Estado y revolución
Alberto Müller R.
Hay una alta dosis de ingenuidad en la dirigencia revolucionaria, cuando se reacciona defensivamente frente a las acusaciones de la oligarquía sobre el uso de los recursos del Estado para la promoción del socialismo. Lo censurable, moral y políticamente, es la utilización de los recursos públicos para fines personales y grupales. Lo que se define como corrupción política. Justamente lo que ha hecho esa oligarquía, especialmente durante la era petrolera, para acumular el poder con el cual ha ejercido la hegemonía en la nación y el territorio. Una precaria capacidad que jamás le permitió el control del pueblo y el país. Un hecho que ha explicado la inestabilidad del sistema político nacional durante el siglo XIX. Situación que sólo se resolvió relativamente en el siglo XX, con la subordinación de esa élite social a factores foráneos. Poderes reales, que después de la II Guerra Mundial se integraron en el naciente imperio, fundado en una plutocracia que dominó un invasivo mercado que tendía a la globalización. En ese contexto, se contentaron con convertirse en la burocracia pública y privada que organizaba y administraba las capacidades productivas del país.
Pero los miembros de esta oligarquía no eran ingenuos. Sabían que su seguridad dependía de la buena voluntad de los poderes reales, a su vez condicionada por la eficacia de su gestión. Sabían, como lo sabe todo burócrata, que su fracaso, o el deseo de apropiarse de una mayor cuota de la ganancia, implicaba su remoción. Por ello actuaban descaradamente, apropiándose de los recursos públicos para sus fines personales, o los del grupo que apadrinaban. Era la forma de mantener poder e influencia. De allí que fueran útiles para la plutocracia internacional, al organizar un aparato público de gobierno, configurando un Estado tutorado, que controlaba los factores productivos nacionales en beneficio del capitalismo globalizado. Pero también fueron eficaces para sus fines, al transformarse en plutócratas, con dominios aunque pequeños, en ese mercado mundial. No obstante, ese Estado controlaba poder a través de sus instituciones políticas, militares, económicas y socioculturales, al punto que llegó a considerarse como una potencia intermedia en la región de el Caribe. Una categoría de comunidad política únicamente alcanzable por el reconocimiento de las grandes potencias. Pero al fin y al cabo, un ente con capacidad de acción interna y externa en su área de influencia.
Es esa capacidad lo que hace del Estado venezolano un instrumento para la acción revolucionaria. Sin dudas, si se logra efectivamente el control del gobierno del Estado por parte del pueblo organizado, que es una acción política, se habrá hecho una revolución en Venezuela. Si por el contrario, este control lo ejerce una nueva burocracia, su debilidad intrínseca, como pasó con la burocracia soviética, lo llevará nuevamente a ser una parcela de ese mercado globalizado. Se habrá hecho una simple reforma institucional. Por ello, hay que usar el poder del Estado, sin pena, como lo hizo la oligarquía, para hacer esa revolución que nos podría convertir en un poder real.
Alberto Müller R.
Hay una alta dosis de ingenuidad en la dirigencia revolucionaria, cuando se reacciona defensivamente frente a las acusaciones de la oligarquía sobre el uso de los recursos del Estado para la promoción del socialismo. Lo censurable, moral y políticamente, es la utilización de los recursos públicos para fines personales y grupales. Lo que se define como corrupción política. Justamente lo que ha hecho esa oligarquía, especialmente durante la era petrolera, para acumular el poder con el cual ha ejercido la hegemonía en la nación y el territorio. Una precaria capacidad que jamás le permitió el control del pueblo y el país. Un hecho que ha explicado la inestabilidad del sistema político nacional durante el siglo XIX. Situación que sólo se resolvió relativamente en el siglo XX, con la subordinación de esa élite social a factores foráneos. Poderes reales, que después de la II Guerra Mundial se integraron en el naciente imperio, fundado en una plutocracia que dominó un invasivo mercado que tendía a la globalización. En ese contexto, se contentaron con convertirse en la burocracia pública y privada que organizaba y administraba las capacidades productivas del país.
