Freddy J. Melo
En Barinas, ciudad de leyendas e historia de la buena, 4 de septiembre de 1905, nació en familia de poetas Alberto Arvelo Torrealba, el coplero que elevó a cimas de elaboración artística y profundidades de reflexión y sensibilidad, con señoril dominio del idioma, el romance y la décima de la llanura y las expresiones todas del octosílabo popular venezolano. Florentino en ocho mayor. Tocado apenas por el desvaneciente esplendor del Modernismo, irrumpe en 1928 con Música de Cuatro, plasmado en la prisión de “Las Tres Torres”, donde tuvo asiento su juvenil rebeldía antigomecista, experiencia que seguramente le enseñó a valorar la completa dimensión de Alfredo Arvelo Larriva, su pariente heroico y melodioso. Allí, junto a versos de arte mayor labrados en nativismo, comienza el despliegue octosilábico en vía de transfiguración hacia la excelencia, de la cual véase el siguiente atisbo: Celeste por las pupilas, / floral por la fresca boca, / toda de abril en perfumes / y en luces toda de aurora, / así te pienso, y yo en tanto / tan lejos y tan a solas. Cinco años después su acento habrá dado el salto hacia el reino de la Poesía sin tiempo.
Cantas (1933) es el milagro. Cada verso un hallazgo, cada estrofa una floración. La forma fundamental lograda, especie de sonetillos truncos en asonantes de ocho sílabas, desgrana con elegancia la hondura lírica nacida de una simbiosis magistral de imágenes llaneras y claridad interior. Quisiera transcribir todo, pero, obligado a seleccionar, veamos joyas sueltas: El horizonte y yo vamos / solos por la llana tierra: / me enlazó todos los rumbos / su audacia de soga abierta. O: ¿Quién es, por fin, quien se queja / cuando el fuego lame el agua, / el agua porque se quema / o el fuego porque se apaga? O: Alma del hato lunero / viene en las brisas un son: / ¿qué tendrá el cedro del cuatro, / tan seco y echando flor! O: Sólo te besa una boca / y un ojo no más te ve: / la clara boca del caño, / el ojo azul del jagüey.
Glosas al Cancionero (1940) es su siguiente libro, el cual viene a ratificar su maestría en la conversión del verso popular de la llanura en obra de signo superior. Un par de glosantes décimas: La trocha pelada y fija / sin una ceja de monte, / el soleado horizonte / le puso al campo sortija. / Compañero, no se aflija, / beba agua, que yo lo espero, / pero dígame primero, / con el acento marchito, / cuánta sed tiene este grito: / ¡ah caramba, compañero! Y: La copla que te saluda / y en tu mudez se desgarra / puso un dejo de guitarra / entre tu rama desnuda. / Mi cuatro en su pena ruda / sabe un son que hace llorar, / y por eso en mi cantar, / mientras el día se muere, / por ella, que ni me quiere, / yo te vengo a preguntar. También se encuentran aquí el delicado romance Guariqueñita (tan caña dulce tu boca, tan jagüeyes tus pupilas), el tempestuoso Por aquí pasó, homenaje a Bolívar, y la primera versión, que el poeta venía trabajando desde 1934, de Florentino y el Diablo, su magna y definitiva entrega a las letras de Venezuela, cuyo texto fue enriqueciendo y ampliando hasta 1976, cuando la llevó a una extensión de más de 1.200 versos, le acendró su aliento mítico y simbólico y le dio vida independiente (1977). La versión contenida en la segunda edición de Glosas (1950), es la más conocida y presente en la memoria de los venezolanos, y fue la tomada por Antonio Estévez para su espléndida Cantata Criolla (por cierto, algunas publicaciones y canciones dicen, en uno de los versos relativos a la llegada del Diablo, “se apuesta”, cuando debe ser “se aposta”, de apostarse, verbo regular, y no de apostar).
