Fiscalía investiga la masacre de La Victoria
Ciudad CCS
Las cárceles no pierden jamás la condición de encierro. Sus paredes huelen a dolor y a gritos destemplados, ladrillos que encierran la esperanza perdida de hombres y mujeres desarraigados. Muchos compatriotas en los años 60 dejaron su piel en los inmundos calabozos venezolanos; otros se perdieron en los tristemente recordados Teatros de Operaciones (los TO sembrados a lo largo de Venezuela para combatir las ideas de hombres y mujeres que soñaban con un mejor país, más humano, más amable, más querible) donde hubo inmolados y desaparecidos.
Los encargados de hacerlo se solazaban con la hazaña; especialistas en el arte de “hacer cantar”, como Luis Posada Carriles (el terrorista cubano que junto con Orlando Bosch planeó la voladura de la aeronave de Cubana de Aviación, donde sólo viajaban deportistas del hermano país), niño mimado del gobierno de Estados Unidos, que lo protege y hace caso omiso las múltiples y justas peticiones de extradición, solicitadas por Cuba y Venezuela, de donde se escapó gracias a la complicidad de algunos funcionarios y personajes que hoy deambulan libremente por nuestro suelo.
Por ese entonces los de la Digepol lo llamaban “Comisario Basilio” y obedecían sus órdenes sin chistar...
Algunas heridas no cierran jamás
El caso de la Masacre de La Victoria fue reabierto gracias al tesón de dos de sus protagonistas, quienes fueron torturadas y perdieron a sus compañeros a manos de Posada Carriles
ÁNGEL MÉNDEZ ESPECIAL CIUDAD CCS
Las cárceles no pierden jamás la condición de encierro. Sus paredes huelen a dolor y a gritos destemplados, ladrillos que encierran la esperanza perdida de hombres y mujeres desarraigados. Muchos compatriotas en los años 60 dejaron su piel en los inmundos calabozos venezolanos; otros se perdieron en los tristemente recordados Teatros de Operaciones (los TO sembrados a lo largo de Venezuela para combatir las ideas de hombres y mujeres que soñaban con un mejor país, más humano, más amable, más querible) donde hubo inmolados y desaparecidos. Los encargados de hacerlo se solazaban con la hazaña; especialistas en el arte de “hacer cantar”, como Luis Posada Carriles (el terrorista cubano que junto con Orlando Bosch planeó la voladura de la aeronave de Cubana de Aviación, donde sólo viajaban deportistas del hermano país), niño mimado del gobierno de Estados Unidos, que lo protege y hace caso omiso a las múltiples y justas peticiones de extradición, solicitadas por Cuba y Venezuela, de donde se escapó gracias a la complicidad de algunos funcionarios y personajes que hoy deambulan libremente por nuestro suelo. Por ese entonces los de la Digepol lo llamaban “Comisario Basilio” y obedecían sus órdenes sin chistar.
LA MASACRE DE LA VICTORIA
El caso es así señalado por sus víctimas. El operativo fue dirigido, personalmente, por Posada Carriles. En Internet se puede leer el parte que este asesino cubano rinde ante las autoridades de turno luego de “esclarecer” el secuestro de Carlos Domínguez por Bandera Roja (BR). Forma parte de su libro Los caminos del guerrero donde menciona la “situación en que quedaron los grupos subversivos al esclarecerse el secuestro” del industrial retenido, y al final aclara que, aparte de los específicamente nombrados, “dos guerrilleros no identificados fueron muertos en combate en La Victoria, estado Aragua, al enfrentar a los organismos de seguridad del Estado”.
“Fue realmente una ‘masacre’, porque las fuerzas del Estado asaltaron a tiro limpio la casa donde nos encontrábamos”, hablan quedo y quebradas Marlene y Brenda Esquivel, hermanas de sangre y de lucha.
Resulta difícil traer al presente aquellos momentos. Marlene, compañera de Luis Eduardo Coll, ajusticiado por la Digepol; la segunda, de Ramón Antonio Álvarez (Cabezón), asesinado junto con Bottini Marín, y luego exhibidos sus cuerpos en el interior de un carro en El Paraíso, para semejar un enfrentamiento, “aún no sabemos cómo nos salvamos, pero quedaron en nuestros cuerpos las marcas de la tortura, física y sicológica a la que fuimos sometidas”.
