Los descendientes de Viracocha
Freddy J. Melo
Desde hace doce mil años, desarrollando alrededor del lago Titicaca una cultura que dejó valiosas muestras testimoniales, habitan el altiplano situado en la entraña de la región nombrada hoy América del Sur los hombres y mujeres aimaraes, hijos e hijas de Viracocha, el Hacedor Supremo, creador de lo sensible y lo inerte, de la luz y la sombra, de la vida y la muerte. Entre los siglos XIII y XV de nuestra era, tras bravas luchas de resistencia que forjaron corazones indomables, fueron incorporados por los quechuas, provenientes del noroeste con armas y apetencias expansivas, como cuarto estamento del Tahuantinsuyo, el famoso imperio de los incas. Una centuria más tarde la invasión ultramarina confrontó a todos los pueblos de la zona con la necesidad de unirse para enfrentar al nuevo conquistador, raro de piel, lengua y costumbres, barbado y vestido con corazas metálicas, montado sobre temibles bestias desconocidas y poseedor de instrumentos de guerra que cortaban como rayos o vomitaban fuego mortal.
La dominación española, con su boato virreinal, su rebautización de cosas y personas, su cambio de los signos religiosos en nombre de un Cristo mil veces crucificado, su sed de saqueo y rapiña de frutos, piedras y metales preciosos, su horadación del Potosí para trasladar a las arcas reales y a las bolsas de los validos la montaña de plata que contenía, no fue asunto de transcurrir con placidez. Como el cuero seco referido por Guzmán Blanco entre nosotros, los levantiscos descendientes de hablas autóctonas, especialmente quechua y aimará (aimara, aymara), mantuvieron siempre a los intrusos bailando zapateado. Los dos Túpac Amaru y el Túpac Catari simbolizan en la historia la gloria de esos combates. Trescientos años así, doscientos más bajo la oligarquía que sucedió a los virreyes y cambió de amo para ejercer mayordomía obedeciendo otros patrones lingüísticos, culturales y crematísticos, medio milenio de avasallamiento. Y la determinación de una lucha triple de liberación: nacional, social y étnica. La liberación nacional en tres etapas: de España, bajo la guía del sector mestizo, no muy extendido pues los oligarcas pretendieron siempre mantener su “pureza”, cuya fecha estelar es el 16 de julio de 1809, cuando en movimiento similar a nuestro 19 de abril crearon una “Junta Tuitiva” que iniciaba camino hacia la Independencia.
Su líder fue el esclarecido Pedro Domingo Murillo, quien posteriormente vencido, capturado y condenado, dijo antes de morir: “Dejo encendida una tea que nadie podrá apagar”. Luego, tras la victoria inmortal de Ayacucho, que arrojaba el pendón de Castilla fuera de las costas nuestroamericanas, la separación del antiguo estamento incaico para convertirse en república hija y homónima del Libertador, 6 de agosto de 1825, máximo día patrio. Bolívar y Sucre sus primeros presidentes, cuánto compromiso de fraternidad.
La tercera etapa implica las tres liberaciones, arranca desde cuando la enseña bolivariana fue arriada por la apátrida oligarquía y se encuentra hoy librando combates decisivos bajo el liderazgo mayor de Evo Morales, quien se somete a los mandatos del pueblo, no a los del imperio. Los oligarcas, desesperados porque perdieron el gobierno de minoría social y étnica que habían ejercido desde siempre, se atrincheran en cuatro prefecturas o gobernaciones provinciales para lanzarse a la secesión del país, dan rienda suelta a su miseria moral, racistas, fascistas, carentes de conciencia patriótica y humana, prestos para matar, mentir y desconocer toda legalidad y todo principio.
