Fidel entra en la historia
Freddy J. Melo
El 26 de julio de 1953, con el intento de toma del cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, ciento veintidós jóvenes iniciaron la etapa final de lucha por la liberación de su patria: seis cayeron en combate, cuarenta y siete fueron apresados y muertos en el acto, y los otros, capturados después, conservaron la vida porque ya los asesinatos se habían tornado escándalo. Entre ellos estaba el líder del grupo, quien al poco tiempo entregaría a los cubanos la declaración ideológica, política y programática que en lo sucesivo guiaría e iluminaría el proceso liberador: La historia me absolverá, el formidable alegato con que el novel abogado y exdirigente estudiantil Fidel Castro Ruz entra como con un relámpago en la historia de las luchas de su pueblo y de los pueblos oprimidos del mundo.
La acción del Moncada no fue una aventura. Buscaba recuperar las armas para lanzarlas a la lucha popular contra la dictadura existente, servidora del imperio y de una oligarquía cipaya de terratenientes y capitalistas. Era una operación bien planificada que fracasó por causa imprevisible. No obstante, en las condiciones históricas dadas, la combinación del descontento creciente y el liderazgo de vanguardia súbitamente descubierto transformó la derrota militar en una victoria política. Seis años después el dictador huía y el Ejército Rebelde entraba en La Habana para iniciar las tareas liberadoras que habían comenzado a plantearse desde los albores del siglo XIX.
Porque a lo largo de esa centuria, mientras por toda nuestra América se encendían las antorchas de la libertad, el pueblo cubano pugnó hasta condensar esfuerzos en tres guerras gloriosas: 1868 a 1878 y 1879 a 1880, las de las cargas a machete de los mambises bajo el liderazgo de Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo –el Titán de Bronce– y Máximo Gómez; y la de 1895 a 1898, unida ahora a los dos últimos la guía impar de José Martí, apóstol y padre de patria, antimperialismo, conciencia humana y poesía. Con ésta concluyó la dominación ibérica, aunque la intervención yanqui, para una “ayuda” no solicitada cuando ya el triunfo de los patriotas era ineludible, se lo arrebató y cambió las cadenas españolas por las del nuevo imperio de habla inglesa, que sacaría de allí además como colonias las islas de Puerto Rico, Filipinas y Guam. Las muertes en combate de Martí y Maceo les evitaron padecer esa terrible frustración, pero privaron a Cuba de sus servicios inmortales y al género humano de una cumbre de pensamiento.
Mas al cabo el pueblo cubano, con Fidel a la cabeza, obtendría con su lucha la victoria, la cual fue también el comienzo del fin hoy por hoy en proceso de la dominación imperialista en nuestra América.
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