La entrevista se produce en el Cuartel San Carlos, el recinto que fuera su “casa” por algún tiempo. La prensa digital recuerda que luego de haber ejecutado a Álvarez y a Bottini Marín, la Digepol y demás cuerpos policiales, en una acción de comando, con helicópteros militares y demás hierbas bélicas, masacraron a los siete hombres que allí se encontraban, atrapándolos, fusilándolos una vez reunidos y llevándose a los sótanos de la Digepol en Maracay a las mujeres y niños sobrevivientes, que no fueron ultimados gracias a la acción de la comunidad allí presente.
“Le debemos nuestras vidas, primero a los pobladores de La Victoria, quienes a pesar de la prohibición se acercaron al lugar y gritaban para que no nos mataran. ¡Asesinos, asesinos!, les decían. Yo estaba en estado y con mucha hambre –comenta Brenda que no puede evitar el llanto-, nos ofrecían comida si delatábamos a los amigos de nuestros compañeros. Al final nos golpeaban, como a todos los demás. Posada Carriles ordenó que me mataran
¡Acaba con esa semilla antes de nacer, seguramente será otro guerrillero!, pero el torturador lo que hizo fue golpearme, patearme hasta matar al hijo que llevaba en las entrañas”. Todos fuimos torturados, mujeres y niños, “me agarraban por el pelo y metían mi cabeza en una bañera para ahogarme, pero no hablé. Luego me metieron en un calabozo con los presos comunes, pero uno de ellos, un negro fornido, me preguntó si yo era una de las guerrilleras que se enfrentó a la policía. Le dije que sí, y el hombre se paró frente a los demás y advirtió: ¡Que a ninguno se le ocurra tocarla, ella no es una delincuente, es una luchadora”.
Con el niño muerto en su vientre, y torturada permanentemente, permaneció doce días incomunicada hasta que gracias a la intervención de José Vicente Rangel, para entonces diputado del extinto Congreso Nacional, se logró su traslado, esposada, hasta la Maternidad Concepción Palacios, donde una intervención quirúrgica le salvo la vida.
Los dos niños que se salvaron son Rosalba Álvarez García, abogada, y Edmundo Hernández, quienes al igual que nosotros, continuamos en la lucha, exigiendo castigo para los asesinos que nos quitaron de una manera vil, salvaje y despiadada a nuestros compatriotas.
SE REABRE EL CASO
Han pasado 37 años de aquel episodio y las hermanas Esquivel no terminan de creer que al fin se hará justicia. Han pasado su vida deambulando de un lado a otro para lograr que el caso fuese reabierto: “En ese expediente no sabemos qué nos vamos a encontrar.
Nos entregaron uno incompleto. A lo largo de los años nos han amenazado y nos han ofrecido dinero para que calláramos.
Exiliarnos en México, con dólares en nuestras carteras. La vida resuelta, pues”. “La fiscal XX del Ministerio Público de Aragua será la encargada de reabrir este escabroso caso. Ante ella declararemos y nuevamente la rueda comenzará a girar. Todo esto gracias a José Vicente Rangel, a quien además le debemos nuestra vida y al mismo Ernesto Villegas, quien puso sobre el tapete el caso cuando nos entrevistó”.
Vuelve el caso a la luz pública. Las heridas no han cerrado y como dicen las hermanas Esquivel, algunas no llegan a cerrar jamás.
Escalofriante Relato de las Victimas:
Marlene agregó que, simultáneamente, en el deposito donde ella estaba, escuchaba los gritos de una mujer que, de acuerdo con la policía, era su hermana.
“Me decían que si hablaba, mi hermana no seguiría sufriendo. Pero estaba al tanto de los métodos de la policía, y en un descuido corrí hacia la puerta y al abrirla comprobé que los gritos provenían de una grabación”, subrayó.
Como seguía negada a hablar, el Comisario Basilio le hizo señas a uno de los hombres que fumaba para que quemara a la niña.
“El oficial me la arrebató y comenzó a quemarla en las piernas con el cigarro, al tiempo que Basilio intentó asfixiarla con una mano mientras con la otra le colocó su arma en la cabeza y amenazaba con jalar el gatillo”, explicó.
Prosiguió diciendo que luego vio como traían a su hermana, dejando un rastro de sangre en el piso, y pudo entender que le habían matado a su niño en la barriga, un camino por el que iba también su niña recién nacida.
