Por siempre Marx
Por: Paquita Armas Fonseca
Si mi querido melenudo, por demás judío alemán, pudiera llamarme la atención seguro que me llevaría un buen halón de orejas por el título de estas líneas. A Carlos Marx la dialéctica le iba —le va— tan bien que cualquier cosa que tienda a dogmatizar el pensamiento recibe su rechazo y, por lógica, unir su nombre a la palabra siempre es casi una herejía.
Pero, ¿cómo no pensar en términos de perpetuidad si hoy tirios y troyanos vuelven a invocarlo como el gran gurú de los cambios sociales?
Jorn Schütrumpf, editor alemán especializado en literatura comunista, afirmó recientemente: «Desde 2005, mi volumen de negocios no ha dejado de aumentar», y acotó sobre la literatura marxista, «por supuesto que hay una moda, sobre todo porque muchos jóvenes compran el libro que nunca leerán, pues es una lectura sumamente ardua y exigente».
Para el experto «una sociedad que siente nuevamente la necesidad de leer a Carlos Marx, es una sociedad que se siente mal».
Claro que debe sentirse no mal sino grave, muy grave, con una crisis financiera que lleva al hundimiento a las economías hasta ayer supuestamente más sólidas, dígase la norteamericana o la nipona.
Y Marx lo dijo, lo escribió, lo argumentó, lo predijo no por ser un gurú sino por ser un sabio, un hombre de ciencias que estudió el capitalismo —junto a Federico Engels— como ningún otro homo sapiens hasta hoy.
Por desmenuzar la esencia de los cambios sociales desde la comunidad primitiva hasta el capitalismo, el dúo magnífico de alemanes argumentó, de manera irrefutable, que al capitalismo le son tan inherentes las crisis como el desarrollo.
Luego de indigestarse con toda la teoría absurda del fin de la historia y la ideología, de los endebles preceptos del neoliberalismo, ahora los teóricos, o los que sin llegar a serlo quieren encontrar una explicación a la debacle universal que vivimos, tienen que volver necesariamente a Marx.
Así de forma general la lectura de su obra se ha intensificado; pongamos un solo ejemplo: el director de ventas digitales y online de la editorial Penguin en el Reino Unido, Jason Craig, reveló que las ventas de El manifiesto comunista «entre mayo y octubre de 2008 aumentaron un porcentaje considerable comparado con el año pasado».
Y la vuelta no llega solo a sus libros. Reportes de prensa indican que en la localidad alemana de Tréveris, donde nació en 1818, ha crecido el número de visitantes que este año ha llegado a 40 000, una muy alta cifra en comparación con otros períodos.
El responsable del museo dedicado al más célebre alemán comentó que ahora es muy común escuchar a los visitantes decir que, después de todo, Marx tenía razón.
El cementerio londinense de Highgate donde permanecen los restos del melenudo tampoco es ajeno a un creciente interés. Jean Pateman, directora de la fundación a cargo del mantenimiento de la tumba ha dicho que «no deja de recibir peticiones de información de cadenas y periodistas de todo el mundo».
Las donaciones y el cobro de entradas, algo que a Marx no le gustaría nada, son lo que permite mantener el sitio que estuvo en un total abandono por 30 años.
Este 2008, cuando se han cumplido 190 años de su nacimiento y 125 de su deceso, Marx resurge y de qué manera. Por supuesto, sería mucho mejor que la actual relectura de su obra estuviera determinada por una simple necesidad cognoscitiva y no por una crisis que no se sabe hasta dónde llevará al planeta.
Han pasado 20 años de que escribí Moro, el gran aguafiestas. En los 90 no pocas personas me dijeron que dejara mi obstinada lectura de Marx, me advertían que ya estaba superado. Eran los años en que se propugnaba el fin de la historia.
La caída del Muro de Berlín y de Moscú brindaron motivos a los conservadores para que gritaran que el marxismo había fenecido. Incluso muchas personas que, a veces muy mal, defendieron esa teoría, también renunciaron a ella.
Hoy, lo mismo en Buenos Aires, Nueva York o Tokio, el nombre de Marx vuelve a los cintillos de prensa, y con ese hecho el reconocimiento de que la esencia del marxismo mantiene una vigencia total.