Freddy J. Melo
Desde hace doce mil años, desarrollando alrededor del lago Titicaca una cultura que dejó valiosas muestras testimoniales, habitan el altiplano situado en la entraña de la región nombrada hoy América del Sur los hombres y mujeres aimaraes, hijos e hijas de Viracocha, el Hacedor Supremo, creador de lo sensible y lo inerte, de la luz y la sombra, de la vida y la muerte. Entre los siglos XIII y XV de nuestra era, tras bravas luchas de resistencia que forjaron corazones indomables, fueron incorporados por los quechuas, provenientes del noroeste con armas y apetencias expansivas, como cuarto estamento del Tahuantinsuyo, el famoso imperio de los incas. Una centuria más tarde la invasión ultramarina confrontó a todos los pueblos de la zona con la necesidad de unirse para enfrentar al nuevo conquistador, raro de piel, lengua y costumbres, barbado y vestido con corazas metálicas, montado sobre temibles bestias desconocidas y poseedor de instrumentos de guerra que cortaban como rayos o vomitaban fuego mortal.
La dominación española, con su boato virreinal, su rebautización de cosas y personas, su cambio de los signos religiosos en nombre de un Cristo mil veces crucificado, su sed de saqueo y rapiña de frutos, piedras y metales preciosos, su horadación del Potosí para trasladar a las arcas reales y a las bolsas de los validos la montaña de plata que contenía, no fue asunto de transcurrir con placidez. Como el cuero seco referido por Guzmán Blanco entre nosotros, los levantiscos descendientes de hablas autóctonas, especialmente quechua y aimará (aimara, aymara), mantuvieron siempre a los intrusos bailando zapateado. Los dos Túpac Amaru y el Túpac Catari simbolizan en la historia la gloria de esos combates. Trescientos años así, doscientos más bajo la oligarquía que sucedió a los virreyes y cambió de amo para ejercer mayordomía obedeciendo otros patrones lingüísticos, culturales y crematísticos, medio milenio de avasallamiento. Y la determinación de una lucha triple de liberación: nacional, social y étnica. La liberación nacional en tres etapas: de España, bajo la guía del sector mestizo, no muy extendido pues los oligarcas pretendieron siempre mantener su “pureza”, cuya fecha estelar es el 16 de julio de 1809, cuando en movimiento similar a nuestro 19 de abril crearon una “Junta Tuitiva” que iniciaba camino hacia la Independencia.
Su líder fue el esclarecido Pedro Domingo Murillo, quien posteriormente vencido, capturado y condenado, dijo antes de morir: “Dejo encendida una tea que nadie podrá apagar”. Luego, tras la victoria inmortal de Ayacucho, que arrojaba el pendón de Castilla fuera de las costas nuestroamericanas, la separación del antiguo estamento incaico para convertirse en república hija y homónima del Libertador, 6 de agosto de 1825, máximo día patrio. Bolívar y Sucre sus primeros presidentes, cuánto compromiso de fraternidad.
La tercera etapa implica las tres liberaciones, arranca desde cuando la enseña bolivariana fue arriada por la apátrida oligarquía y se encuentra hoy librando combates decisivos bajo el liderazgo mayor de Evo Morales, quien se somete a los mandatos del pueblo, no a los del imperio. Los oligarcas, desesperados porque perdieron el gobierno de minoría social y étnica que habían ejercido desde siempre, se atrincheran en cuatro prefecturas o gobernaciones provinciales para lanzarse a la secesión del país, dan rienda suelta a su miseria moral, racistas, fascistas, carentes de conciencia patriótica y humana, prestos para matar, mentir y desconocer toda legalidad y todo principio.
Desestabilizan, impiden la celebración solemne del Día Nacional, promueven el golpe de Estado y la dictadura, militar o civil, como sea, siempre que sea al servicio de sus mezquinos intereses y los de Washington, maquinador y financiador de todo eso bajo la obsesión de recuperar la neocolonia y romper el proceso de unificación continental.
Ahora ponen todo su furor en el propósito de boicotear el referéndum revocatorio convocado para este 10 de agosto con el fin de que el pueblo decida la crisis política. El parecido con lo que sus congéneres han hecho y hacen en Venezuela no es simple coincidencia.
Pero lo que ambos pueblos son capaces de hacer tampoco lo es. Válgannos Viracocha y los Túpac, válgannos los Guaicaipuros y los Bolívar. ¡Venceremos!
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