La asistencia del presidente Fidel Castro al XV período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, y el discurso pronunciado ante el plenario el 26 de septiembre de 1960, califican como una de las batallas memorables libradas por la Revolución Cubana en la arena internacional.
A 48 años de aquel episodio suscita los más variados comentarios con orgullo y admiración, tanto por el modo en que el líder de la Revolución enfrentó las provocaciones de las autoridades gringas, como por la claridad, rigor y vigencia de las ideas expuestas durante cinco horas, sin emplear un solo apunte.
Todo comenzó con la llegada al aeropuerto en Nueva York, el día 19, donde lo esperaba una multitud que lo siguió en una caravana que cubrió más de una milla de automóviles, hasta la intersección de las calles 37 y Avenida Lexiton, donde se encuentra el hotel Shelburne.
El inusual recibimiento continuó cuando aquella manifestación se mantuvo frente al lugar de alojamiento y allí estuvo hasta ser disuelta por la policía metropolitana, esta vez montada sobre caballos.
Tal demostración era mucho más de cuanto podían soportar en la Casa Blanca y el Departamento de Estado, de donde partió la orden a la gerencia del hotel de desalojar a la delegación cubana y no devolverle el dinero adelantado por el hospedaje, "hasta tanto no se reciba notificación del Departamento de Estado."
La dignidad y naturaleza rebelde del visitante se hicieron patente en la inmediata e insólita decisión adoptada frente al indecente ultraje.
Después de advertir que instalaría un campamento en condiciones de campaña en el Parque Central, Fidel se dirigió al edificio de la ONU y manifestó a los guardianes: "Vengo a acampar aquí, en esta zona internacional."
Los titulares de la prensa sintetizan el momento: "Fidel mochila al hombro en los jardines de la ONU."
Cuando Daq Hammarskjold, el asombrado Secretario General de Naciones Unidas, se disponía a buscar una solución, apareció el valiente ofrecimiento de alojamiento por parte del dueño del modesto hotel Theresa, ubicado en el humilde barrio negro de Harlem. Se aceptó de inmediato, mientras eran rechazadas ofertas similares provenientes de otras instalaciones hoteleras más lujosas.
El imperio no pudo impedir que el máximo dirigente cubano centrara la atención de la prensa norteamericana e internacional, como tampoco pudo impedir que pronunciara un discurso frecuentemente interrumpido por fuertes aplausos.
Se levantó de su silla en el plenario y con paso largo ocupó el podio. Llamaba la atención por varias razones: era el estadista más joven, apenas treinta y cuatro años recién cumplidos, barba negra de muchos meses completada por el bigote no muy espeso, vestía su ya habitual uniforme verde olivo, las botas militares relucientes y en la mano un portafolio conteniendo numerosos papeles.
El joven barbudo, en su habitual uniforme de campaña, alzó su voz, como destacaron no pocos medios de prensa, no solo para defender a Cuba. Lo hizo también por los pueblos oprimidos y explotados. ¡Habló allí por los que no tienen voz!
Fotógrafos, funcionarios y jefes de delegaciones lo seguían con la vista, atentos a cada movimiento de aquella figura que había entrado a la historia mundial por la hazaña que encabezara en una pequeña isla del Caribe, apenas antes conocida como sitio de veraneo, abundante azúcar barata y buenos rones y aguardiente de caña.
De manera brillante resumió el proceso de profundas transformaciones en la Isla, cuando expresó: "La Revolución cubana está cambiando lo que ayer fue un país sin esperanzas, un país de miseria, un país de analfabetos".
Dos párrafos, entre otros muchos, corroboran la actualidad de los planteamientos formulados en relación con la solución de los principales problemas políticos de entonces, y que todavía enfrenta el mundo:
"Desaparezca la filosofía del despojo y habrá desaparecido la filosofía de la guerra.
"Desaparezcan las colonias, desaparezca la explotación de los países por los monopolios, y entonces la humanidad habrá alcanzado una verdadera etapa de progreso". Desde entonces el imperio fue sentado en el banquillo de los acusados, sitio donde permanece 48 años después.
