Freddy J. Melo
En Cuba, en Nuestramérica y en todo el ámbito vital de “los pobres de la tierra” se conmemora en estos días el 55° aniversario del 26 de julio, fecha estelar en el camino de creación del primer territorio de estas latitudes libre de coyundas imperiales y explotación social.
Nos encuentra este momento a los hijos de la Isla y a nosotros en pie de lucha, bajo la recrudecida amenaza del enemigo común, que lo es también de todos los pueblos del planeta. Ese enemigo no le perdona a Cuba que haya conquistado y defendido con indomable decisión su derecho a la autodeterminación y la independencia, a la construcción soberana de su vida colectiva, a la elección de una vía en la que no impera voluntad alguna sobre la voluntad de los cubanos, a la recuperación de la luz de Martí como guía inmortal de su patria. No le perdona que luego de casi cinco décadas de bloqueo y guerra económica, de ira imperial desencadenada, de tener que luchar en las condiciones adversas más prolongadas de que se tenga conocimiento histórico, el pequeño país situado a menos de cien millas de la costa sudoriental del “monstruo” se haya sobrepuesto y conseguido avanzar para ser el primero del mundo, entre otras áreas, en la de protección a la niñez y en la cultura y conciencia política de su población, como con legítimo orgullo lo proclama Fidel. No le perdona el indetenible proceso transformador cuyos logros se expresan en contundentes índices medibles en educación, salud, empleo, seguridad social, tecnología, ciencia, arte, deporte, recreación y otros, y en los inmedibles de dignidad a toda prueba, cultivo de solidaridad, paz y justicia y capacidad de esperanza y alegría. No le perdona, en fin, que con todo eso se haya convertido en ejemplo irradiante para todos los desheredados de la Tierra, pese a la diabólica campaña de mentira y calumnia del aparato imperial.
Tampoco le perdona a Venezuela el haber reempatado el hilo de su historia y vuelto a tremolar banderas de libertad, independencia y justicia social, y con ello el hacer caminar de nuevo por América Latina el pensamiento y la espada de Bolívar. No le perdona que haya empezado a manejarse soberanamente, rescatado el dominio y la administración de sus riquezas, forjado la unidad entre el pueblo y una Fuerza Armada reencontrada con el espíritu del Libertador, entregado a ese pueblo tantas veces traicionado y excluido una Constitución, un conjunto de leyes, una acción de gobierno, un liderazgo y una praxis que lo conducen al ejercicio democrático-participativo-protagónico de su destino, rumbo al socialismo del siglo XXI.
La agresión a Cuba incluye hoy la insólita prisión de cinco combatientes antiterroristas que no cometieron delito alguno y cuyo viril decoro ante el impenitente abusador les ha configurado perfil de héroes mundiales, y entraña la renovada pretensión, que otra vez se va desmoronando, de reciclar la dominación neocolonial; presenta asimismo la particular y no disimulada peligrosidad de un administrador del imperio desmesuradamente arrogante e ignaro, hijo de papá, carente de escrúpulos y conciencia, autocolocado al margen de todo derecho, genocida tranquilo pero ahora desesperado, porque se está yendo y deja tras de sí un desastre. Sólo que la demostrada capacidad de la patria cubana para enfrentar los desafíos constituye un formidable escudo de protección. Y la solidaridad popular universal no faltará.
Ese mismo inefable personaje, con su camarilla sedienta de petróleo y bienes ajenos, tiene también la vista puesta sobre Venezuela. Sus agencias financian y dirigen políticamente a la deplorable oligarquía venezolana desnacionalizada, la cual pretende recobrar el poder mediante un doble juego que combina el palabreo seudodemocrático con una inveterada práctica de violencia y fraude. Nuestro pueblo les dice ¡no!, al imperio, a la oligarquía, a los politiqueros mercenarios, al pasado ignominioso; y está listo para derrotarlos en el enfrentamiento electoral de noviembre próximo y en los atajos desestabilizadores que pretendan recorrer, y para seguir, contra problemas y tropiezos, consolidando y profundizando la revolución, que es precisamente nuestro mayor hecho de solidaridad con la Cuba incomparablemente solidaria. ¡Honor y gloria al 26 de julio!