Del grande y famoso poema deleitémonos con esta estrofa sin desperdicio: Sabana, sabana, tierra / que hace sudar y querer, / parada y con tanto rumbo, / con agua y muerta de sed, / una con mi alma en lo sola, / una con Dios en la fe, / sobre tu pecho desnudo / yo me paro a responder: / sepa el cantador sombrío / que yo cumplo con mi ley / y como canté con todos / tengo que cantar con él. Reto aceptado y leyenda en acción.
Este Florentino, al que Arvelo nunca llama Cantaclaro, aunque sí Quitapesares, es y no es el mismo de Gallegos: el del novelista pospone la porfía por irse tras un enigma de amor; el del poeta barinés tiene en el canto su razón suma de vida. Pero sí son uno, claro, en dos expresiones.
Cantas (1933) es el milagro. Cada verso un hallazgo, cada estrofa una floración. La forma fundamental lograda, especie de sonetillos truncos en asonantes de ocho sílabas, desgrana con elegancia la hondura lírica nacida de una simbiosis magistral de imágenes llaneras y claridad interior. Quisiera transcribir todo, pero, obligado a seleccionar, veamos joyas sueltas: El horizonte y yo vamos / solos por la llana tierra: / me enlazó todos los rumbos / su audacia de soga abierta. O: ¿Quién es, por fin, quien se queja / cuando el fuego lame el agua, / el agua porque se quema / o el fuego porque se apaga? O: Alma del hato lunero / viene en las brisas un son: / ¿qué tendrá el cedro del cuatro, / tan seco y echando flor! O: Sólo te besa una boca / y un ojo no más te ve: / la clara boca del caño, / el ojo azul del jagüey.
Glosas al Cancionero (1940) es su siguiente libro, el cual viene a ratificar su maestría en la conversión del verso popular de la llanura en obra de signo superior. Un par de glosantes décimas: La trocha pelada y fija / sin una ceja de monte, / el soleado horizonte / le puso al campo sortija. / Compañero, no se aflija, / beba agua, que yo lo espero, / pero dígame primero, / con el acento marchito, / cuánta sed tiene este grito: / ¡ah caramba, compañero! Y: La copla que te saluda / y en tu mudez se desgarra / puso un dejo de guitarra / entre tu rama desnuda. / Mi cuatro en su pena ruda / sabe un son que hace llorar, / y por eso en mi cantar, / mientras el día se muere, / por ella, que ni me quiere, / yo te vengo a preguntar. También se encuentran aquí el delicado romance Guariqueñita (tan caña dulce tu boca, tan jagüeyes tus pupilas), el tempestuoso Por aquí pasó, homenaje a Bolívar, y la primera versión, que el poeta venía trabajando desde 1934, de Florentino y el Diablo, su magna y definitiva entrega a las letras de Venezuela, cuyo texto fue enriqueciendo y ampliando hasta 1976, cuando la llevó a una extensión de más de 1.200 versos, le acendró su aliento mítico y simbólico y le dio vida independiente (1977). La versión contenida en la segunda edición de Glosas (1950), es la más conocida y presente en la memoria de los venezolanos, y fue la tomada por Antonio Estévez para su espléndida Cantata Criolla (por cierto, algunas publicaciones y canciones dicen, en uno de los versos relativos a la llegada del Diablo, “se apuesta”, cuando debe ser “se aposta”, de apostarse, verbo regular, y no de apostar).
Del grande y famoso poema deleitémonos con esta estrofa sin desperdicio: Sabana, sabana, tierra / que hace sudar y querer, / parada y con tanto rumbo, / con agua y muerta de sed, / una con mi alma en lo sola, / una con Dios en la fe, / sobre tu pecho desnudo / yo me paro a responder: / sepa el cantador sombrío / que yo cumplo con mi ley / y como canté con todos / tengo que cantar con él. Reto aceptado y leyenda en acción.
Este Florentino, al que Arvelo nunca llama Cantaclaro, aunque sí Quitapesares, es y no es el mismo de Gallegos: el del novelista pospone la porfía por irse tras un enigma de amor; el del poeta barinés tiene en el canto su razón suma de vida. Pero sí son uno, claro, en dos expresiones.
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