Llover sobre mojado
Freddy J. Melo
A cinco días para la culminación del proceso electoral en marcha la conclusión obligante es la de que no hay ninguna novedad. Y no hablo del caso de la señora baronesa. Los acontecimientos fluyen como en las ocasiones anteriores, mostrando frente a la consecuente transparencia del Gobierno la inamovible actitud perversa de la oposición.
Al pasar revista me veo constreñido a abrevar en lo que antes he escrito y a no evadir el hecho de llover sobre mojado. La revolución enfrenta a compinches o descendientes directos de quienes establecieron y manejaron el cuadragenio blanquiverde y convirtieron la palabra democracia en coartada de todos los delitos políticos y comunes derivados, con prescindencia de zarandajas tales como integridad, probidad y vergüenza. Individuos, aquéllos y éstos, cuyo prontuario, a la vista del tribunal más importante después del divino, el del pueblo, se equipara al de las más depravadas generaciones de políticos de clases dominantes en la historia del país. Sigue pendiente la vindicta de la justicia ordinaria.
Preciso es repetirlo siempre para clavarlo en la memoria de quienes vienen por ahí: Ellos no vacilaron en crear la “justificación” para un golpe de estado, exacerbando males sociales provenientes del pasado, mintiendo sobre todos y cada uno de los pasos gubernamentales, demonizando al presidente Chávez y desatando una alienante campaña mediática de odio que llevó a la disociación psicótica de buena parte de las capas medias. No vacilaron en lanzar ese golpe “poniendo los muertos”, con frialdad homicida no vista antes entre nosotros, y en instaurar un régimen (afortunadamente efímero, gracias a la unidad cívico-militar) que en cuarenta y siete horas barrió todo vestigio de derecho y asomó el rostro del fascismo. No vacilaron en agredir la arteria económica vital, el petróleo, base del sustento de todos, causando pérdidas milmillonarias y graves retrasos. No vacilaron en realizar sabotajes y guarimbas e introducir asesinos mercenarios extranjeros para atentar contra venezolanos. No vacilaron en planificar el magnicidio y propiciar la ocupación de la patria de Bolívar por un ejército imperial. Y en cada una de las elecciones han manipulado a sus pusilánimes “sectores democráticos” y jugado con un criminal plan B. Ahora, con la balumba mediática a todo tronar, mezclan su batido de verdad trucada, mentira goebelsiana, corrupción, autoritarismo, inseguridad, democracia en riesgo, ¡fraude! y afán magnicida, para amenazarnos con un 27 de septiembre y otros días de terror porque sus cuentas electorales no les cuadran.
De nuestro lado basta con dar luz sobre lo que estará en juego al votar (y ojalá sea sólo en ese acto). Se trata del más precioso y decisivo de los valores, la independencia o derecho a tener un gobierno autónomo y adoptar decisiones en función del interés del pueblo y con su participación soberana; de que PDVSA opere el petróleo para Venezuela y no para los consorcios y sus bien cebados meritócratas; de que los recursos minerales, hídricos y biológicos con que nos dotó la naturaleza sean elementos de nuestro desarrollo y no presas de la ambición imperialista; de que las relaciones diplomáticas, comerciales, económicas, financieras y culturales del país sean manejadas sin interferencias ni dictados exógenos; de impedir que se restablezca el poder político del bloque imperialista-oligárquico bajo cuyo dominio nuestro pueblo conoció dictaduras y falsas democracias, fue despojado de recursos y derechos y condenado a pobreza y exclusión, y vio sus mejores hijos sometidos a persecución política, con tortura, prisión, muerte en calles, montañas, cárceles y desapariciones. No existe la menor posibilidad de que un gobierno formado por remanentes y herederos de la cuarta república, organizado, dirigido y pagado por instancias con sede en el Norte, sea distinto a los últimos que ellos prohijaron: los de la perversión adecopeyana o el del carmonato fascista. Y para que no haya ningún riesgo de eso hay que cerrarles el paso.
Por ello, este 26 de septiembre la Revolución obtendrá de nuevo una victoria contundente.