Por eso, tiene que aceptarme ser herética con él al asociarlo a la palabra siempre, porque hasta ahora ha sido así y como dijo Engels en la despedida de duelo el 17 de marzo de 1883, «Su nombre vivirá a lo largo de los siglos, y con su nombre, su obra». (Tomado de La Jiribilla)
Si mi querido melenudo, por demás judío alemán, pudiera llamarme la atención seguro que me llevaría un buen halón de orejas por el título de estas líneas. A Carlos Marx la dialéctica le iba —le va— tan bien que cualquier cosa que tienda a dogmatizar el pensamiento recibe su rechazo y, por lógica, unir su nombre a la palabra siempre es casi una herejía.
Pero, ¿cómo no pensar en términos de perpetuidad si hoy tirios y troyanos vuelven a invocarlo como el gran gurú de los cambios sociales?
Jorn Schütrumpf, editor alemán especializado en literatura comunista, afirmó recientemente: «Desde 2005, mi volumen de negocios no ha dejado de aumentar», y acotó sobre la literatura marxista, «por supuesto que hay una moda, sobre todo porque muchos jóvenes compran el libro que nunca leerán, pues es una lectura sumamente ardua y exigente».
Para el experto «una sociedad que siente nuevamente la necesidad de leer a Carlos Marx, es una sociedad que se siente mal».
Claro que debe sentirse no mal sino grave, muy grave, con una crisis financiera que lleva al hundimiento a las economías hasta ayer supuestamente más sólidas, dígase la norteamericana o la nipona.
Y Marx lo dijo, lo escribió, lo argumentó, lo predijo no por ser un gurú sino por ser un sabio, un hombre de ciencias que estudió el capitalismo —junto a Federico Engels— como ningún otro homo sapiens hasta hoy.
Por desmenuzar la esencia de los cambios sociales desde la comunidad primitiva hasta el capitalismo, el dúo magnífico de alemanes argumentó, de manera irrefutable, que al capitalismo le son tan inherentes las crisis como el desarrollo.
Luego de indigestarse con toda la teoría absurda del fin de la historia y la ideología, de los endebles preceptos del neoliberalismo, ahora los teóricos, o los que sin llegar a serlo quieren encontrar una explicación a la debacle universal que vivimos, tienen que volver necesariamente a Marx.
Así de forma general la lectura de su obra se ha intensificado; pongamos un solo ejemplo: el director de ventas digitales y online de la editorial Penguin en el Reino Unido, Jason Craig, reveló que las ventas de El manifiesto comunista «entre mayo y octubre de 2008 aumentaron un porcentaje considerable comparado con el año pasado».
Y la vuelta no llega solo a sus libros. Reportes de prensa indican que en la localidad alemana de Tréveris, donde nació en 1818, ha crecido el número de visitantes que este año ha llegado a 40 000, una muy alta cifra en comparación con otros períodos.
El responsable del museo dedicado al más célebre alemán comentó que ahora es muy común escuchar a los visitantes decir que, después de todo, Marx tenía razón.
El cementerio londinense de Highgate donde permanecen los restos del melenudo tampoco es ajeno a un creciente interés. Jean Pateman, directora de la fundación a cargo del mantenimiento de la tumba ha dicho que «no deja de recibir peticiones de información de cadenas y periodistas de todo el mundo».
Las donaciones y el cobro de entradas, algo que a Marx no le gustaría nada, son lo que permite mantener el sitio que estuvo en un total abandono por 30 años.
Este 2008, cuando se han cumplido 190 años de su nacimiento y 125 de su deceso, Marx resurge y de qué manera. Por supuesto, sería mucho mejor que la actual relectura de su obra estuviera determinada por una simple necesidad cognoscitiva y no por una crisis que no se sabe hasta dónde llevará al planeta.
Han pasado 20 años de que escribí Moro, el gran aguafiestas. En los 90 no pocas personas me dijeron que dejara mi obstinada lectura de Marx, me advertían que ya estaba superado. Eran los años en que se propugnaba el fin de la historia.
La caída del Muro de Berlín y de Moscú brindaron motivos a los conservadores para que gritaran que el marxismo había fenecido. Incluso muchas personas que, a veces muy mal, defendieron esa teoría, también renunciaron a ella.
Hoy, lo mismo en Buenos Aires, Nueva York o Tokio, el nombre de Marx vuelve a los cintillos de prensa, y con ese hecho el reconocimiento de que la esencia del marxismo mantiene una vigencia total.
Por eso, tiene que aceptarme ser herética con él al asociarlo a la palabra siempre, porque hasta ahora ha sido así y como dijo Engels en la despedida de duelo el 17 de marzo de 1883, «Su nombre vivirá a lo largo de los siglos, y con su nombre, su obra». (Tomado de La Jiribilla)
No hay comentarios:
Publicar un comentario