Desde 1959 USA echó a andar contra Cuba la maquinaria que había experimentado con éxito durante intervenciones en varios países y en el derrocamiento de otras experiencias nacionalistas en el continente.
A 48 años de aquel episodio suscita los más variados comentarios con orgullo y admiración, tanto por el modo en que el líder de la Revolución enfrentó las provocaciones de las autoridades gringas, como por la claridad, rigor y vigencia de las ideas expuestas durante cinco horas, sin emplear un solo apunte.
Todo comenzó con la llegada al aeropuerto en Nueva York, el día 19, donde lo esperaba una multitud que lo siguió en una caravana que cubrió más de una milla de automóviles, hasta la intersección de las calles 37 y Avenida Lexiton, donde se encuentra el hotel Shelburne.
El inusual recibimiento continuó cuando aquella manifestación se mantuvo frente al lugar de alojamiento y allí estuvo hasta ser disuelta por la policía metropolitana, esta vez montada sobre caballos.
Tal demostración era mucho más de cuanto podían soportar en la Casa Blanca y el Departamento de Estado, de donde partió la orden a la gerencia del hotel de desalojar a la delegación cubana y no devolverle el dinero adelantado por el hospedaje, "hasta tanto no se reciba notificación del Departamento de Estado."
La dignidad y naturaleza rebelde del visitante se hicieron patente en la inmediata e insólita decisión adoptada frente al indecente ultraje.
Después de advertir que instalaría un campamento en condiciones de campaña en el Parque Central, Fidel se dirigió al edificio de la ONU y manifestó a los guardianes: "Vengo a acampar aquí, en esta zona internacional."
Los titulares de la prensa sintetizan el momento: "Fidel mochila al hombro en los jardines de la ONU."
Cuando Daq Hammarskjold, el asombrado Secretario General de Naciones Unidas, se disponía a buscar una solución, apareció el valiente ofrecimiento de alojamiento por parte del dueño del modesto hotel Theresa, ubicado en el humilde barrio negro de Harlem. Se aceptó de inmediato, mientras eran rechazadas ofertas similares provenientes de otras instalaciones hoteleras más lujosas.
El imperio no pudo impedir que el máximo dirigente cubano centrara la atención de la prensa norteamericana e internacional, como tampoco pudo impedir que pronunciara un discurso frecuentemente interrumpido por fuertes aplausos.
Se levantó de su silla en el plenario y con paso largo ocupó el podio. Llamaba la atención por varias razones: era el estadista más joven, apenas treinta y cuatro años recién cumplidos, barba negra de muchos meses completada por el bigote no muy espeso, vestía su ya habitual uniforme verde olivo, las botas militares relucientes y en la mano un portafolio conteniendo numerosos papeles.
El joven barbudo, en su habitual uniforme de campaña, alzó su voz, como destacaron no pocos medios de prensa, no solo para defender a Cuba. Lo hizo también por los pueblos oprimidos y explotados. ¡Habló allí por los que no tienen voz!
Fotógrafos, funcionarios y jefes de delegaciones lo seguían con la vista, atentos a cada movimiento de aquella figura que había entrado a la historia mundial por la hazaña que encabezara en una pequeña isla del Caribe, apenas antes conocida como sitio de veraneo, abundante azúcar barata y buenos rones y aguardiente de caña.
De manera brillante resumió el proceso de profundas transformaciones en la Isla, cuando expresó: "La Revolución cubana está cambiando lo que ayer fue un país sin esperanzas, un país de miseria, un país de analfabetos".
Dos párrafos, entre otros muchos, corroboran la actualidad de los planteamientos formulados en relación con la solución de los principales problemas políticos de entonces, y que todavía enfrenta el mundo:
"Desaparezca la filosofía del despojo y habrá desaparecido la filosofía de la guerra.
"Desaparezcan las colonias, desaparezca la explotación de los países por los monopolios, y entonces la humanidad habrá alcanzado una verdadera etapa de progreso". Desde entonces el imperio fue sentado en el banquillo de los acusados, sitio donde permanece 48 años después.
Desde 1959 USA echó a andar contra Cuba la maquinaria que había experimentado con éxito durante intervenciones en varios países y en el derrocamiento de otras experiencias nacionalistas en el continente.
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