Se cumplen ochenta y cuatro años de la muerte en 1924 del legendario general Pedro Pérez Delgado, “Maisanta”, quien preso de 1922, muere en el Castillo Libertador de Puerto Cabello, donde fue conducido despues de implicarlo en la toma de San Fernando el 22 de Mayo de 1922.
Pese a sus aseveraciones, hechas al propio Gómez, no le fue levantada la pena de prisión.
El 8 de Noviembre de 1924, a la hora del crepúsculo, muere a los 44 años Pedro Pérez Delgado de un sincope cardíaco, y no de ingerir vidrio molido como se creyó en algún momento. Poco después que los carceleros cerraran la puerta de los calabozos, viene Pedro Pérez pálido, con la mano derecha en el pecho. La izquierda reposaba sobre su escapulario de la Virgen del Carmen que le enviara Rosarito con su hermana Petra. Como contara Oldman Botello en la historia documentada del legendario “Maisanta”:
“Allí cayó, entre sus amigos Juan Carabaño y el capitán Eduardo D’ Suze, Un infarto fulminante le quitó la vida al gran guerrillero. Al sabanero insigne. Sus amigos, al percatarse que no tenía colocados los grillos se los calzaron nuevamente y comenzaron a gritar a los carceleros. “Lo sacarán por la mañana”, respondieron desde la garita” (Botello, 2005:221). Fue velado toda la noche por sus compañeros de celda. A la mañana siguiente es envuelto en una sabana y conducido en carreta hasta el cementerio de Campo Alegre en Puerto Cabello donde era la orden sepultarlo inmediatamente. El 9 de noviembre “...una carreta de mula cansina llegó con su carga de muerte al viejo cementerio del siglo XIX, se fue derecho al lugar nombrado El Olvido, exclusivo de los presos provenientes del Castillo. Allí se le depositó, junto con decenas de presos anónimos (...). Culminaba un destino, pero empezaba una leyenda que ya lo era en vida” (Botello, 2005:221-223). Ana Isabel Domínguez de Lombano, su hija, rememora el momento diciendo:
“No nos lo dejaron ver. Cuando nos enteramos fuimos a Puerto Cabello y ya lo habían enterrado
(...) Ramón tuvo la oportunidad de estar en el cortejo. Lo llevaban en una carreta. Allí iba la urna y Ramón se le empató atrás, hasta afuera del cementerio, en la parte de atrás, donde enterraban a los políticos muertos (...) Yo llegué a ver el sitio, con una gran reja de hierro, una cerca de alambre. Allí enterraron a mi papá y mi Tía Petra le mandó a hacer un trabajo, pero las tumbas se perdieron porque eso lo demolieron.
Su lápida se pierde para siempre cuando dicho cementerio es clausurado y eliminado en la década de 1970, más su espíritu y su memoria siguen intactos de boca en boca en las gentes que lo conocieron y en las que no, flotando por todos los infinitos rincones del llano central y occidental venezolano y todo el territorio nacional.
Es importante tomar en consideración, que Pedro Pérez Delgado “Maisanta”, le tocó vivir la decadencia del caudillismo y la formación de un ejército nacional como desde hacía mucho tiempo no se ensamblaba en Venezuela. A una real y fuerte estructura debieron enfrentarse estos pequeños grupos de valientes hombres. “Es de admirar el coraje de que hicieron gala esos compatriotas por lo desproporcionado de la lucha, el desprecio con que se jugaban la vida en medio de las más duras condiciones de una naturaleza hostil que a la vez les servía de cobijo...”(Tapia,1976:9).
Era un hombre de carne y hueso “Maisanta”, tierno con los niños, desprendido en lo material, con “el chiste y la chanza a flor de labios” (Botello, 2005:11). Como todo ser humano contenía su lado lóbrego, sus debilidades, sus ambiciones, pero nunca fue el personaje que tanto los boletines como la prensa oficial se empeñaron en difundir: un ladrón de ganado, un hombre peligroso y carnicero matón a mansalva. Muy al estilo de las tradicionales conductas mass media de la actualidad. Los muertos que se le achacaban, eran los mismos que perecían en los combates. Luchaban contra “...un régimen que no daba tregua; el mismo que pagaba espías para vigilar sus pasos; sobornaba a autoridades colombianas; amenazaba a dueños de hatos y al peonaje para obligarlos a informar el paradero de los enemigos escondidos en cualquier mata o “plan de caño seco...” (Botello, 2005:13).
