Freddy J. Melo
Estamos a tres años del bicentenario del 5 de julio de 1811. ¡Casi dos siglos y todavía buena parte de nuestros compatriotas creen que en esa fecha “se firmó el Acta de la Independencia”! Gran éxito en cierto modo, potenciado por la ligereza mediática, de la célebre pintura de Martín Tovar y Tovar, quien al retratar con su pincel a los firmantes --sin duda porque el hecho le permitía mayor expresividad-- no imaginó que contribuiría a una distorsión histórica, pequeña, sí, pero inconveniente dada la trascendencia del acto que quiso plasmar. Nada menos el del nacimiento de la República como ente soberano, hasta el sol de hoy el día más importante de nuestra nacionalidad. La firma del Acta, redactada por J. G. Roscio y Francisco Isnardi, fue el 7.
Lo ocurrido entonces condensaba en una sola decisión los reclamos que desde la propia llegada de los conquistadores, anunciaron la respuesta de unos seres hechos para la dignidad y la lucha. Entre el siglo XVI y comienzos del XIX, uniendo en rojos relámpagos los nombres de Guaicaipuro, Miguel, Andresote, León, Chirino, Gual, España, Miranda, Rodríguez, Bolívar y muchos miles más, con egregias mujeres que todavía se mantenían a la sombra por fuerza de atávicos prejuicios, con oprimidos de manos esclavas, serviles y semilibres aptos para convertirse a su turno en libertarios, con señores de haciendas y títulos de cacao, con magistrados y coyundas coloniales, con comercios clandestinos y navíos de ilustración, con escuelas y logias por cuyas rendijas inevitables se colaban las ideas que estaban estremeciendo al mundo, con cosecha de espíritus superiores capaces de trascender sus límites de clase, fue constituyéndose la patria venezolana y preparándose para reconocerse a sí misma y hacerse reconocer.
El antecedente inmediato del 5 de julio fue el 19 de abril, cuando nació Colombia, decir del héroe máximo. La Junta Suprema formada por el Cabildo insurgente adquirió autoridad nacional al recabar y obtener la adhesión de seis de las diez provincias que entonces componían la Gobernación y Capitanía General: Cumaná, Barcelona, Margarita, Barinas, Mérida y Trujillo, las cuales crearon sus juntas provinciales y con Caracas completaron las siete estrellas originales flameantes en las banderas. Guayana se sumó inicialmente, pero un contragolpe la retiró: era la octava estrella, que más tarde el Libertador consagró y el presidente Chávez materializó en nuestro tiempo. Coro y Maracaibo se negaron a participar.
Estamos a tres años del bicentenario del 5 de julio de 1811. ¡Casi dos siglos y todavía buena parte de nuestros compatriotas creen que en esa fecha “se firmó el Acta de la Independencia”! Gran éxito en cierto modo, potenciado por la ligereza mediática, de la célebre pintura de Martín Tovar y Tovar, quien al retratar con su pincel a los firmantes --sin duda porque el hecho le permitía mayor expresividad-- no imaginó que contribuiría a una distorsión histórica, pequeña, sí, pero inconveniente dada la trascendencia del acto que quiso plasmar. Nada menos el del nacimiento de la República como ente soberano, hasta el sol de hoy el día más importante de nuestra nacionalidad. La firma del Acta, redactada por J. G. Roscio y Francisco Isnardi, fue el 7.
Lo ocurrido entonces condensaba en una sola decisión los reclamos que desde la propia llegada de los conquistadores, anunciaron la respuesta de unos seres hechos para la dignidad y la lucha. Entre el siglo XVI y comienzos del XIX, uniendo en rojos relámpagos los nombres de Guaicaipuro, Miguel, Andresote, León, Chirino, Gual, España, Miranda, Rodríguez, Bolívar y muchos miles más, con egregias mujeres que todavía se mantenían a la sombra por fuerza de atávicos prejuicios, con oprimidos de manos esclavas, serviles y semilibres aptos para convertirse a su turno en libertarios, con señores de haciendas y títulos de cacao, con magistrados y coyundas coloniales, con comercios clandestinos y navíos de ilustración, con escuelas y logias por cuyas rendijas inevitables se colaban las ideas que estaban estremeciendo al mundo, con cosecha de espíritus superiores capaces de trascender sus límites de clase, fue constituyéndose la patria venezolana y preparándose para reconocerse a sí misma y hacerse reconocer.