“Mi hija se salvó porque hubo un momento en el que subió un grupo de personas vestidas de negro a la Disip a reclamar un cadáver. Mi hermana empujó al funcionario que nos custodiaba y corriendo se la entregué a una señora diciéndole: ¡Por favor lleve a mi hija a un hospital y sálvela que se está muriendo! Por cosas del destino, cuando se volteó, vi que era una de sus tías”, recordó.
Las dos concuerdan que con la llegada del proceso revolucionario al fin han logrado relatar todo lo que vivieron, han exigido justicia y se han quitado una carga de encima al expresar todo su dolor y sufrimiento.
“No queremos que sientan lástima o dolor por nosotros. Queremos que todos conozcan la verdad, somos uno de muchos casos. Yo le pido a todos aquellos que fueron víctimas de esos abusos que denuncien y cuenten la manera como fueron torturados y violentados”, exhortó Marlene.
A su vez, Brenda aclaró que seguirán luchando por la verdad, porque mientras puedan ser oídos, le enviarán un mensaje a la juventud actual para que se de cuenta de todo lo que hay detrás de esos asesinatos
“Los jóvenes no tienen conocimiento de las injusticias de la IV República, en los gobiernos de AD y Copei, por eso salen a marchar injustamente en contra de un proceso revolucionario que lo único que ha hecho es brindar todas las libertades posibles a su pueblo”, dijo.
Como víctimas directas, las dos manifestaron que se unen y solidarizan con todas las víctimas de América Latina que han sufrido por acciones del imperio estadounidense, y las invitan a formar un equipo que exija la extradición de LPC a Venezuela, para que pague por todos los crímenes horrendos que cometió.
Desde 1982 Brenda trabaja con adolescentes con retardo mental, mientras Marlene es licenciada en Enfermería (1983) y su hija Orlans, la pequeña torturada por órdenes de Posada Carriles, tiene 35 años y acaba de inscribirse en la Misión Sucre para estudiar la licenciatura en Derecho, junto a su madre y su tía.
“Nuestros ideales eran idénticos a los que actualmente defiende la Revolución bolivariana: una sociedad justa, con igualdad, equidad y solidaridad. Esa lucha que se da en las comunidades, batallones, misiones, aldeas universitarias, esa que nosotros estamos llevando. En este proceso si se oye al pueblo, a la juventud y todos pueden expresarse”, finalizó Brenda.
Ciudad CCS
Las cárceles no pierden jamás la condición de encierro. Sus paredes huelen a dolor y a gritos destemplados, ladrillos que encierran la esperanza perdida de hombres y mujeres desarraigados. Muchos compatriotas en los años 60 dejaron su piel en los inmundos calabozos venezolanos; otros se perdieron en los tristemente recordados Teatros de Operaciones (los TO sembrados a lo largo de Venezuela para combatir las ideas de hombres y mujeres que soñaban con un mejor país, más humano, más amable, más querible) donde hubo inmolados y desaparecidos.
Los encargados de hacerlo se solazaban con la hazaña; especialistas en el arte de “hacer cantar”, como Luis Posada Carriles (el terrorista cubano que junto con Orlando Bosch planeó la voladura de la aeronave de Cubana de Aviación, donde sólo viajaban deportistas del hermano país), niño mimado del gobierno de Estados Unidos, que lo protege y hace caso omiso las múltiples y justas peticiones de extradición, solicitadas por Cuba y Venezuela, de donde se escapó gracias a la complicidad de algunos funcionarios y personajes que hoy deambulan libremente por nuestro suelo.
Por ese entonces los de la Digepol lo llamaban “Comisario Basilio” y obedecían sus órdenes sin chistar...
Algunas heridas no cierran jamás
El caso de la Masacre de La Victoria fue reabierto gracias al tesón de dos de sus protagonistas, quienes fueron torturadas y perdieron a sus compañeros a manos de Posada Carriles
ÁNGEL MÉNDEZ ESPECIAL CIUDAD CCS
Las cárceles no pierden jamás la condición de encierro. Sus paredes huelen a dolor y a gritos destemplados, ladrillos que encierran la esperanza perdida de hombres y mujeres desarraigados. Muchos compatriotas en los años 60 dejaron su piel en los inmundos calabozos venezolanos; otros se perdieron en los tristemente recordados Teatros de Operaciones (los TO sembrados a lo largo de Venezuela para combatir las ideas de hombres y mujeres que soñaban con un mejor país, más humano, más amable, más querible) donde hubo inmolados y desaparecidos. Los encargados de hacerlo se solazaban con la hazaña; especialistas en el arte de “hacer cantar”, como Luis Posada Carriles (el terrorista cubano que junto con Orlando Bosch planeó la voladura de la aeronave de Cubana de Aviación, donde sólo viajaban deportistas del hermano país), niño mimado del gobierno de Estados Unidos, que lo protege y hace caso omiso a las múltiples y justas peticiones de extradición, solicitadas por Cuba y Venezuela, de donde se escapó gracias a la complicidad de algunos funcionarios y personajes que hoy deambulan libremente por nuestro suelo. Por ese entonces los de la Digepol lo llamaban “Comisario Basilio” y obedecían sus órdenes sin chistar.
