Verdades que a Capriles no le gusta escuchar
El gobernador del estado Miranda, y en general el partido Primero Justicia, destacan en esto de hacerse los distraídos. El mismísimo dictador Pedro Carmona Estanga ha criticado públicamente el “lavatorio de manos” y el “yo no fui” de quienes le acompañaron en aquellas jornadas
Tres hechos claves ¿Cuáles son las verdades que al gobernador Capriles no le gusta escuchar sobre su participación activa en el golpe de Estado?
1. El 11 de abril, es decir, antes de que el dictador Carmona ordenara la destitución de los titulares de todos los poderes públicos, tomó parte en una declaración televisiva en la que la plana mayor del partido Primero Justicia exigía la renuncia del comandante Chávez, de los titulares de los poderes públicos y del Tribunal Supremo de Justicia en pleno. Es decir, se anticiparon a lo que decretaría el gobierno de facto.
2. El 12 de abril no realizó ninguna “visita” a la Embajada de Cuba a “tratar de disuadir la manifestación que había frente a esa sede diplomática”, como lo declaró públicamente cuando fue interpelado por la Asamblea Nacional. Esto sería cierto si su participación se hubiera limitado a disolver la referida manifestación. Pero en lugar de una “visita”, ingresó en la Embajada, y pretendió allanarla, en busca de funcionarios del derrocado gobierno venezolano.
3. El 12 de abril participó activamente en la persecución, allanamiento y detención ilegal de figuras del chavismo, sometiéndolos al escarnio público y estimulando el odio por razones políticas.
Tres hechos claves ¿Cuáles son las verdades que al gobernador Capriles no le gusta escuchar sobre su participación activa en el golpe de Estado?
1. El 11 de abril, es decir, antes de que el dictador Carmona ordenara la destitución de los titulares de todos los poderes públicos, tomó parte en una declaración televisiva en la que la plana mayor del partido Primero Justicia exigía la renuncia del comandante Chávez, de los titulares de los poderes públicos y del Tribunal Supremo de Justicia en pleno. Es decir, se anticiparon a lo que decretaría el gobierno de facto.
2. El 12 de abril no realizó ninguna “visita” a la Embajada de Cuba a “tratar de disuadir la manifestación que había frente a esa sede diplomática”, como lo declaró públicamente cuando fue interpelado por la Asamblea Nacional. Esto sería cierto si su participación se hubiera limitado a disolver la referida manifestación. Pero en lugar de una “visita”, ingresó en la Embajada, y pretendió allanarla, en busca de funcionarios del derrocado gobierno venezolano.
3. El 12 de abril participó activamente en la persecución, allanamiento y detención ilegal de figuras del chavismo, sometiéndolos al escarnio público y estimulando el odio por razones políticas.
De interés
Son los mismos que muy poco antes del golpe de Estado, exactamente el 27 de enero de 2002, eran capaces de escribir cosas como ésta: “Hemos visto con indignación cómo salen debajo de la tierra unas personas… con espuma en la boca, ojos volteados, palo en mano en actitud agresiva, dispuestos a defender con fanatismo algo que no entienden muy bien: la revolución; ellos son las llamadas turbas de Chávez”. Lo escribió Carlos Ocariz, que ahora intenta pasar agachado
Cuando se trata de escurrir el bulto, llueven los eufemismos. Tanto transnacionales de noticias como los pocos medios antichavistas que tienen el escrúpulo suficiente como para intentar aparentar objetividad, hablan de “polémicas” y de “versiones” sobre el golpe de Estado del 11 de abril de 2002. La intención no es, como pudiera pensarse, introducir matices o escuchar las voces de todas las partes involucradas. De lo que se trata es de relativizar hechos que no requieren de verificación alguna, puesto que la verdad salta a la vista. La vimos pasar ante nuestros ojos. Fuimos testigos presenciales de los hechos. El problema es que la verdad incrimina a los golpistas. Por eso, cuando no la ocultan, intentan desesperadamente disimularla. La verdad los atormenta. Para ellos, estos son días de pesadilla.
