Amó profundamente al pueblo y el pueblo lo amo como se ama a un compañero de sueños e ideales
Tal día como hoy, el 6 de agosto de 1899, nació en Cumaná (Sucre) el insigne poeta y gran orador Andrés Eloy Blanco, cuya pluma y presencia se identificaron estrechamente con el sentir del pueblo venezolano. Fue orador de fácil lenguaje y de imágenes populares.
Por poeta, tal vez, pero más por su textura sensible y humana, Andrés Eloy Blanco se vinculó estrechamente al pueblo. Sus discursos tuvieron una profunda resonancia en la vida nacional. Fue hombre de la política como ejercicio de la solidaridad ciudadana y de la responsabilidad humana, jamás de sectarismo. Amó profundamente al pueblo y el pueblo lo amó como se ama a un leal compañero de sueños e ideales. Entre sus poemas más importante tenemos a: Píntame Angelitos Negros, Canto a España, Barco de Piedra, Malvina Recobrada, Abigaíl.
Fue presidente de la Asamblea Nacional Constituyente de 1947, ministro de Relaciones Exteriores y presidente de la Cámara de Diputados. Murió en el destierro en México, víctima de un accidente de tránsito.
Tal día como hoy, el 6 de agosto de 1899, nació en Cumaná (Sucre) el insigne poeta y gran orador Andrés Eloy Blanco, cuya pluma y presencia se identificaron estrechamente con el sentir del pueblo venezolano. Fue orador de fácil lenguaje y de imágenes populares.
Por poeta, tal vez, pero más por su textura sensible y humana, Andrés Eloy Blanco se vinculó estrechamente al pueblo. Sus discursos tuvieron una profunda resonancia en la vida nacional. Fue hombre de la política como ejercicio de la solidaridad ciudadana y de la responsabilidad humana, jamás de sectarismo. Amó profundamente al pueblo y el pueblo lo amó como se ama a un leal compañero de sueños e ideales. Entre sus poemas más importante tenemos a: Píntame Angelitos Negros, Canto a España, Barco de Piedra, Malvina Recobrada, Abigaíl.
Fue presidente de la Asamblea Nacional Constituyente de 1947, ministro de Relaciones Exteriores y presidente de la Cámara de Diputados. Murió en el destierro en México, víctima de un accidente de tránsito.
EN UN ACTO DE INTIMIDACIÓN A LA HUMANIDAD, LOS EEUU HACEN ESTALLAR SOBRE LA INDEFENSA CIUDAD DE HIROSHIMA UNA BOMBA ATOMICA.
El 25 de julio de 1945 fue enviada una orden secreta del general Thomas T. Handy, sustituto del Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, al general Carl Spaatz, comandante general de la Fuerza Aérea Estratégica. El cumplimiento de esa indicación de apenas 24 líneas, escrita en un incoloro lenguaje castrense, provocó que, en apenas dos días, el 6 y el 9 de agosto, se provocase la muerte a 105 mil personas, se hiriese terriblemente a más de 94 mil, y se propiciase la destrucción, casi total, de dos grandes ciudades japonesas.
Nada semejante había presenciado la Humanidad desde que en la noche del 24 al 25 de agosto del año 79 DNE, durante el reinado del emperador Tito, la erupción del volcán Vesubio sepultó las ciudades de Herculano y Pompeya bajo un infierno de ceniza y lava. Las víctimas causadas entonces por la furia de la Naturaleza representan apenas el 9,52% de las causadas en Hiroshima y Nagasaki por la barbarie de un gobierno. Plinio, El Joven, testigo de la erupción volcánica, recordaría que “...muchos clamaban a los dioses, pero la mayoría estaban convencidos de que ya no había dioses, y que esa era la última noche del mundo”. El presidente Harry Truman apelaría también a una metáfora religiosa para describir su poder destructivo, cuando escribió en su Diario:
“Hemos creado la bomba más terrible que haya conocido la historia universal. Será como la destrucción por el fuego profetizada para la Era del Valle del Éufrates...”
