, porque esta es una deuda que tenían los gobiernos desde el 89. Hubo uno, no sé si fue el segundo de Carlos Andrés Pérez, que cuando estaba más animada la sociedad y estaba al frente de la exhumación el doctor Saúl Rol se suspendió. Entonces pensar que pueda ser político, yo personalmente pienso que no. Es un deber de justicia, es una lucha contra la impunidad, me parece que abrir
esto tiene que llevar a buscar a los responsables de las muertes.
—Se le conoce por su activa participación para dar a conocer la fosa común llamada La Peste.
Cuente un poco su experiencia.
—Yo ni sabía que existía La Peste. Me enteré cuando el 1 de marzo le di la unción a Rubén Rojas, que le habían disparado y le habían abierto el pecho. Cuando fui con su hermano a la morgue del Pérez de León, a reclamar el cuerpo, me dijeron así con estas palabras, “esta vaina no está aquí, está en La Peste”, y sonó por vez primera esa palabra, yo no estaba enterado. Siempre cuento que fue gracias a Frasso (Francisco Solórzano) y uno del sindicato del cementerio que se puso bravo con los directivos que nos enteramos dónde quedaba el sitio.
—¿Cómo fue esa experiencia, qué se encontraron?
—Lo de La Peste fue una experiencia de mucha muerte, pero al mismo tiempo de resurrección de la sociedad, de los jóvenes, de las madres.
Yo recuerdo que estuve un año, noche y día, yendo con alguien de mi parroquia a guardar los restos, porque teníamos miedo de que alguien fuera y le echara cal para enterrar la verdad que estaba siendo desenterrada. Siempre recuerdo a la periodista Aliana González que escribió en El Nacional que la verdad está siendo desenterrada y quien no crea en Dios que venga a La Peste y lo vea. Esta fue una experiencia te digo muy dura, porque el olor en las noches, tú llegabas y no había luz, te tropezabas con un cráneo, con un fémur.
—Ustedes se metieron a remover los cadáveres, ¿cómo fue eso?
—Ahí hubo facilidad por parte de grupos muy organizados. La Facultad de Antropología de la UCV conectó con técnicos de Argentina, vinieron dos, y un técnico de Estados Unidos. Durante un año, nosotros guardamos aquello, hicimos carpas allá de noche y ayudamos en todo lo que podíamos. Nosotros
no sabíamos ponernos con un pico y una pala, eso es una cuestión muy técnica, trabajaban con pinceles, con mucha ternura, redescubriendo toda una historia que había sido enterrada.
—¿Un mensaje final?
—Venezuela tiene un algo especial, de acogida, de calidad humana, de tender la mano, de solidaridad.
Yo viajé por toda América Latina.
En Perú me encontré con Sendero Luminoso. Estuve en Colombia , con los Zapatistas en Chiapas, en Honduras, y al final digo, Venezuela es lo mejor, por eso hago un llamado a la tolerancia, al respeto que debemos tener unos con otros.
Acostumbrarnos que si uno no piensa igual, no le voy a mentar la tercera generación. Yo lo voy a respetar porque es un compañero de camino, es un hermano. Para estas conclusiones yo creo que La Peste nos tiene que ayudar. Ojalá que sirva para hacer justicia también con los que fueron heridos, golpeados, como José Luis Martínez, un joven de Petare que se quedó sin riñón, sin empleo y sin novia.
El sacerdote Matías Camuñas cuenta su experiencia sobre esta fosa común y afirma que “reabrirla es deber de justicia”.
Nació en Villa Franca de Los Caballeros, en La Mancha, provincia de Toledo, España. Hijo de padres campesinos, nació en una familia franquista y conservadora. Llegó a Venezuela en 1977. Trabajó inicialmente en San Félix. En 1979 fue trasladado a la parroquia de Petare, en Caracas, donde trabajó durante 17 años. En 2005 adquirió la nacionalidad venezolana. Actualmente desarrolla su trabajo pastoral en San Buenaventura, El Roble, en San Félix, estado Bolívar.
Montó una carpa en La Peste, en el Cementerio General del Sur, para evitar “que alguien le echara cal para enterrar la verdad que estaba siendo desenterrada”.
Este “Quijote contemporáneo”, dio la extremaunción, entre balas, a Rubén Rojas, cuando le abrieron el pecho con un tiro de FAL.