Primero Justicia y el odio de clases
El gobernador Capriles, y en general el partido Primero Justicia, descollan en esto de hacerse los distraídos. El mismísimo dictador Carmona ha criticado públicamente el “lavatorio de manos” y el “yo no fui” de quienes le acompañaron en aquellas jornadas. ¿Por qué está actitud? Simple: mientras que las viejas figuras de la decadente clase política (adeca y copeyana) no tenían mucho que perder involucrándose, como lo hicieron activamente, en la aventura golpista, los “nuevos rostros” de la misma política caduca y de elites se jugaba demasiado. Se podría decir que Primero Justicia se lo jugaba todo. Si Primero Justicia tiene un papel tan destacado el día 11, y si luego, el día 12, se roba el protagonismo con las persecuciones de figuras del gobierno bolivariano (sólo la patética auto-juramentación de Carmona recibe similar atención de los medios), es porque las elites económicas de este país le estaban apostando fuerte a sus nuevos “niños mimados”. Pero hay más: este protagonismo indudable del Primero Justicia, sus declaraciones, sus rostros cargados de odio, sus acciones por supuesto, develan la verdadera naturaleza del golpe: su carácter profundamente reaccionario (en su acepción más literal), revanchista, “aleccionador” (los perseguidos y detenidos son humillados, sometidos al escarnio público). Son los mejores exponentes de una política fundada en el odio de clases. ¿Qué destino político podía tener un partido que, recién entrado a la escena política venezolana, se comprometía hasta los tuétanos, y asumía un rol tan protagónico en la masiva violación de derechos humanos que significó el golpe de Estado? El olvido, sin duda. El eterno y rotundo rechazo popular.
Son los mismos que muy poco antes del golpe de Estado, exactamente el 27 de enero de 2002, eran capaces de escribir cosas como ésta: “Hemos visto con indignación cómo salen debajo de la tierra unas personas… con espuma en la boca, ojos volteados, palo en mano en actitud agresiva, dispuestos a defender con fanatismo algo que no entienden muy bien: la revolución; ellos son las llamadas turbas de Chávez”. Lo escribió Carlos Ocariz, que ahora intenta pasar agachado
Cuando se trata de escurrir el bulto, llueven los eufemismos. Tanto transnacionales de noticias como los pocos medios antichavistas que tienen el escrúpulo suficiente como para intentar aparentar objetividad, hablan de “polémicas” y de “versiones” sobre el golpe de Estado del 11 de abril de 2002. La intención no es, como pudiera pensarse, introducir matices o escuchar las voces de todas las partes involucradas. De lo que se trata es de relativizar hechos que no requieren de verificación alguna, puesto que la verdad salta a la vista. La vimos pasar ante nuestros ojos. Fuimos testigos presenciales de los hechos. El problema es que la verdad incrimina a los golpistas. Por eso, cuando no la ocultan, intentan desesperadamente disimularla. La verdad los atormenta. Para ellos, estos son días de pesadilla.
Primero Justicia y el odio de clases
El gobernador Capriles, y en general el partido Primero Justicia, descollan en esto de hacerse los distraídos. El mismísimo dictador Carmona ha criticado públicamente el “lavatorio de manos” y el “yo no fui” de quienes le acompañaron en aquellas jornadas. ¿Por qué está actitud? Simple: mientras que las viejas figuras de la decadente clase política (adeca y copeyana) no tenían mucho que perder involucrándose, como lo hicieron activamente, en la aventura golpista, los “nuevos rostros” de la misma política caduca y de elites se jugaba demasiado. Se podría decir que Primero Justicia se lo jugaba todo. Si Primero Justicia tiene un papel tan destacado el día 11, y si luego, el día 12, se roba el protagonismo con las persecuciones de figuras del gobierno bolivariano (sólo la patética auto-juramentación de Carmona recibe similar atención de los medios), es porque las elites económicas de este país le estaban apostando fuerte a sus nuevos “niños mimados”. Pero hay más: este protagonismo indudable del Primero Justicia, sus declaraciones, sus rostros cargados de odio, sus acciones por supuesto, develan la verdadera naturaleza del golpe: su carácter profundamente reaccionario (en su acepción más literal), revanchista, “aleccionador” (los perseguidos y detenidos son humillados, sometidos al escarnio público). Son los mejores exponentes de una política fundada en el odio de clases. ¿Qué destino político podía tener un partido que, recién entrado a la escena política venezolana, se comprometía hasta los tuétanos, y asumía un rol tan protagónico en la masiva violación de derechos humanos que significó el golpe de Estado? El olvido, sin duda. El eterno y rotundo rechazo popular.