Los apólogos de este acto inmoral de inédita barbarie, los mismos que defendieron los bombardeos contra Hanoi y Haiphong, o contra Belgrado y Bagdad, aún intentan demostrar que el lanzamiento de las bombas fue necesario para golpear blancos militares decisivos y acelerar la rendición de Japón, evitar la caída de más soldados norteamericanos, frenar la influencia de los soviéticos en el Pacífico, y advertir al mundo que su país disponía del arma capaz de garantizar al occidente capitalista la supremacía en la postguerra. Analicemos algunos de esos mitos:
Primer mito: La orden emitida por Truman, y comunicada al general Spaatz, indicaba que sólo se debían bombardear objetivos militares, evitando dañar a mujeres y niños. Pero el texto de la orden cursada no hace tal distinción:
“El grupo 509, de la Fuerza Aérea 20, -se le ordena- lanzará la primera bomba especial después del 3 de agosto de 1945, tan pronto como el estado del tiempo permita visibilidad. Se escogerá uno de los siguientes blancos: Hiroshima, Kokura, Niigata o Nagasaki. Para transportar a científicos civiles y militares del Departamento de la Guerra con el objetivo de observar y documentar los efectos de la explosión, deberán habilitarse aviones acompañantes” (1). Truman mintió deliberadamente sobre el primer blanco bombardeado, en su anuncio oficial a la nación, al decir:
“Hace 16 horas un avión norteamericano lanzó una bomba sobre Hiroshima, una importante base del ejército japonés... Se trata de una bomba atómica...”
Nada semejante había presenciado la Humanidad desde que en la noche del 24 al 25 de agosto del año 79 DNE, durante el reinado del emperador Tito, la erupción del volcán Vesubio sepultó las ciudades de Herculano y Pompeya bajo un infierno de ceniza y lava. Las víctimas causadas entonces por la furia de la Naturaleza representan apenas el 9,52% de las causadas en Hiroshima y Nagasaki por la barbarie de un gobierno. Plinio, El Joven, testigo de la erupción volcánica, recordaría que “...muchos clamaban a los dioses, pero la mayoría estaban convencidos de que ya no había dioses, y que esa era la última noche del mundo”. El presidente Harry Truman apelaría también a una metáfora religiosa para describir su poder destructivo, cuando escribió en su Diario:
“Hemos creado la bomba más terrible que haya conocido la historia universal. Será como la destrucción por el fuego profetizada para la Era del Valle del Éufrates...”
Los apólogos de este acto inmoral de inédita barbarie, los mismos que defendieron los bombardeos contra Hanoi y Haiphong, o contra Belgrado y Bagdad, aún intentan demostrar que el lanzamiento de las bombas fue necesario para golpear blancos militares decisivos y acelerar la rendición de Japón, evitar la caída de más soldados norteamericanos, frenar la influencia de los soviéticos en el Pacífico, y advertir al mundo que su país disponía del arma capaz de garantizar al occidente capitalista la supremacía en la postguerra. Analicemos algunos de esos mitos:
Primer mito: La orden emitida por Truman, y comunicada al general Spaatz, indicaba que sólo se debían bombardear objetivos militares, evitando dañar a mujeres y niños. Pero el texto de la orden cursada no hace tal distinción:
“El grupo 509, de la Fuerza Aérea 20, -se le ordena- lanzará la primera bomba especial después del 3 de agosto de 1945, tan pronto como el estado del tiempo permita visibilidad. Se escogerá uno de los siguientes blancos: Hiroshima, Kokura, Niigata o Nagasaki. Para transportar a científicos civiles y militares del Departamento de la Guerra con el objetivo de observar y documentar los efectos de la explosión, deberán habilitarse aviones acompañantes” (1). Truman mintió deliberadamente sobre el primer blanco bombardeado, en su anuncio oficial a la nación, al decir:
“Hace 16 horas un avión norteamericano lanzó una bomba sobre Hiroshima, una importante base del ejército japonés... Se trata de una bomba atómica...”
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