Estados Unidos entendió la caída de la Unión Soviética como una oportunidad para imponer su dominio sobre el extenso y estratégico territorio del viejo imperio ruso.
Aprovechando la decadencia ideológica y la descomposición burocrática de la alta dirección del Partido Comunista, llevó a cabo un laborioso trabajo de desmembramiento de la URSS y de implantación de gobiernos dóciles en las ex repúblicas soviéticas de la frontera occidental. Igual suerte corrieron algunas de las repúblicas de la ex URSS situadas en Asia Central.
Ante la inercia o el oportunismo de la dirección rusa, los Estados Unidos avanzaron en la ejecución del viejo plan imperialista de cercar a Rusia con una cortina de bases militares hostiles que la despojaran de su papel de gran potencia.
Lo que pretende Washington es el mismo programa de los años 30, de la fiebre antisoviética posterior a la gran Revolución de Octubre; el mismo plan que animó la política exterior de las potencias occidentales antes de la II Guerra Mundial y que condujo a las hordas de Hitler a creer que podían sojuzgar al pueblo ruso.
El Gobierno pronorteamericano de Georgia creyó que podía tomar el control de la República independiente de Osetia del Sur y extender hacia el corazón de Rusia el cerco de las bases militares y los misiles norteamericanos sin una respuesta de la Federación Rusa.
No contaban con la decisión del Gobierno ruso de proteger a su población y acudir en ayuda del pueblo de Osetia del Sur, cuya soberanía era pisoteada por la agresión del Gobierno de Georgia.
Esta vez el agresor se topó con el poderoso puño del oso ruso.
Los discursos del representante de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas prueban la complicidad del Gobierno de Washington. Es evidente que los gobiernos de Georgia y Estados Unidos se habían puesto de acuerdo para consumar la agresión militar a la República Independiente de Osetia del Sur, en la que el imperialismo norteamericano pensaba sacar provecho en sus planes contra Rusia.
Aprovechando la decadencia ideológica y la descomposición burocrática de la alta dirección del Partido Comunista, llevó a cabo un laborioso trabajo de desmembramiento de la URSS y de implantación de gobiernos dóciles en las ex repúblicas soviéticas de la frontera occidental. Igual suerte corrieron algunas de las repúblicas de la ex URSS situadas en Asia Central.
Ante la inercia o el oportunismo de la dirección rusa, los Estados Unidos avanzaron en la ejecución del viejo plan imperialista de cercar a Rusia con una cortina de bases militares hostiles que la despojaran de su papel de gran potencia.
Lo que pretende Washington es el mismo programa de los años 30, de la fiebre antisoviética posterior a la gran Revolución de Octubre; el mismo plan que animó la política exterior de las potencias occidentales antes de la II Guerra Mundial y que condujo a las hordas de Hitler a creer que podían sojuzgar al pueblo ruso.
El Gobierno pronorteamericano de Georgia creyó que podía tomar el control de la República independiente de Osetia del Sur y extender hacia el corazón de Rusia el cerco de las bases militares y los misiles norteamericanos sin una respuesta de la Federación Rusa.
No contaban con la decisión del Gobierno ruso de proteger a su población y acudir en ayuda del pueblo de Osetia del Sur, cuya soberanía era pisoteada por la agresión del Gobierno de Georgia.
Esta vez el agresor se topó con el poderoso puño del oso ruso.
Los discursos del representante de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas prueban la complicidad del Gobierno de Washington. Es evidente que los gobiernos de Georgia y Estados Unidos se habían puesto de acuerdo para consumar la agresión militar a la República Independiente de Osetia del Sur, en la que el imperialismo norteamericano pensaba sacar provecho en sus planes contra Rusia.
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