Veinte años después de los sucesos del Caracazo, el sacerdote jesuita Matías Camuñas, quien para ese momento era el párroco de Petare, llama a la reconciliación y confía en que las investigaciones que reabrirá la Fiscalía conduzcan a la verdad.
—¿Qué opinión le merece que la Fiscalía haya reabierto el caso del Caracazo?
—Una opinión positiva. Esta ha sido una de las luchas de los familiares que tienen los restos en las urnas, en los huecos de La Peste. Para muchos de estos familiares no ha pasado el tiempo, siguen luchando por la justicia. De hecho, fueron solamente tres los familiares a los que se les entregaron los cuerpos: el joven José del Carmen Pirella, de San Cristóbal, Alberto Salas y Rubén Rojas, de la parroquia Sagrado Corazón, que por cierto me tocó a mí entregárselo a su mamá.
—¿No teme que el caso pueda ser utilizado políticamente?
—Yo personalmente pienso que no, porque esta es una deuda que tenían los gobiernos desde el 89. Hubo uno, no sé si fue el segundo de Carlos Andrés Pérez, que cuando estaba más animada la sociedad y estaba al frente de la exhumación el doctor Saúl Rol se suspendió. Entonces pensar que pueda ser político, yo personalmente pienso que no. Es un deber de justicia, es una lucha contra la impunidad, me parece que abrir
esto tiene que llevar a buscar a los responsables de las muertes.
—Se le conoce por su activa participación para dar a conocer la fosa común llamada La Peste.
Cuente un poco su experiencia.
—Yo ni sabía que existía La Peste. Me enteré cuando el 1 de marzo le di la unción a Rubén Rojas, que le habían disparado y le habían abierto el pecho. Cuando fui con su hermano a la morgue del Pérez de León, a reclamar el cuerpo, me dijeron así con estas palabras, “esta vaina no está aquí, está en La Peste”, y sonó por vez primera esa palabra, yo no estaba enterado. Siempre cuento que fue gracias a Frasso (Francisco Solórzano) y uno del sindicato del cementerio que se puso bravo con los directivos que nos enteramos dónde quedaba el sitio.
—¿Cómo fue esa experiencia, qué se encontraron?
—Lo de La Peste fue una experiencia de mucha muerte, pero al mismo tiempo de resurrección de la sociedad, de los jóvenes, de las madres.
Yo recuerdo que estuve un año, noche y día, yendo con alguien de mi parroquia a guardar los restos, porque teníamos miedo de que alguien fuera y le echara cal para enterrar la verdad que estaba siendo desenterrada. Siempre recuerdo a la periodista Aliana González que escribió en El Nacional que la verdad está siendo desenterrada y quien no crea en Dios que venga a La Peste y lo vea. Esta fue una experiencia te digo muy dura, porque el olor en las noches, tú llegabas y no había luz, te tropezabas con un cráneo, con un fémur.
—Ustedes se metieron a remover los cadáveres, ¿cómo fue eso?
—Ahí hubo facilidad por parte de grupos muy organizados. La Facultad de Antropología de la UCV conectó con técnicos de Argentina, vinieron dos, y un técnico de Estados Unidos. Durante un año, nosotros guardamos aquello, hicimos carpas allá de noche y ayudamos en todo lo que podíamos. Nosotros
no sabíamos ponernos con un pico y una pala, eso es una cuestión muy técnica, trabajaban con pinceles, con mucha ternura, redescubriendo toda una historia que había sido enterrada.
—¿Un mensaje final?
—Venezuela tiene un algo especial, de acogida, de calidad humana, de tender la mano, de solidaridad.
Yo viajé por toda América Latina.
En Perú me encontré con Sendero Luminoso. Estuve en Colombia , con los Zapatistas en Chiapas, en Honduras, y al final digo, Venezuela es lo mejor, por eso hago un llamado a la tolerancia, al respeto que debemos tener unos con otros.
Acostumbrarnos que si uno no piensa igual, no le voy a mentar la tercera generación. Yo lo voy a respetar porque es un compañero de camino, es un hermano. Para estas conclusiones yo creo que La Peste nos tiene que ayudar. Ojalá que sirva para hacer justicia también con los que fueron heridos, golpeados, como José Luis Martínez, un joven de Petare que se quedó sin riñón, sin empleo y sin novia.
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