El antecedente inmediato del 5 de julio fue el 19 de abril, cuando nació Colombia, decir del héroe máximo. La Junta Suprema formada por el Cabildo insurgente adquirió autoridad nacional al recabar y obtener la adhesión de seis de las diez provincias que entonces componían la Gobernación y Capitanía General: Cumaná, Barcelona, Margarita, Barinas, Mérida y Trujillo, las cuales crearon sus juntas provinciales y con Caracas completaron las siete estrellas originales flameantes en las banderas. Guayana se sumó inicialmente, pero un contragolpe la retiró: era la octava estrella, que más tarde el Libertador consagró y el presidente Chávez materializó en nuestro tiempo. Coro y Maracaibo se negaron a participar.
La Junta adoptó medidas básicas y convocó a elecciones para conformar el Poder Legislativo. El 2 de marzo de 1811 se instaló el Congreso Constituyente, primero de la Republica que a los pocos meses sería institucionalizada, el cual nominó a Felipe Fermín Paúl para presidirlo; el 5 de marzo dicho Cuerpo designó, en forma de Triunvirato integrado por Cristóbal Mendoza, Juan Escalona y Baltasar Padrón, al nuevo Poder Ejecutivo; el 5 de julio, presidiendo a la sazón Juan Antonio Rodríguez Domínguez, declaró la Independencia; el 14 del mismo mes enarboló oficialmente el tricolor mirandino como enseña de la patria, y el 20 de diciembre sancionó la Constitución inicial. ¡Labor de titanes, para gloria eterna! En 1812 se extinguió, junto con la entidad republicana recién nacida.
El acuerdo del 5 de julio no fue fácil. Semanas de preparación y discusión lo precedieron, y la presión de la Sociedad Patriótica (Miranda, Bolívar, Ribas, Coto Paúl, Espejo, Muñoz Tébar, Vicente Salias y otros radicales), “centro de luces y de todos los intereses revolucionarios”, fue decisiva. El 2, es introducida la moción, la discusión empieza a girar entre aprobarla, diferirla por prematura o negarla. El 3, el futuro Libertador lanza en la SP la famosa arenga, una de las más vibrantes y motivadoras pronunciadas jamás: “Trescientos años de calma, ¿no bastan? (…) Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. ¡Vacilar es perdernos!”. El 4, la SP entrega sus puntos de vista al Congreso. El 5, a las tres de la tarde, tras aprobación con el solo voto en contra del padre Maya, el Presidente del Congreso anuncia: “Queda declarada solemnemente la Independencia absoluta de Venezuela”. Se nos da así el mandato inmortal de defenderla poniendo en ello la vida.
El acuerdo del 5 de julio no fue fácil. Semanas de preparación y discusión lo precedieron, y la presión de la Sociedad Patriótica (Miranda, Bolívar, Ribas, Coto Paúl, Espejo, Muñoz Tébar, Vicente Salias y otros radicales), “centro de luces y de todos los intereses revolucionarios”, fue decisiva. El 2, es introducida la moción, la discusión empieza a girar entre aprobarla, diferirla por prematura o negarla. El 3, el futuro Libertador lanza en la SP la famosa arenga, una de las más vibrantes y motivadoras pronunciadas jamás: “Trescientos años de calma, ¿no bastan? (…) Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. ¡Vacilar es perdernos!”. El 4, la SP entrega sus puntos de vista al Congreso. El 5, a las tres de la tarde, tras aprobación con el solo voto en contra del padre Maya, el Presidente del Congreso anuncia: “Queda declarada solemnemente la Independencia absoluta de Venezuela”. Se nos da así el mandato inmortal de defenderla poniendo en ello la vida.
Pero la historia nos ha dicho que para coronar el objetivo es necesario ligarlo con la justicia social. Por lo tanto, ¡Patria, Socialismo o Muerte! ¡Venceremos!
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