LA MASACRE DE LA VICTORIA
El caso es así señalado por sus víctimas. El operativo fue dirigido, personalmente, por Posada Carriles. En Internet se puede leer el parte que este asesino cubano rinde ante las autoridades de turno luego de “esclarecer” el secuestro de Carlos Domínguez por Bandera Roja (BR). Forma parte de su libro Los caminos del guerrero donde menciona la “situación en que quedaron los grupos subversivos al esclarecerse el secuestro” del industrial retenido, y al final aclara que, aparte de los específicamente nombrados, “dos guerrilleros no identificados fueron muertos en combate en La Victoria, estado Aragua, al enfrentar a los organismos de seguridad del Estado”.
“Fue realmente una ‘masacre’, porque las fuerzas del Estado asaltaron a tiro limpio la casa donde nos encontrábamos”, hablan quedo y quebradas Marlene y Brenda Esquivel, hermanas de sangre y de lucha.
Resulta difícil traer al presente aquellos momentos. Marlene, compañera de Luis Eduardo Coll, ajusticiado por la Digepol; la segunda, de Ramón Antonio Álvarez (Cabezón), asesinado junto con Bottini Marín, y luego exhibidos sus cuerpos en el interior de un carro en El Paraíso, para semejar un enfrentamiento, “aún no sabemos cómo nos salvamos, pero quedaron en nuestros cuerpos las marcas de la tortura, física y sicológica a la que fuimos sometidas”.
La entrevista se produce en el Cuartel San Carlos, el recinto que fuera su “casa” por algún tiempo. La prensa digital recuerda que luego de haber ejecutado a Álvarez y a Bottini Marín, la Digepol y demás cuerpos policiales, en una acción de comando, con helicópteros militares y demás hierbas bélicas, masacraron a los siete hombres que allí se encontraban, atrapándolos, fusilándolos una vez reunidos y llevándose a los sótanos de la Digepol en Maracay a las mujeres y niños sobrevivientes, que no fueron ultimados gracias a la acción de la comunidad allí presente.
“Le debemos nuestras vidas, primero a los pobladores de La Victoria, quienes a pesar de la prohibición se acercaron al lugar y gritaban para que no nos mataran. ¡Asesinos, asesinos!, les decían. Yo estaba en estado y con mucha hambre –comenta Brenda que no puede evitar el llanto-, nos ofrecían comida si delatábamos a los amigos de nuestros compañeros. Al final nos golpeaban, como a todos los demás. Posada Carriles ordenó que me mataran
¡Acaba con esa semilla antes de nacer, seguramente será otro guerrillero!, pero el torturador lo que hizo fue golpearme, patearme hasta matar al hijo que llevaba en las entrañas”. Todos fuimos torturados, mujeres y niños, “me agarraban por el pelo y metían mi cabeza en una bañera para ahogarme, pero no hablé. Luego me metieron en un calabozo con los presos comunes, pero uno de ellos, un negro fornido, me preguntó si yo era una de las guerrilleras que se enfrentó a la policía. Le dije que sí, y el hombre se paró frente a los demás y advirtió: ¡Que a ninguno se le ocurra tocarla, ella no es una delincuente, es una luchadora”.
Con el niño muerto en su vientre, y torturada permanentemente, permaneció doce días incomunicada hasta que gracias a la intervención de José Vicente Rangel, para entonces diputado del extinto Congreso Nacional, se logró su traslado, esposada, hasta la Maternidad Concepción Palacios, donde una intervención quirúrgica le salvo la vida.
Los dos niños que se salvaron son Rosalba Álvarez García, abogada, y Edmundo Hernández, quienes al igual que nosotros, continuamos en la lucha, exigiendo castigo para los asesinos que nos quitaron de una manera vil, salvaje y despiadada a nuestros compatriotas.
