Alberto Müller Rojas
Teodoro Petkoff, el más alto exponente de lo que en la década de los 80 se conoció como "la izquierda exquisita" –la de los salones y corredores de las universidades– hoy más que ayer se encuentra desconectado del país y la nación.
Ante la demostración de capacidad de movilización popular del Psuv durante el simulacro electoral del 26/10, y la evidente inhabilidad de las anárquicas fuerzas reaccionarias de hacer lo propio, el gastado líder recurre al expediente pueril de acusón.
Anuncia que probará ante el CNE la acción ventajista de los socialistas al copar con su militancia los centros escogidos como muestra para el ensayo.
Pero ¿puede ser ventajista la acción de una organización política capaz de convocar a sus miembros a un acto cívico? ¿No será que los otrora "aguerridos" antagonistas a la revolución bolivariana están desencantados de su liderazgo anacrónico? La lógica pareciese indicar que es positiva la repuesta a esta última interrogante. Es innegable que en los años 2002 y 2003, cuando el liderazgo de los conservadores estuvo en manos de las cúpulas de las organizaciones de "la sociedad civil", esa masa –no esa multitud– acudió con ánimo belicoso a sus convocatorias. Pero cuando esa dirigencia se gastó por su ineficacia, y le pasó el testigo a los viejos cuadros puntofijistas, fue evidente el desaliento de sus seguidores.
Un estado psíquico ni siquiera superado por la pírrica victoria del pasado diciembre.
A esa masa derechista no la satisface la demagogia de los neoadecos de un Nuevo Tiempo, encabezados por Manuel Rosales. Tampoco lo hace el discurso vacío del Movimiento 2D, excrecencias de aquella "sociedad civil". No les llegan a la esencia de sus sentimientos de odio hacia los "niches" igualados, que hoy controlan las instituciones de gobierno.
Pero los que ni siquiera los conmueven son los antiguos dirigentes de la izquierda exquisita de Teodoro Petkoff, hoy aparentemente fraccionada. Y no lo hacen por su asintonía histórica con el ritmo del país. Fue la dirigencia que llamó a la insurgencia en la década de los 60, cuando el liberalismo formal era la tendencia dominante, anulando la posibilidad de expansión del socialismo que originaría "la revolución de las expectativas" en un Estado corporativo controlado por las cúpulas gremialistas.
A esa masa derechista no la satisface la demagogia de los neoadecos de un Nuevo Tiempo, encabezados por Manuel Rosales. Tampoco lo hace el discurso vacío del Movimiento 2D, excrecencias de aquella "sociedad civil". No les llegan a la esencia de sus sentimientos de odio hacia los "niches" igualados, que hoy controlan las instituciones de gobierno.
Pero los que ni siquiera los conmueven son los antiguos dirigentes de la izquierda exquisita de Teodoro Petkoff, hoy aparentemente fraccionada. Y no lo hacen por su asintonía histórica con el ritmo del país. Fue la dirigencia que llamó a la insurgencia en la década de los 60, cuando el liberalismo formal era la tendencia dominante, anulando la posibilidad de expansión del socialismo que originaría "la revolución de las expectativas" en un Estado corporativo controlado por las cúpulas gremialistas.
La misma que pretendió captar a la pequeña burguesía representada por el estudiantado de las universidades públicas, en vez de intentar, al menos, movilizar a la clase obrera, como lo hizo, no sin éxito, la izquierda de Alfredo Maneiro. La que en los estertores del régimen consensual, asumió posiciones de centroizquierda para coaligarse con Rafael Caldera, la expresión más clara del Opus Dei, como símbolo confesional extremo del catolicismo fundamentalista. Y la que hoy, incluso ignorada por la Internacional Socialista, recurre oportunistamente a los neoconservadores yanquis y sus homólogos europeos.
¿Pueden creer Petkoff y sus adláteres que la burguesía, pequeña y grande, confía en el antiguo guerrillero, y el posterior oportunista seudoizquierdista?
¿No ha comprendido que sigue estando inconexo del país y el mundo real?
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