¿SERVIDORES O FUNCIONARIOS ?
Martín Zapata
Cambiar la estructura legal u organizativa de un Estado en orden para que sea eficiente en su gestión de políticas públicas resulta una misión compleja.
Entre los vicios heredados del pasado y los nuevos que se van introduciendo, la burocracia se va enquistando en todos los niveles, pero gravemente en la mentalidad de quienes ocupan cargos claves de responsabilidad.
Ciertamente, estamos viviendo en Venezuela un proceso de cambios; pero aún falta muchísimo por avanzar en cuanto a la respuesta a problemas que el Estado tiene por tarea y obligación resolver. Esta falta se produce especialmente por esa cultura que se niega a morir: la del funcionario público.
El funcionario público del cual estamos hablando es aquel que se limita a cumplir horario de trabajo, ejecuta al mínimo la política, maneja la autoridad discrecionalmente y, sobre todo, está caracterizado por una gran ausencia de la actitud de la escucha, lo cual impide que acepte la crítica bajo cualquier aspecto y esto desemboca en un maltrato descarado y consciente hacia los más débiles (dominados) que recurren a sus oficios.
Un Estado que diga y esté haciendo todos los esfuerzos para impulsar un cambio sustancial en las estructuras sociales, políticas y económicas está llamado a invertir inmensas energías en la formación de esos funcionarios, hasta llegar a convertirlos en auténticos servidores del pueblo.
Esa formación tendrá que ser entendida desde la perspectiva de la conciencia interna revolucionaria, capaz de entender el momento histórico; en la organización de las tareas asignadas y en el compromiso con la búsqueda de soluciones a los problemas, que demanda la gente y las circunstancias y en la asimilación de estrategias técnicas, que garanticen el dominio sobre el manejo y producción de nuevas ideas y de nuevas realidades.
El objetivo estratégico es convertir a los funcionarios en cuadros políticos que no sean obstáculo en la gestión pública, y por otra parte, es importante que los cuadros que tienen trabajo de base y experiencia en la organización social no pierdan ese espíritu revolucionario y de servicio al pueblo, en caso de entrar a formar parte de la administración gubernamental; cosa que lamentablemente suele ocurrir con frecuencia.
Urge una sólida formación ideológica, como decíamos anteriormente, pero se requiere acelerar procesos de transformación en la estructura del Estado, en lo legal, en lo funcional, en la redimensión del para qué existen las organizaciones y en las remuneraciones.
Una formación llena de sensibilidad humana generará verdaderos agentes para los cambios.
Martín Zapata
Cambiar la estructura legal u organizativa de un Estado en orden para que sea eficiente en su gestión de políticas públicas resulta una misión compleja.
Entre los vicios heredados del pasado y los nuevos que se van introduciendo, la burocracia se va enquistando en todos los niveles, pero gravemente en la mentalidad de quienes ocupan cargos claves de responsabilidad.
Ciertamente, estamos viviendo en Venezuela un proceso de cambios; pero aún falta muchísimo por avanzar en cuanto a la respuesta a problemas que el Estado tiene por tarea y obligación resolver. Esta falta se produce especialmente por esa cultura que se niega a morir: la del funcionario público.
El funcionario público del cual estamos hablando es aquel que se limita a cumplir horario de trabajo, ejecuta al mínimo la política, maneja la autoridad discrecionalmente y, sobre todo, está caracterizado por una gran ausencia de la actitud de la escucha, lo cual impide que acepte la crítica bajo cualquier aspecto y esto desemboca en un maltrato descarado y consciente hacia los más débiles (dominados) que recurren a sus oficios.
Un Estado que diga y esté haciendo todos los esfuerzos para impulsar un cambio sustancial en las estructuras sociales, políticas y económicas está llamado a invertir inmensas energías en la formación de esos funcionarios, hasta llegar a convertirlos en auténticos servidores del pueblo.
Esa formación tendrá que ser entendida desde la perspectiva de la conciencia interna revolucionaria, capaz de entender el momento histórico; en la organización de las tareas asignadas y en el compromiso con la búsqueda de soluciones a los problemas, que demanda la gente y las circunstancias y en la asimilación de estrategias técnicas, que garanticen el dominio sobre el manejo y producción de nuevas ideas y de nuevas realidades.
El objetivo estratégico es convertir a los funcionarios en cuadros políticos que no sean obstáculo en la gestión pública, y por otra parte, es importante que los cuadros que tienen trabajo de base y experiencia en la organización social no pierdan ese espíritu revolucionario y de servicio al pueblo, en caso de entrar a formar parte de la administración gubernamental; cosa que lamentablemente suele ocurrir con frecuencia.
Urge una sólida formación ideológica, como decíamos anteriormente, pero se requiere acelerar procesos de transformación en la estructura del Estado, en lo legal, en lo funcional, en la redimensión del para qué existen las organizaciones y en las remuneraciones.
Una formación llena de sensibilidad humana generará verdaderos agentes para los cambios.
1 comentario:
Martín Zapata en parte tiene razón. Ademas de una sólida formación ideológica, se requiere que cada funcionario entienda cual es el trabajo que tiene asignado y hasta donde llegan sus competencias, ya que en la mayoría de los casos interfieren en los asuntos que son competencia de otro, duplicándose así las funciones y generando burocracia inutil.
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