Freddy J. Melo
A cinco días para la culminación del proceso electoral en marcha la conclusión obligante es la de que no hay ninguna novedad. Y no hablo del caso de la señora baronesa. Los acontecimientos fluyen como en las ocasiones anteriores, mostrando frente a la consecuente transparencia del Gobierno la inamovible actitud perversa de la oposición.
Al pasar revista me veo constreñido a abrevar en lo que antes he escrito y a no evadir el hecho de llover sobre mojado. La revolución enfrenta a compinches o descendientes directos de quienes establecieron y manejaron el cuadragenio blanquiverde y convirtieron la palabra democracia en coartada de todos los delitos políticos y comunes derivados, con prescindencia de zarandajas tales como integridad, probidad y vergüenza. Individuos, aquéllos y éstos, cuyo prontuario, a la vista del tribunal más importante después del divino, el del pueblo, se equipara al de las más depravadas generaciones de políticos de clases dominantes en la historia del país. Sigue pendiente la vindicta de la justicia ordinaria.
Preciso es repetirlo siempre para clavarlo en la memoria de quienes vienen por ahí: Ellos no vacilaron en crear la “justificación” para un golpe de estado, exacerbando males sociales provenientes del pasado, mintiendo sobre todos y cada uno de los pasos gubernamentales, demonizando al presidente Chávez y desatando una alienante campaña mediática de odio que llevó a la disociación psicótica de buena parte de las capas medias. No vacilaron en lanzar ese golpe “poniendo los muertos”, con frialdad homicida no vista antes entre nosotros, y en instaurar un régimen (afortunadamente efímero, gracias a la unidad cívico-militar) que en cuarenta y siete horas barrió todo vestigio de derecho y asomó el rostro del fascismo. No vacilaron en agredir la arteria económica vital, el petróleo, base del sustento de todos, causando pérdidas milmillonarias y graves retrasos. No vacilaron en realizar sabotajes y guarimbas e introducir asesinos mercenarios extranjeros para atentar contra venezolanos. No vacilaron en planificar el magnicidio y propiciar la ocupación de la patria de Bolívar por un ejército imperial. Y en cada una de las elecciones han manipulado a sus pusilánimes “sectores democráticos” y jugado con un criminal plan B. Ahora, con la balumba mediática a todo tronar, mezclan su batido de verdad trucada, mentira goebelsiana, corrupción, autoritarismo, inseguridad, democracia en riesgo, ¡fraude! y afán magnicida, para amenazarnos con un 27 de septiembre y otros días de terror porque sus cuentas electorales no les cuadran.
De nuestro lado basta con dar luz sobre lo que estará en juego al votar (y ojalá sea sólo en ese acto). Se trata del más precioso y decisivo de los valores, la independencia o derecho a tener un gobierno autónomo y adoptar decisiones en función del interés del pueblo y con su participación soberana; de que PDVSA opere el petróleo para Venezuela y no para los consorcios y sus bien cebados meritócratas; de que los recursos minerales, hídricos y biológicos con que nos dotó la naturaleza sean elementos de nuestro desarrollo y no presas de la ambición imperialista; de que las relaciones diplomáticas, comerciales, económicas, financieras y culturales del país sean manejadas sin interferencias ni dictados exógenos; de impedir que se restablezca el poder político del bloque imperialista-oligárquico bajo cuyo dominio nuestro pueblo conoció dictaduras y falsas democracias, fue despojado de recursos y derechos y condenado a pobreza y exclusión, y vio sus mejores hijos sometidos a persecución política, con tortura, prisión, muerte en calles, montañas, cárceles y desapariciones. No existe la menor posibilidad de que un gobierno formado por remanentes y herederos de la cuarta república, organizado, dirigido y pagado por instancias con sede en el Norte, sea distinto a los últimos que ellos prohijaron: los de la perversión adecopeyana o el del carmonato fascista. Y para que no haya ningún riesgo de eso hay que cerrarles el paso.
Por ello, este 26 de septiembre la Revolución obtendrá de nuevo una victoria contundente.
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