Como dice el Doctor Tapia en El último hombre a caballo:
“Maisanta fue algo así como un último caudillo popular que levantaba multitudes para una
revolución, cuyo sentido el mismo no lo pudo precisar con claridad.
Pero “Maisanta” poseía carisma y simpatía suficientes para que sin ser un jefe de mando y con éxito entre los otros jefes de la revolución anti gomecista, lograra calar profundamente en el alma simple de la gente, hasta el punto de que se le recuerda mucho más que a todos los otros autores de aquellos sucesos”
“Allí cayó, entre sus amigos Juan Carabaño y el capitán Eduardo D’ Suze, Un infarto fulminante le quitó la vida al gran guerrillero. Al sabanero insigne. Sus amigos, al percatarse que no tenía colocados los grillos se los calzaron nuevamente y comenzaron a gritar a los carceleros. “Lo sacarán por la mañana”, respondieron desde la garita” (Botello, 2005:221). Fue velado toda la noche por sus compañeros de celda. A la mañana siguiente es envuelto en una sabana y conducido en carreta hasta el cementerio de Campo Alegre en Puerto Cabello donde era la orden sepultarlo inmediatamente. El 9 de noviembre “...una carreta de mula cansina llegó con su carga de muerte al viejo cementerio del siglo XIX, se fue derecho al lugar nombrado El Olvido, exclusivo de los presos provenientes del Castillo. Allí se le depositó, junto con decenas de presos anónimos (...). Culminaba un destino, pero empezaba una leyenda que ya lo era en vida” (Botello, 2005:221-223). Ana Isabel Domínguez de Lombano, su hija, rememora el momento diciendo:
“No nos lo dejaron ver. Cuando nos enteramos fuimos a Puerto Cabello y ya lo habían enterrado
(...) Ramón tuvo la oportunidad de estar en el cortejo. Lo llevaban en una carreta. Allí iba la urna y Ramón se le empató atrás, hasta afuera del cementerio, en la parte de atrás, donde enterraban a los políticos muertos (...) Yo llegué a ver el sitio, con una gran reja de hierro, una cerca de alambre. Allí enterraron a mi papá y mi Tía Petra le mandó a hacer un trabajo, pero las tumbas se perdieron porque eso lo demolieron.
Su lápida se pierde para siempre cuando dicho cementerio es clausurado y eliminado en la década de 1970, más su espíritu y su memoria siguen intactos de boca en boca en las gentes que lo conocieron y en las que no, flotando por todos los infinitos rincones del llano central y occidental venezolano y todo el territorio nacional.
Es importante tomar en consideración, que Pedro Pérez Delgado “Maisanta”, le tocó vivir la decadencia del caudillismo y la formación de un ejército nacional como desde hacía mucho tiempo no se ensamblaba en Venezuela. A una real y fuerte estructura debieron enfrentarse estos pequeños grupos de valientes hombres. “Es de admirar el coraje de que hicieron gala esos compatriotas por lo desproporcionado de la lucha, el desprecio con que se jugaban la vida en medio de las más duras condiciones de una naturaleza hostil que a la vez les servía de cobijo...”(Tapia,1976:9).
Era un hombre de carne y hueso “Maisanta”, tierno con los niños, desprendido en lo material, con “el chiste y la chanza a flor de labios” (Botello, 2005:11). Como todo ser humano contenía su lado lóbrego, sus debilidades, sus ambiciones, pero nunca fue el personaje que tanto los boletines como la prensa oficial se empeñaron en difundir: un ladrón de ganado, un hombre peligroso y carnicero matón a mansalva. Muy al estilo de las tradicionales conductas mass media de la actualidad. Los muertos que se le achacaban, eran los mismos que perecían en los combates. Luchaban contra “...un régimen que no daba tregua; el mismo que pagaba espías para vigilar sus pasos; sobornaba a autoridades colombianas; amenazaba a dueños de hatos y al peonaje para obligarlos a informar el paradero de los enemigos escondidos en cualquier mata o “plan de caño seco...” (Botello, 2005:13).
Como dice el Doctor Tapia en El último hombre a caballo:
“Maisanta fue algo así como un último caudillo popular que levantaba multitudes para una
revolución, cuyo sentido el mismo no lo pudo precisar con claridad.
Pero “Maisanta” poseía carisma y simpatía suficientes para que sin ser un jefe de mando y con éxito entre los otros jefes de la revolución anti gomecista, lograra calar profundamente en el alma simple de la gente, hasta el punto de que se le recuerda mucho más que a todos los otros autores de aquellos sucesos”
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