SE REABRE EL CASO
Han pasado 37 años de aquel episodio y las hermanas Esquivel no terminan de creer que al fin se hará justicia. Han pasado su vida deambulando de un lado a otro para lograr que el caso fuese reabierto: “En ese expediente no sabemos qué nos vamos a encontrar.
Nos entregaron uno incompleto. A lo largo de los años nos han amenazado y nos han ofrecido dinero para que calláramos.
Exiliarnos en México, con dólares en nuestras carteras. La vida resuelta, pues”. “La fiscal XX del Ministerio Público de Aragua será la encargada de reabrir este escabroso caso. Ante ella declararemos y nuevamente la rueda comenzará a girar. Todo esto gracias a José Vicente Rangel, a quien además le debemos nuestra vida y al mismo Ernesto Villegas, quien puso sobre el tapete el caso cuando nos entrevistó”.
Vuelve el caso a la luz pública. Las heridas no han cerrado y como dicen las hermanas Esquivel, algunas no llegan a cerrar jamás.
Escalofriante Relato de las Victimas:
Marlene agregó que, simultáneamente, en el deposito donde ella estaba, escuchaba los gritos de una mujer que, de acuerdo con la policía, era su hermana.
“Me decían que si hablaba, mi hermana no seguiría sufriendo. Pero estaba al tanto de los métodos de la policía, y en un descuido corrí hacia la puerta y al abrirla comprobé que los gritos provenían de una grabación”, subrayó.
Como seguía negada a hablar, el Comisario Basilio le hizo señas a uno de los hombres que fumaba para que quemara a la niña.
“El oficial me la arrebató y comenzó a quemarla en las piernas con el cigarro, al tiempo que Basilio intentó asfixiarla con una mano mientras con la otra le colocó su arma en la cabeza y amenazaba con jalar el gatillo”, explicó.
Prosiguió diciendo que luego vio como traían a su hermana, dejando un rastro de sangre en el piso, y pudo entender que le habían matado a su niño en la barriga, un camino por el que iba también su niña recién nacida.
“Mi hija se salvó porque hubo un momento en el que subió un grupo de personas vestidas de negro a la Disip a reclamar un cadáver. Mi hermana empujó al funcionario que nos custodiaba y corriendo se la entregué a una señora diciéndole: ¡Por favor lleve a mi hija a un hospital y sálvela que se está muriendo! Por cosas del destino, cuando se volteó, vi que era una de sus tías”, recordó.
Las dos concuerdan que con la llegada del proceso revolucionario al fin han logrado relatar todo lo que vivieron, han exigido justicia y se han quitado una carga de encima al expresar todo su dolor y sufrimiento.
“No queremos que sientan lástima o dolor por nosotros. Queremos que todos conozcan la verdad, somos uno de muchos casos. Yo le pido a todos aquellos que fueron víctimas de esos abusos que denuncien y cuenten la manera como fueron torturados y violentados”, exhortó Marlene.
A su vez, Brenda aclaró que seguirán luchando por la verdad, porque mientras puedan ser oídos, le enviarán un mensaje a la juventud actual para que se de cuenta de todo lo que hay detrás de esos asesinatos
“Los jóvenes no tienen conocimiento de las injusticias de la IV República, en los gobiernos de AD y Copei, por eso salen a marchar injustamente en contra de un proceso revolucionario que lo único que ha hecho es brindar todas las libertades posibles a su pueblo”, dijo.
Como víctimas directas, las dos manifestaron que se unen y solidarizan con todas las víctimas de América Latina que han sufrido por acciones del imperio estadounidense, y las invitan a formar un equipo que exija la extradición de LPC a Venezuela, para que pague por todos los crímenes horrendos que cometió.
Desde 1982 Brenda trabaja con adolescentes con retardo mental, mientras Marlene es licenciada en Enfermería (1983) y su hija Orlans, la pequeña torturada por órdenes de Posada Carriles, tiene 35 años y acaba de inscribirse en la Misión Sucre para estudiar la licenciatura en Derecho, junto a su madre y su tía.
“Nuestros ideales eran idénticos a los que actualmente defiende la Revolución bolivariana: una sociedad justa, con igualdad, equidad y solidaridad. Esa lucha que se da en las comunidades, batallones, misiones, aldeas universitarias, esa que nosotros estamos llevando. En este proceso si se oye al pueblo, a la juventud y todos pueden expresarse”, finalizó Brenda.
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