Pero los miembros de esta oligarquía no eran ingenuos. Sabían que su seguridad dependía de la buena voluntad de los poderes reales, a su vez condicionada por la eficacia de su gestión. Sabían, como lo sabe todo burócrata, que su fracaso, o el deseo de apropiarse de una mayor cuota de la ganancia, implicaba su remoción. Por ello actuaban descaradamente, apropiándose de los recursos públicos para sus fines personales, o los del grupo que apadrinaban. Era la forma de mantener poder e influencia. De allí que fueran útiles para la plutocracia internacional, al organizar un aparato público de gobierno, configurando un Estado tutorado, que controlaba los factores productivos nacionales en beneficio del capitalismo globalizado. Pero también fueron eficaces para sus fines, al transformarse en plutócratas, con dominios aunque pequeños, en ese mercado mundial. No obstante, ese Estado controlaba poder a través de sus instituciones políticas, militares, económicas y socioculturales, al punto que llegó a considerarse como una potencia intermedia en la región de el Caribe. Una categoría de comunidad política únicamente alcanzable por el reconocimiento de las grandes potencias. Pero al fin y al cabo, un ente con capacidad de acción interna y externa en su área de influencia.
Es esa capacidad lo que hace del Estado venezolano un instrumento para la acción revolucionaria. Sin dudas, si se logra efectivamente el control del gobierno del Estado por parte del pueblo organizado, que es una acción política, se habrá hecho una revolución en Venezuela. Si por el contrario, este control lo ejerce una nueva burocracia, su debilidad intrínseca, como pasó con la burocracia soviética, lo llevará nuevamente a ser una parcela de ese mercado globalizado. Se habrá hecho una simple reforma institucional. Por ello, hay que usar el poder del Estado, sin pena, como lo hizo la oligarquía, para hacer esa revolución que nos podría convertir en un poder real.
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La oposición y la oligarquía de Venezuela siempre ejercieron su hegemonía con recursos del Estado, sobretodo durante la era petrolera en Venezuela, en la que aprovechó para acumular poder.
Así lo consideró el vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), Alberto Müller Rojas, en un artículo de opinión publicado este sábado por el Diario VEA, en el que además consideró que esta práctica jamás le permitió a la oligarquía tener el control del pueblo y el país.
“Lo censurable, moral y políticamente, es la utilización de los recursos públicos con fines personales y grupales. Justamente lo que ha hecho esa oligarquía, especialmente durante la era petrolera, para acumular el poder con el cual ha ejercido la hegemonía en la nació y el territorio. Una precaria capacidad que jamás le permitió el control del pueblo y el país”, señala Müller Rojas en su artículo.
Irónicamente, estos sectores del país, desesperados por la pérdida del poder, acusaron al PSUV de supuestamente utilizar los recursos del Estado para impulsar su campaña y programa de gobierno electoral.
El directivo del PSUV indicó que esos actos de corrupción realizados por la oligarquía venezolana fueron la razón para la inestabilidad del sistema político nacional durante el siglo XIX, lo cual se ha resuelto ahora, con la subordinación a factores foráneos de lo que denominó una élite social.
Müller Rojas además expuso que, luego de la Segunda Guerra Mundial, se integraron poderes reales en un naciente imperio, “fundado en un plutocracia que dominó un invasivo mercado que tendía a la globalización”.
En ese sentido, enfatizó que la oligarquía venezolana vio con buenos ojos su transformación en una burocracia pública y privada, que organizaba y administraba las capacidades productivas del país.
Asimismo, aseguró que la oligarquía no fue ingenua al saber que su seguridad dependía de los poderes reales y de la eficacia de su gestión; es decir, sabía que su fracaso o el deseo de apropiarse de una mayor cuota de ganancia implicaba su remoción.
Al respecto, Müller Rojas resaltó que debido a estas dependencias, la oligarquía venezolana actuó descaradamente, al apropiarse de los recursos públicos para sus fines personales, lo cual adoptó como su forma para mantener influencia.
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