Pose del “yo no fui”
Esa es la razón por la cual el gobernador Capriles, burlándose en la cara de todos los venezolanos, sigue adoptando la pose del “yo no fui”. Lo dijo el 13 de febrero de este mismo año: “Yo no di un golpe de Estado”. Inmediatamente después preguntó, con tono desafiante (y jamás se sale de ese libreto): “¿Qué diferencia hay entre el golpe de Estado de febrero y el golpe de Carmona?”. Si concediéramos que uno y otro acontecimiento son exactamente la misma cosa (no es lo sustancial, y la trampa consiste justamente en evitar que abordemos lo sustancial), la diferencia entre uno y otro es que el comandante Chávez asumió toda la responsabilidad, y además lo hizo ante el país. La dignidad y la valentía con las que habló Chávez aquel día, es exactamente aquello de lo que carece el gobernador Capriles. Porque sólo un cobarde es incapaz de reconocer su participación en hechos que, sin embargo, todo el pueblo venezolano presenció. Pero la pregunta desafiante del gobernador Capriles insinúa algo peor: que el dictador Carmona es el equivalente histórico del comandante Chávez. Insinuación no sólo infinitamente ridícula, sino que le queda muy mal a un personaje que intenta desesperadamente parecerse a Chávez, a ver si logra confundir al pueblo chavista (lo que implica otra forma de subestimarlo).
Esa es la razón por la cual el gobernador Capriles, burlándose en la cara de todos los venezolanos, sigue adoptando la pose del “yo no fui”. Lo dijo el 13 de febrero de este mismo año: “Yo no di un golpe de Estado”. Inmediatamente después preguntó, con tono desafiante (y jamás se sale de ese libreto): “¿Qué diferencia hay entre el golpe de Estado de febrero y el golpe de Carmona?”. Si concediéramos que uno y otro acontecimiento son exactamente la misma cosa (no es lo sustancial, y la trampa consiste justamente en evitar que abordemos lo sustancial), la diferencia entre uno y otro es que el comandante Chávez asumió toda la responsabilidad, y además lo hizo ante el país. La dignidad y la valentía con las que habló Chávez aquel día, es exactamente aquello de lo que carece el gobernador Capriles. Porque sólo un cobarde es incapaz de reconocer su participación en hechos que, sin embargo, todo el pueblo venezolano presenció. Pero la pregunta desafiante del gobernador Capriles insinúa algo peor: que el dictador Carmona es el equivalente histórico del comandante Chávez. Insinuación no sólo infinitamente ridícula, sino que le queda muy mal a un personaje que intenta desesperadamente parecerse a Chávez, a ver si logra confundir al pueblo chavista (lo que implica otra forma de subestimarlo).
Los que pasan “agachados”
Con todo, diez años después, escuchamos al gobernador Capriles acusando al gobierno de “celebrar” el golpe de Estado, cuando “nadie celebra ese día”. Lo que falta es que diga, y podemos apostar que sería capaz, que el golpe de Estado se lo dieron a él. Tratan de disimularlo, pero no pueden. Son los mismos que muy poco antes del golpe de Estado, exactamente el 27 de enero de 2002, eran capaces de escribir cosas como ésta: “Hemos visto con indignación cómo salen debajo de la tierra unas personas… con espuma en la boca, ojos volteados, palo en mano en actitud agresiva, dispuestos a defender con fanatismo algo que no entienden muy bien: la revolución; ellos son las llamadas turbas de Chávez”. Lo escribió Carlos Ocariz, que ahora intenta pasar agachado.
Reinaldo Iturriza López
Con todo, diez años después, escuchamos al gobernador Capriles acusando al gobierno de “celebrar” el golpe de Estado, cuando “nadie celebra ese día”. Lo que falta es que diga, y podemos apostar que sería capaz, que el golpe de Estado se lo dieron a él. Tratan de disimularlo, pero no pueden. Son los mismos que muy poco antes del golpe de Estado, exactamente el 27 de enero de 2002, eran capaces de escribir cosas como ésta: “Hemos visto con indignación cómo salen debajo de la tierra unas personas… con espuma en la boca, ojos volteados, palo en mano en actitud agresiva, dispuestos a defender con fanatismo algo que no entienden muy bien: la revolución; ellos son las llamadas turbas de Chávez”. Lo escribió Carlos Ocariz, que ahora intenta pasar agachado.
Reinaldo Iturriza López
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