Nos encuentra este momento a los hijos de la Isla y a nosotros en pie de lucha, bajo la recrudecida amenaza del enemigo común, que lo es también de todos los pueblos del planeta. Ese enemigo no le perdona a Cuba que haya conquistado y defendido con indomable decisión su derecho a la autodeterminación y la independencia, a la construcción soberana de su vida colectiva, a la elección de una vía en la que no impera voluntad alguna sobre la voluntad de los cubanos, a la recuperación de la luz de Martí como guía inmortal de su patria. No le perdona que luego de casi cinco décadas de bloqueo y guerra económica, de ira imperial desencadenada, de tener que luchar en las condiciones adversas más prolongadas de que se tenga conocimiento histórico, el pequeño país situado a menos de cien millas de la costa sudoriental del “monstruo” se haya sobrepuesto y conseguido avanzar para ser el primero del mundo, entre otras áreas, en la de protección a la niñez y en la cultura y conciencia política de su población, como con legítimo orgullo lo proclama Fidel. No le perdona el indetenible proceso transformador cuyos logros se expresan en contundentes índices medibles en educación, salud, empleo, seguridad social, tecnología, ciencia, arte, deporte, recreación y otros, y en los inmedibles de dignidad a toda prueba, cultivo de solidaridad, paz y justicia y capacidad de esperanza y alegría. No le perdona, en fin, que con todo eso se haya convertido en ejemplo irradiante para todos los desheredados de la Tierra, pese a la diabólica campaña de mentira y calumnia del aparato imperial.
Tampoco le perdona a Venezuela el haber reempatado el hilo de su historia y vuelto a tremolar banderas de libertad, independencia y justicia social, y con ello el hacer caminar de nuevo por América Latina el pensamiento y la espada de Bolívar. No le perdona que haya empezado a manejarse soberanamente, rescatado el dominio y la administración de sus riquezas, forjado la unidad entre el pueblo y una Fuerza Armada reencontrada con el espíritu del Libertador, entregado a ese pueblo tantas veces traicionado y excluido una Constitución, un conjunto de leyes, una acción de gobierno, un liderazgo y una praxis que lo conducen al ejercicio democrático-participativo-protagónico de su destino, rumbo al socialismo del siglo XXI.
La agresión a Cuba incluye hoy la insólita prisión de cinco combatientes antiterroristas que no cometieron delito alguno y cuyo viril decoro ante el impenitente abusador les ha configurado perfil de héroes mundiales, y entraña la renovada pretensión, que otra vez se va desmoronando, de reciclar la dominación neocolonial; presenta asimismo la particular y no disimulada peligrosidad de un administrador del imperio desmesuradamente arrogante e ignaro, hijo de papá, carente de escrúpulos y conciencia, autocolocado al margen de todo derecho, genocida tranquilo pero ahora desesperado, porque se está yendo y deja tras de sí un desastre. Sólo que la demostrada capacidad de la patria cubana para enfrentar los desafíos constituye un formidable escudo de protección. Y la solidaridad popular universal no faltará.
Ese mismo inefable personaje, con su camarilla sedienta de petróleo y bienes ajenos, tiene también la vista puesta sobre Venezuela. Sus agencias financian y dirigen políticamente a la deplorable oligarquía venezolana desnacionalizada, la cual pretende recobrar el poder mediante un doble juego que combina el palabreo seudodemocrático con una inveterada práctica de violencia y fraude. Nuestro pueblo les dice ¡no!, al imperio, a la oligarquía, a los politiqueros mercenarios, al pasado ignominioso; y está listo para derrotarlos en el enfrentamiento electoral de noviembre próximo y en los atajos desestabilizadores que pretendan recorrer, y para seguir, contra problemas y tropiezos, consolidando y profundizando la revolución, que es precisamente nuestro mayor hecho de solidaridad con la Cuba incomparablemente solidaria. ¡Honor y gloria al 26 de julio!
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